El próximo 3 de julio, la guerrilla de las Farc va a hablar de cese al fuego con los emisarios del Gobierno. Lindo tema. La opinión pública nacional venía insistiendo en el hecho de que hablar de paz en medio de la guerra no es coherente aunque sea práctico; ‘algo es algo, peor es nada’, dice el refrán. Ante la acometida guerrillera de los últimos años, los colombianos coincidimos en la necesidad de entablar diálogos de cualquier forma, el hecho era ponerle mantel a la mesa.
En eso no podemos equivocarnos señalando culpables, se cometieron errores porque ese era el querer nacional, encauzado por el deseo y la ilusión de solucionar la barbarie. Por eso se despejó el área del Caguán y se cayó en la ligereza de no exigir verificación internacional, en la imprudencia de no señalar un calendario o cronograma de conversaciones y acuerdos, en la osadía de cederle tiempo y espacio a la subversión para su fortalecimiento y, sobre todas las cosas, en la ignominia de avalar unos diálogos en medio de una confrontación brutal salida de toda proporción.
Más tarde que temprano, con ocasión de la muerte de doña Elvia, la del collar bomba, la opinión pública se manifestó en contra de tal discordancia: no se puede pedir que cese la violencia al mismo tiempo que ésta campea. Además, el Gobierno de Pastrana se ha mostrado débil y no ha podido, en lo militar, ahogar el accionar subversivo con golpes certeros y contundentes que los fuercen —a los guerrilleros— a decidirse por una negociación oportuna. Con excepción de un golpe dado en Casanare el año anterior, el Ejército se ha visto impotente para detener la avanzada terrorista de las guerrillas y, si a ello sumamos que ese golpe se logró con asistencia tecnológica de los gringos —gracias a un rastreo satelital a las tropas de Grannobles—, es incuestionable que sin la ayuda militar prevista en el Plan Colombia va a ser muy difícil que la correlación de fuerzas se incline a favor de nuestro Ejército.
El hecho es que ha llegado la hora de hablar de cese al fuego con el problema de que creerle a las Farc no es nada fácil. Ya hay voces preliminares en el sentido de que su propuesta sólo incluye los enfrentamientos militares u hostilidades con las Fuerzas Armadas y de ninguna manera el secuestro, la extorsión y el despotismo con el que suelen gobernar en las zonas donde ejercen un manifiesto poderío.
Eso incluiría una especie de distensión en 60 sitios específicos de toda la geografía nacional donde asentarían un igual número de frentes en desarrollo del ‘cese de hostilidades’ que, de continuar los desaciertos del Gobierno, no vendrá a ser nada distinto que un nuevo triunfo estratégico de la guerrilla en su carrera por fortalecerse a expensas del deseo irracional —pero entendible— de alcanzar la paz a toda costa.
De la manera como parece que van a plantearse las cosas, el cese al fuego es imposible e indeseable. Un verdadero cese de acciones subversivas debe incluir el secuestro, la extorsión y la violencia indiscriminada que genera la subversión por encima de las leyes colombianas. Implica la entrega de todos los secuestrados, incluyendo los policías y soldados, sin menoscabo de la majestad de la Justicia, lo que significa que no se pueden ‘intercambiar’ por presos de la guerrilla y menos cuando éstos, en su mayoría, están condenados por delitos graves como secuestro y asesinato y no por simples delitos ‘políticos’ (insurrección, sedición y asonada).
Los guerrilleros han cometido delitos que ya no son fáciles de perdonar en el mundo y, por fortuna, ya no hay fronteras para la criminalidad, no quedaría bien que Colombia se preste al juego de liberar delincuentes condenados, por su laxitud y su incompetencia para aplicar Justicia. Tampoco sería bien visto que haya más zonas de distensión después de todo lo que ha pasado en el Caguán y por eso, por el hecho de que las Farc no van a aceptar un cese de hostilidades en condiciones diferentes a las de abarcar muchos beneficios, es un embuste eso de lo que van a hablar el 3 de julio: dizque ‘cese al fuego’… estamos muy grandecitos para que nos sigan metiendo el dedo en la boca.
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