Yesid Santos Romaña fue asesinado por las Farc de 13 tiros de fusil y su cuerpo fue destrozado. Era policía. Había sido secuestrado en Urrao (Antioquia) hace dos meses mientras llamaba por teléfono a su familia. Dejó una niña de cinco años y una esposa embarazada. De este crimen sí hay certeza de que fue cometido por las Farc y es agravante la alevosía con que se produjo; no estaban venciendo a un enemigo, mataron como a un perro a un hombre atado, desarmado y en franca indefensión.
Por eso indigna la actitud de las Farc ante el asesinato de la señora Elvia Cortés de Pachón en Chiquinquirá, la del collar bomba. La verdadera autoría del crimen es lo que menos importa ante el tamaño del absurdo. En Colombia son principalmente las Farc las que extorsionan, secuestran y asesinan a la población civil, por eso es de legitima lógica que los colombianos les atribuyamos ese crimen.
Es cierto que ellos no utilizan métodos de barbarie tan sofisticados como esa bomba, dotada de cuatro mecanismos de detonación, y que su estilo es coger con el secuestrado para el monte o matarlo de manera más cerril, como a Santos Romaña, o con machete, como lo han hecho en diversas ocasiones a pesar de contar con la tecnología del fusil y la motosierra.
Por eso su reacción es de una insolencia a la que ya nos estamos acostumbrando. Esa manera de sugerir que la guerrilla de las Farc jamás ha cometido una monstruosidad es una manera vil de mentirle a la opinión pública de todo el mundo. Las Farc son tan adictas a la mentira y el engaño que más parecen el pastorcito mentiroso. La declaración del Mono Jojoy, imputándole ese crimen a la inteligencia militar norteamericana, es otra salida en falso de los facinerosos. El crimen de doña Elvia podría ser un planificado acto de sabotaje de los enemigos de la paz para meterle un ‘palo a la rueda’ pero no olvidemos, como dice el fiscal Gómez Méndez, que la subversión nos tiene acostumbrados a negar el crimen primero para aceptarlo después.
En consecuencia, no puede fustigarse la decisión del Presidente de la República en el sentido de congelar los diálogos de paz mientras se verifica la autoría de un crimen que por lo bestial le volvió a doler en el alma a los colombianos. Lo que no se puede acolitar es que el Gobierno se congracie tan pronto con los subversivos y les exima de una responsabilidad cuando los investigadores aún no han dado su última palabra.
Tan apresurado fue el Presidente para condenar como Camilo Gómez, nuevo Alto Comisionado de Paz, para absolver. Lo cierto de todo es que seguir dialogando en medio de la guerra no es lo adecuado: o se da el cese del fuego o se acaban los diálogos. Esas parecen ser las salidas de este proceso que empezó mal y mal ha continuado, por eso su conclusión parece estar condenada al fracaso, máxime cuando las Farc se han cuidado de impedir cualquier avance. Ya es hora de que se hubieran dado algunos acuerdos pero a estas alturas el único logro es seguir sentados en el Caguán, mientras los subversivos siguen narcotraficando, secuestrando, extorsionando y matando vilmente como a Yesid Santos Romaña, agente de Policía.
Mientras tanto, los diálogos con el ELN avanzan con mayor celeridad. Los elenos han aceptado las exigencias del Gobierno como los municipios a desmovilizar (Yondó, San Pablo y Cantagallo) y la verificación internacional, aspecto clave en el proceso de paz para garantizar el cumplimiento de los acuerdos que se den como avance de los diálogos. Lástima sí que los habitantes de la región no entiendan o no quieran entender que el ELN no es lo mismo que las Farc, basta ver y escuchar a sus líderes para advertir la ecuanimidad de sus posiciones y su actitud, cosas opuestas al cinismo y la chabacanería demostrada por los cabecillas de la banda de Tirofijo.
Sin embargo, firmar un acuerdo de paz con el ELN, sin querer demeritarlo, vendría a ser una simple cesión de territorios en donde rápidamente entrarían las Farc a hacer presencia guerrillera. Y seguirán negando crímenes que seguirán cometiendo con tanta o peor barbaridad mientras se va configurando la necesidad de preguntarle al pueblo colombiano qué quiere que se haga con las Farc porque estamos cansados de collares bomba o, por las dudas, de crímenes tan bellacos como el de Yesid Santos Romaña, servidor público.
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