Valiéndose de un famoso aforismo de Winston Churchill, cuando le prometió al pueblo británico ‘sangre, sudor y lágrimas’ antes de lanzarse en guerra contra los nazis, el nuevo ministro de Hacienda Juan Manuel Santos ha advertido que la recuperación económica costará sudor y lágrimas, aunque del triunfo final nadie esté muy seguro. El Gobierno Nacional está en la obligación de ejecutar todas las estrategias, racionalmente fundamentadas, que tenga a su alcance para recuperar la viabilidad económica, pero dejar a 5 mil personas sin trabajo —justo cuando el desempleo sobrepasa el 20 por ciento— no tendrá, aun si el recorte fuera más drástico, influencia positiva en las finanzas del país.
La poda burocrática de 5.073 empleados sólo representa un ahorro de 179 mil millones, cifra alegre si se tiene en cuenta las cuantiosas indemnizaciones que el Estado tendrá que cancelarle a los nuevos desocupados. El verdadero problema fiscal del país está en la impagable deuda externa y mientras no se reestructure el servicio de ésta, no habrá bolsillo que aguante. Del Presupuesto Nacional del año entrante, tasado en 57 billones de pesos, habrá que pagar 8 billones de intereses y 13 billones más de amortización de la deuda de más de 20 mil millones de dólares.
El gasto anual en la deuda suma algo más de 21 billones de pesos y representa alrededor del 40 por ciento del Presupuesto. Si comparamos estas cifras con la muy exigua cantidad que se va a emplear en inversión pública durante el 2001, apenas 6 billones, nos damos cuenta de que algo anda muy mal. En cifras redondas quiere decir que sólo el 11 por ciento se gasta en obras: carreteras, escuelas, acueductos, hospitales, vivienda, etc.
Al cambio actual de 2172 pesos por dólar, los 21 billones totalizan 10 mil millones de dólares que, anualmente, nos hacen falta para incrementar la cobertura educativa, optimizar la infraestructura hospitalaria, sanear el Seguro Social, solucionar el déficit de un millón y medio de viviendas de interés social, crear 600 mil nuevos empleos, dotar de servicios públicos a las zonas más apartadas, revitalizar el campo con créditos para tecnificación agrícola, etc., etc., etc.
El país ha rogado, desde el Presidente para abajo, para que los gringos nos den una limosna de mil millones de dólares cuando cada año tenemos que pagar 10 mil millones de la misma manera que un deudor de Upac llega a pagar hasta 28 y 30 veces el valor del préstamo. Este problema lo entiende cualquier ama de casa o cualquier desempleado cuando no tienen para el arriendo, los servicios y el estudio de los hijos; o comen o pagan servicios o arriendo, pero no alcanza para todo.
La deuda externa se convierte así en un factor de ingobernabildad, pues en estos tiempos de crisis, cuando se espera que el Gobierno produzca gestos positivos que despierten la confianza para que se dé la reactivación económica mediante le inversión de recursos públicos y privados, éste resulta con torpezas como el cierre de colegios públicos o de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín o de la eliminación de puestos del sector agrícola (2.050 de los 5.073) cuando es el sector que mejor se debería atender porque somos un país de vocación agrícola y es ahí donde están nuestras mejores oportunidades.
Mientras tanto, se mantienen intactas instituciones inútiles y nocivas como el Congreso de la República, las asambleas y los concejos, a pesar de que el cierre de estos aportaría un ahorro inmediato de casi 800 mil millones de pesos anuales. Igual pasa con otros despropósitos alcanzados por una manera equivocada de entender la democracia como son las transferencias municipales y departamentales que terminan casi siempre en bolsillos particulares o dedicadas a menesteres suntuosos mientras las necesidades básicas permanecen inatendidas.
Al igual que en cualquier familia venida a menos, habrá que pensar si para Colombia es útil seguir pidiendo empréstitos impagables o decidirse por vivir austeramente, como pobres de verdad, sin darnos ínfulas de vecino rico. Lo otro que es una verdadera necesidad es refinanciar la deuda para aumentar los plazos y rebajar las cuotas porque de lo contrario llegará el momento en que nos veamos forzados a no pagarla como cualquier deudor moroso.
Los colombianos aceptamos que los gringos nos ayuden en esta guerra pero que nos quieran ahorcar con esa deuda y que el Gobierno tenga que cumplir los postulados del Fondo Monetario Internacional —incluyendo la apertura económica que nos tiene acorralados— es una verdadera violación, o más bien desaparición, de la soberanía nacional. Así, la recuperación económica va a costar la sangre que al ministro Santos se le olvidó mencionar.
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No puede ser que ciudades como Medellín y Bogotá sean paralizadas un día completo por culpa de una cabalgata como el sábado anterior (julio 29). No se puede privilegiar a un grupo de borrachos para que se exhiban en sus bestias imponiendo el caos. Esta actividad salvaje ha dejado peatones y jinetes muertos en años anteriores. No más cabalgatas.
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