Colombia es el país de los paros, además de ser el de los días festivos, uno de los países donde se trabaja menos tiempo. Como si eso fuera poco, es uno de los países donde se emplea menos tiempo para el estudio. Trabajo y estudio es, para los expertos, la fórmula del desarrollo, y es, precisamente, lo que menos se hace en Colombia.
Aunque sea paradójico, los maestros son los que menos trabajan, primero porque su jornada laboral no es de 8 horas como la de cualquiera si no de 6 ó 7; segundo, porque se benefician de las vacaciones académicas de Semana Santa, junio-julio y noviembre-diciembre-enero; y, tercero, porque se mantienen en paro, mejor dicho, trabaja más un costeño echado en su hamaca.
El último paro de los maestros del Estado fue una hábil jugada política de estos señores: se quería someter a los maestros a una evaluación que nos diga a las claras si la niñez y la juventud están en buenas manos, y como ellos saben bien sus faltas se alzaron a protestar y desviaron la atención del país en torno de una supuesta privatización de la educación pública.
Es obvio que el que tiene rabo de paja no debe acercarse a la candela, y ese es el caso de los maestros. En nuestro medio, es muy común el profesor policía; el que regaña, el que amedrenta, el que pone tareas inútiles para mantener ocupados a los alumnos. Para que pierdan el tiempo buscando tonterías, haciendo mapas de Etiopía, buscando la biografía de Nabuconodosor o averiguando cómo se celebra el Día del Idioma en Guatemala.
Es célebre una anécdota que quiero referirles: a la hija de un amigo personal de Gabriel García Márquez, en el colegio, le pusieron de tarea averiguar qué significaba para el escritor colombiano el diseño de la portada de una de las primeras ediciones de Cien Años de Soledad. Después de consultar decenas de libros y arruinar el fin de semana de la familia, el papá se atrevió a llamar a Gabo a preguntarle y éste contestó que para él no significaba nada puesto que era impuesta por la Editorial. La maestra desaprobó la respuesta de la estudiante y Gabo escribió la anécdota en El Espectador, para fortuna de la niña.
Esa es la educación en Colombia. ¿Cuántos de nosotros nos hemos visto abocados a resolver problemáticas tareas escolares sin utilidad práctica ni importancia alguna? ¿Obligados a la resolución de cuestiones imposibles? Los profesores ineptos, como son la mayoría, gozan poniendo tareas que ni ellos mismos saben, gozan reprobando a los estudiantes y ahora se oponen a ser evaluados.
El Estado sabe que la educación pública es paupérrima, y que la que se dicta en los colegios privados es también mediocre. Bien dicen las universidades que los bachilleres están llegando nulos, que no sirven para nada, que los primeros semestres de las diferentes carreras se están empleando para enseñarle al primíparo lo que debió aprender en bachillerato, pero aun así, el Estado les sigue el juego a los maestros, a la horda que lidera el ‘simpático’ Tarcisio Mora.
¿Tanta mediocridad y tanta complicidad, será por aquello de que a los dueños del poder no les conviene que el pueblo se eduque? La educación en Colombia requiere cambios profundos y es necesario evaluar a los profesores para que salgan los que no sirven (que son la mayoría).
Ya es hora de cambiar el sistema, cambiar a los «pone-tareas» por verdaderos EDUCADORES para forjar el nuevo hombre colombiano, a ver si algún día nuestros descendientes se dan el lujo de ver la actual situación del país como una anécdota jocosa, como la patria boba. ♦
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