Ya los colombianos estamos cansados del tema de la paz, más cansados que del tema de la guerra. No queremos más guerrilla ni más paramilitares ni más narcotraficantes. Esos son los tres grupos que desestabilizan al país y a la sociedad, los demás actores violentos son manejables pero éstos, con todo su poder económico, son los que tienen a Colombia en la sin salida, con la espada de Damocles pendiendo sobre las cabezas de todos.
Podría decirse que el gran narcotráfico, el que se desató a comienzos de los años 80, es el culpable de toda esta espiral de violencia. De ellos aprendió la guerrilla que el mejor medio para financiarse era el tráfico de alucinógenos. Antes, las guerrillas eran grupos más bien «pobres», que con mucho «esfuerzo», secuestros, boleteos y extorsiones, se levantaban unos pesitos para realizar ataques esporádicos y faranduleros.
El M-19 fue una guerrilla romántica: se robaban espaditas, secuestraban gente famosa, se tomaban embajadas… Se tomaron el Palacio de Justicia y si el Ejército y sus generales hubieran sido más benignos, seguramente las cosas habrían terminado mejor: a los dos o tres meses se habrían ido con 10 ó 20 rehenes en un avión, rumbo a Cuba, y no habían dejado tanto muerto y tantos desaparecidos de ese episodio que a pesar de salir vivos -parece- se los tragó la tierra.
La guerrilla de hoy, sin embargo, es otra cosa, es un gran negocio. Los súbditos de su majestad Tirofijo están seguros de que tanto poderío económico y militar los va a llevar al triunfo, a tener un país propio, porque ellos no quieren un cambio para la sociedad colombiana, ellos no están a favor de los pobres, ellos están sólo a favor de ellos mismos.
Muerto el comunismo y empobrecida Cuba, ellos sueñan con un territorio propio; don Manuel dice que no se muere sin ver su cara en los billetes de peso de Marulandia, de donde creen que podrán seguir exportando coca a todo el mundo. Por eso pidieron un despeje improductivo, para empezar a sentirse un paisito independiente donde seguramente serán tan malos gobernantes como los que han dirigido a Colombia.
Eso puede parecer exagerado y poco serio: no es más que una simple especulación, pero para qué tanta alharaca si se ve a las claras que el interés que la guerrilla tiene en la paz es mínimo? La guerrilla no quiere la paz porque se ve fuerte a sí misma, se siente fuerte, se siente bien. Y no la quiere porque sus dirigentes se sienten mejor en la clandestinidad, porque el país es un caos donde nadie manda.
La guerrilla tiene enemigos fuertes con ejército propio; ellos pagan a los paramilitares, son terratenientes, ganaderos, esmeralderos, narcos, etc. Gente que no le perdona a la guerrilla sus pecados, que son muchos y muy graves.
Y mientras tanto, el Estado es débil. Así nada tiene para ofrecerle a la guerrilla porque no tiene cómo cumplir nada, no tiene como garantizar su seguridad, sus vidas. Después de firmar un acuerdo de paz, ¿cuánto tiempo de sobrevida tendrían Tirofijo, el Mono Jojoy, o Romaña…?
Pastrana subió a la presidencia prometiendo lo imposible: la paz. Imposible -por ahora- porque las condiciones no están dadas y él lo sabía. Ahora nos toca a los colombianos, otra vez, padecer tres años esperando que este gobierno se acabe, esperando que las cosas cambien como por arte de magia porque lo que son nuestros corruptos dirigentes, no van a ser capaces de darnos la paz nunca, ¡nunca jamás! ♦
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