El Congreso de La República ha vuelto a ser piedra de escándalo. Aún están frescas las denuncias del senador Antonio Navarro Wolff acerca de las pensiones de los ex congresistas y otros empleados del Parlamento. Aún se recuerdan los excesos del anterior presidente de la Cámara, Emilio Martínez, que se gastó 250 millones de pesos en condecoraciones, incluyendo la que le puso a la venerada imagen del Divino Niño del barrio Veinte de Julio. ¡Qué herejía!
De escándalo en escándalo camina esa corporación. El fraude es mayúsculo y desvergonzado. En la Cámara de Representantes se gastaron en diciembre pasado 5 mil milloncitos en contratos irregulares que no le hacen daño a nadie. Hasta se entiende el gasto de 100 millones de pesos en papel higiénico porque allá hay mucha mierda que limpiar, o los 21 millones de pesos que se gastaron en gasolina en un sólo día de turismo por Santa Marta… ¡es que la gasolina está muy cara, carajo!
El Congreso cuesta 290 mil millones de pesos al año y su aporte al país es nulo. Se convirtió en una plaza de mercado donde lo que está en venta es el país. Los parlamentarios reciben toda clase de prebendas; altos sueldos, vehículos, escoltas, asistentes, oficinas, pasajes aéreos y hasta alquiler de vivienda para los de fuera de Bogotá, y todo a cambio de nada.
Llegar al Congreso es como ganarse la lotería y ello justifica las maromas y tejemanejes a los que se prestan estos caníbales que se autodenominan ‘políticos’. Y para depurarlo no ha valido nada. Se creyó que era muy importante que personas ajenas a la política llegaran a refrescarlo, pero sus actuaciones han sido un fiasco completo. Edgar Perea, Alfonso Lizarazo, Leonor González Mina, Nelly Moreno, María Isabel Rueda y otros ya demostraron que esa no es la fórmula.
La fórmula es la reforma profunda. En primer lugar, eliminar el bicameralismo. Ese es un invento inglés que no necesitamos en Colombia. Allá hay ‘nobles’ de un lado y gente ‘ordinaria’ del otro. Aquí todos somos ‘ordinarios’ y la Constitución consagra la igualdad absoluta. Además, ese cuento de que el Senado tiene circunscripción nacional y la Cámara circunscripción territorial no tiene ninguna utilidad práctica. Si el espíritu de la Ley es garantizar la representación de las regiones, lo cual es bueno, hay otras formas.
En segundo término, la entidad que quede, bajo cualquier nombre, debe ser radicalmente reducida en su número de integrantes. El artículo 176 de la Constitución Nacional expresa que en la Cámara de Representantes «…Habrá dos por cada circunscripción territorial y uno más por cada 250 mil habitantes o fracción mayor de 125 mil que tengan en exceso sobre los primeros 250 mil…». Eso da una cantidad exagerada de curules que este país no se puede dar el lujo de seguir sosteniendo: 100 en el Senado y alrededor de 170 en la Cámara. La Asamblea Nacional Constituyente sólo contó con 70 miembros y funcionó mejor, es preferible la calidad a la cantidad. El parlamento no debería superar los 100 escaños en total, incluyendo la representación especial de grupos étnicos y minoritarios.
En tercer lugar, hay que ponerle freno a la clase de personas que llegan al Congreso. Exceptuando las representaciones minoritarias, todos los miembros deberían tener estudios superiores y postgrados en economía, ciencias políticas o materias afines. De nada nos sirve tener gente ‘calentando puesto’ —a once millones mensuales— por bien intencionados que sean; estos especimenes no tienen propuestas y votan a ciegas cuando de cuestionar proyectos se trata. También hay que establecer un mecanismo para cualificar moralmente a los candidatos porque la ralea de quienes están llegando es lamentable: galleros y caponeras que se pelean por los carros, las oficinas y los muebles.
Precisamente —y cuarto—, eso hace parte de los beneficios que deben eliminarse. Un sólo carro para cada congresista, ni dos ni cuatro, oficinas iguales para todos, cero pasajes, cero arrendamientos, las mismas garantías laborales y pensionales del resto de colombianos, cero asistentes, cero comisiones al exterior, cero condecoraciones, cero gastos onerosos, etc., etc., etc.
Bueno, soñar no cuesta nada. Por eso es que Fabio Valencia Cossio pronunció en un discurso la famosa frase «…cambiamos o nos cambian». Ellos no tienen ganas de cambiar nada porque 290 mil millones anuales es una teta que ningún marrano deja de mamar… ¡Qué favor tan grande le habría hecho el M-19 a Colombia tomándose el Capitolio y no el Palacio de Justicia!
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