Cuando el entonces gobernador de Antioquia, Alvaro Uribe Vélez, pidió la intervención de fuerzas multinacionales de paz —los famosos Cascos Azules de la ONU— en áreas como Urabá y otras en las que la población estaba en medio de la guerra, muchos pusieron el grito en el cielo: eso era poner en entredicho la soberanía, decían. Luego promovió las Convivir y lo tildaron de paramilitar.

Hoy son los grupos paramilitares los que están fuera de control cometiendo toda clase de infamias como la de tener aislado, desde diciembre, al municipio de Peque en Antioquia, donde ya no hay alimentos ni provisiones de ninguna naturaleza. A los transportadores les da miedo ir y el Gobierno no ha hecho nada. Los paras quieren impedir que la guerrilla se abastezca pero obligando a un pueblo entero a aguantar hambre.

Ante los atentados contra el sector eléctrico, los paramilitares anunciaron que por cada torre derribada asesinarían diez guerrilleros y de inmediato comenzaron a asesinar campesinos. El 18 de enero asesinaron 19 en Yarumal (Antioquia) y seis más en Becerril (Cesar). El 21 cayeron otros seis en Santa Rosa (Antioquia) y, al día siguiente, tres más en San Luis (también en Antioquia) —donde además se llevaron a diez—, y el 29 mataron cuatro entre Corozó y Tolú Viejo (Sucre). Eso es pura y llanamente, guerra sucia.

Aquí hay una verdad simple: el campesinado colombiano está entre dos fuegos y es el que verdaderamente sufre los rigores de la guerra. Ellos nutren las filas de avanzada del Ejército porque constituye su única opción de trabajo —y la libreta militar de primera clase les alimenta el sueño de mejores perspectivas laborales—, como también nutren las filas de la subversión —obligados en muchos casos— y las del paramilitarismo.

Como si fuera poco, ponen muchos de los muertos y el desarraigo: los sacan de sus tierras. La guerrilla los obliga a darles alimentos y a no denunciar su presencia. Los paramilitares, entonces, los asesinan impunemente por dejarse arrebatar un bulto de panela o por guardar silencio cuando es aparente la presencia guerrillera.

No es del todo cierto que la razón de ser de los grupos paramilitares es la guerrilla y que van a desaparecer por arte de magia cuando aquella se desmovilice o sea vencida en lo militar; eso es un sofisma, una mentirilla. Los paras son ejércitos privados que sólo actúan en beneficio de sus gestores y nada más. Además, no todos dependen de Carlos Castaño y eso les quita cualquier unidad de criterios que pudieran tener.

En el caso de Santa Rosa, por ejemplo, el Obispo de esa diócesis denunció intereses económicos para provocar el desplazamiento generalizado de los lugareños porque sus tierras hacen parte de futuros proyectos hidroeléctricos que las valorizarán. No olvidemos que el paramilitarismo de los últimos tiempos, en Colombia, tiene su origen en la lucha que entablaron Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha por el control del Magdalena Medio donde tenían sus principales laboratorios. Mediante el poder del fusil se apropiaron de la región.

La misma estrategia han usado ganaderos y latifundistas como el ex ministro Carlos Arturo Marulanda —de fuga en Suiza—, que usó su ejército particular para asesinar y desplazar campesinos de las tierras aledañas a su hacienda Bella Cruz, en el Cesar, o el cafetero antioqueño Ernesto Garcés Soto, acusado de conformación de grupos paramilitares.

La guerra se ha vuelto excusa para favorecer intereses privados. Por eso es necesario revivir las propuestas de Uribe Vélez para darle legalidad y humanidad al hecho necesario y justo de refrenar la arremetida guerrillera, y para desechar la opción del paramilitarismo, ese remedio que parece tanto o más nocivo que la enfermedad.

Posted by Saúl Hernández

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