Para la prensa colombiana, en general, se ha vuelto común la crítica indiscriminada hacia el gobierno central por los múltiples problemas que azotan al país. Lo vivió Gaviria aunque en menor proporción, claro, pero ante graves situaciones como el apagón, el terrorismo de Escobar —además de su entrega y la consecuente fuga— y el acoso internacional por violación de los derechos humanos.
Lo vivió Samper por un escándalo precocido, como esas viandas que venden listas para calentar y servir, porque nadie puede negar que todos comimos del mismo plato, aun sin saberlo. El narcotráfico se coló por todas las rendijas de la vida nacional desde la década de los setentas, cuando habían mafiosos que tiraban plata «a la jura», en las plazas de los pueblos. Si fuera posible señalar a cada político que recibió dinero, el proceso 8.000 sería un chiste.
Al bojote de Ernesto, entonces, no lo dejaron gobernar por un chisme poco novedoso de un mal perdedor. Y terminó todo nuestro país echando cuatro años al tarro de la basura. Y la guerrilla, dizque muy digna, se levantó de la mesa de Tlaxcala porque el gobierno de Samper no era digno de diálogo, tenía las manos manchadas de coca. Qué cinismo el de guerrilla, cuando sus manos están enlodadas con un mazacote de coca y sangre de pueblo.
Ahora le tocó vivir lo mismo a don Andrés. Se le devolvió todo como a un bebé que el papá zarandea después de comer. Con la guerrilla tiene y le sobra para entretenerse los cuatro años y con su pobre gestión es suficiente para tener encima a la prensa y la opinión pública.
Pero es obvio que ningún futbolista sale a la cancha a perder, son los rivales los que no dejan avanzar. En beneficio del país es sensato pensar que debemos cerrar filas y rodear al Presidente, pero no para que no se vuele, como decía Garzón hablando de Samper, sino para que salgamos adelante.
Un presidente se la tiene que jugar toda porque al terminar el periodo se vuelve un mueble viejo y no queda sirviendo para nada. Le llegan los años, se vuelve senil y dice bobadas como el pollo López —a pesar de su lucidez habitual—, que ayer en El Tiempo pidió el estatus de beligerancia para la guerrilla, cosa que en sus tiempos de mandatario no habría dicho ni hecho.
Y los que no dejan gobernar a un Presidente son los políticos, que lo ven glorificado y, por ende, ajeno. Lo niegan como Pedro. Hay que ver la pelotera que le armaron al Ministro de Gobierno, la semana anterior en la Asamblea de Antioquia, cuando explicaba una nueva ley que pretende acabar con los municipios ineficientes.
Gran idea del Gobierno: lógica y sensata. No es sino ver nuestros pueblos que se gastan casi todo el presupuesto en alcalde, secretarios del despacho y concejales, mientras los servicios públicos son malos e insuficientes, la salud y la educación empeoran y no queda para obras de inversión social.
Podríamos enumerar muchísimas razones por las cuales se debe atacar el gigantismo estatal fusionando o eliminando ministerios, entidades, departamentos, municipios, funciones y funcionarios, pero me cansaría y cansaría al lector. Lo importante es que el presidente no se canse y lo dejen, a ver si de pronto.
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En la columna anterior realizamos una crítica acerca de los parquímetros de Medellín y su Secretario de Tránsito, Jorge Enrique Vélez. Sin enbargo, rechazamos las amenazas de muerte que forzaron al exilio a este funcionario en el transcurso de la semana anterior. Colombia necesita el debate de las ideas por medios distintos a la violencia.
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