En Colombia la protesta social no ha sido significativa nunca, y cuando lo fue las mauser oficiales vomitaron balas como en Ciénaga —Magdalena—, en 1928, en lo que se conoce como «La Masacre de las Bananeras». En adelante, los paros y protestas han sido pura manipulación. Al general Gustavo Rojas Pinilla lo tumbaron con un paro nacional promovido por la oligarquía antioqueña. «Apaguen las máquinas, todos se pueden ir para sus casas», fue la orden que se le dio a todos los obreros. Los industriales prefirieron entregarle el país a los desfalcadores de ambos partidos que tener un militar que manejó bien al país. Ahí empezó la horrible noche que aún no cesa.
Y viendo el paro ‘campesino’ del Cauca, no se imagina uno qué engendro saldrá de ahí. La influencia de la guerrilla en ese levantamiento no puede ser más evidente. Los campesinos ni parecen campesinos, ni parecen del Cauca. Sus ropas son de ciudad, sus maletines, sus zapatos y demás. No hay nada que se parezca más a la tierra que un campesino, y los del paro no tienen ni parecido con los de verdad.
Eso suena a simple especulación, pero cuando se los oye hablar… ¡Oh, sorpresa! Manejan las cifras mejor que el Ministro de Hacienda. ¿Sabrá un campesino de verdad cuánto son 830 mil millones de pesos y para qué sirven? Lamentablemente, nuestro pueblo es inculto y los campesinos no saben ni escribir esa cifra.
A la pregunta de un periodista, acerca de la influencia guerrillera en el paro, un ‘campesino’ contesta —palabras más, palabras menos— que «el gobierno tiende a macartizar cualquier movimiento popular». Si los campesinos están sumidos en el atraso, la ignorancia, el analfabetismo, ¿de dónde sacan eso de macartizar? ¿Qué saben de Joseph McCarty y la cacería de brujas anticomunista?
Tal vez el más grave problema de la guerrilla colombiana ha sido, históricamente, la falta de apoyo popular. Los colombianos no nos vemos representados por ellos aunque tenemos razones de sobra para sublevarnos. Queremos un Estado eficiente y gobernantes honestos pero sin ejercer la revolución. Rara mixtura esa porque en ningún país del mundo se ha dado un cambio satisfactorio sin derramar sangre.
Entonces, ahora la subversión emplea otra táctica: organizar al pueblo para la protesta, para la revuelta, para la «desobediencia civil», como dicen en las universidades. Y como la clase política no ha querido educar al pueblo porque no le conviene y se la ha pasado aquietándolo con espejitos, con promesas de inversiones que nunca llegan, ahora le toca afrontar las consecuencias impredecibles de éste y de otros paros porque vendrán más sin ninguna duda.
Por eso, la guerrilla se está anotando un gol de lujo. Su estrategia es pescar en río revuelto. Un paro que lleva más de 20 días puede terminar de cualquier forma; es decir, de las peores formas. Si los manifestantes pasan de las palabras a los hechos, la Fuerza Pública se verá forzada a responder y mucha gente inocente va a morir.
Las acusaciones mutuas entre el Gobernador del Cauca y el Ministro de Gobierno no hacen más que seguir desprestigiando a la clase política y si el Gobierno da plata gran parte terminará en las arcas de los frentes subversivos porque es de público conocimiento que ellos extorsionan a los contratistas de las obras y a veces influyen en su escogencia.
Mientras tanto, pierde la gente buena que le toca encerrarse en sus casas con miedo e incertidumbre. Ver los supermercados de Popayán con las góndolas vacías, ad portas del tercer milenio, asusta. Parecemos en la época de La Conquista, con ciudades sitiadas y todo.
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