Cuando se piensa en el Congreso de la República, en la figura presidencial y en la política colombiana, en general, se siente una indefectible sensación de asco. La democracia, en nuestro país, se convirtió en una gran mentira porque lo gobiernan unos pocos que no representan a nadie más que a ellos mismos y lo peor de todo es que gobiernan mal, practican un vampirismo inmoral porque no sólo se roban el presupuesto nacional sino que viven afanados por imponer nuevos impuestos para tener un pastel más grande porque no se contentan con migajas.

El bochornoso espectáculo de la semana anterior en el Congreso, renueva en todos los colombianos de bien la certeza de que esta  corporación debe desaparecer porque ya nada tiene que ver con la democracia: es una guarida de criminales que se aprovechan del pueblo incauto que los elige a cambio de favores (puestos públicos, bultos de cemento o un almuerzo), en medio de la más absoluta ingenuidad, inconscientes de la magnitud del daño que le infringen a la sociedad a pesar de que creen haber recibido un favor inmenso.

El sueño de los colombianos no es ver a Ingrid Betancur, la parlamentaria de mayor votación (130 mil votos), mentándole ‘la madre’ a Emilio Martínez, presidente de la Cámara de Representantes; a Carlos Moreno de Caro acusando a Antonio Navarro Wolff de tener las manos manchadas de sangre por los hechos del Palacio de Justicia —cosa que, por demás, es cierta— o a Edgar Perea defendiéndose con las uñas por retractarse de firmar la moción de censura contra el desafortunado Ministro del Interior, Carlos Humberto Martínez, cuando lo que quería hacer era todo lo contrario.

Precisamente, Perea es uno de los ciudadanos ajenos a la política que debe estar bien arrepentido de haberse metido al Congreso pues allí ha sido testigo de su inoperancia, de la incompetencia de sus miembros, del despilfarro y la corrupción de sus integrantes. Igual cosa les debe pasar a Sergio Cabrera, Alfonso Lizarazo, Leonor González Mina, María Isabel Rueda y Nelly Moreno.

El sueño de los colombianos es ver un Congreso honesto, que nos represente bien, que se preocupe por solucionar los problemas del país y que muestre resultados sin ser una pesada carga. Por ahí derecho que tenga decoro, que no sea un nido burocrático donde se arman disputas por el poder como la de Francisco Canosa y Emilio Martínez.

El problema es que aquí no se hace Política con mayúscula sino politiquería. El filósofo inglés Tomás Hobbes decía que el modelo político del Estado tenía como fin asegurar la igualdad de sus asociados, proteger sus derechos y exigir sus deberes, de lo contrario tal modelo habría fracasado y debía ser exterminado.

Ya lo dijo el mismo Fabio Valencia Cossio el 7 de agosto de 1998: «o cambiamos o nos cambian». Ya no es hora de cambiar nada, el Congreso ha tenido oportunidades y las ha desperdiciado, por eso es hora de que se acabe, es hora de cerrarlo definitivamente. ♦

Posted by Saúl Hernández

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