La semana anterior el tema de la paz se atizó con la solicitud beligerante que Jorge Visbal Martelo, presidente del gremio ganadero, hizo en la convención nacional de esa colectividad. Visbal pidió la creación de ‘milicias nacionales’, figura existente en la vieja Constitución de 1886 que en poco difiere de las polémicas asociaciones ‘Convivir’, las que promocionó en su momento el hoy aspirante presidencial Álvaro Uribe Vélez. Sin embargo, a pesar del duro trance en que la guerrilla tiene al país, la propuesta de Visbal podría traer más perjuicios que bondades y, de cualquier manera, una situación traumática y costosa.

Al margen de que tal solicitud haya roto esa atmósfera de unidad que inicialmente generó la creación del Frente Común Contra la Violencia y por la Paz, la propuesta es rechazable a la luz de las actuaciones de los grupos paramilitares en todo el país, los cuales, en su mayoría, tienen por objetivo la protección de intereses privados –a menudo del narcotráfico– como en el caso del ex ministro Carlos Arturo Marulanda y su hacienda Bellacruz, en el Cesar, donde se cometió una masacre de campesinos a manos de un grupo paramilitar creado y pagado por él para erradicar la invasión de su predio.

Puede sonar a discurso comunista pero crear estas milicias equivaldría a legalizar los grupos paramilitares y a sembrar el terror en todo el país, no porque la idea sea mala en sí o porque no sea justa; es un hecho que los ciudadanos tenemos el derecho y hasta la obligación de defendernos cuando nuestra vida, honra y bienes se ven amenazados, pero las ‘milicias nacionales’ no serían propiamente para defender de ataques subversivos a Dabeiba, a Algeciras o a Bagadó, sino para proteger los bienes de los gamonales que le han hecho tanto mal a Colombia como la misma guerrilla y la clase política, y ellos –no sería raro– se aprovecharán de ese poder militar para incrementar su dominio y su influencia donde quiera que sus ejércitos se instalen.

La otra alternativa, también difícil de implementar y de controlar, es la de armar a la población más desprotegida para que pueda defenderse con la valentía de los pobladores de Ortega (Cauca) que se enfrentaron a las Farc y dieron de baja a 12 guerrilleros. No obstante, no puede enfrentarse a la comunidad con un ejército entrenado, eso, a la larga, se convertiría en una vil carnicería de la que saldrían perdedoras las comunidades más pobres y desamparadas, el costo en vidas humanas, y también el monetario, sería escandaloso. Cabe también la probabilidad de que estas comunidades, al estar armadas y ante la ausencia histórica del Estado, se vuelvan ruedas sueltas y desconozcan la autoridad legítimamente constituida, convirtiéndose la Nación en una colcha de retazos con un caos medieval.

Los colombianos somos prolijos a la justicia por mano propia, al individualismo, al egoísmo, a la envidia. A lo ancho y a lo largo del país se han cultivado años de resentimientos, de temores, de odios. La impunidad y la violencia se alimentan entre sí y todo eso se va a multiplicar en el momento en que todos empuñemos un fusil. Aún no nos hemos unido ni siquiera para hacer una marcha solemne y multitudinaria, como en España, en contra del secuestro o el crimen generalizado y menos en contra de la corrupción. Entonces, armar un pueblo desunido es alimentar la división y contribuir a un autoaniquilamiento, a un suicidio.

De muchas maneras se ha demostrado que es necesario que el Estado recupere el monopolio de las armas y no lo contrario. Basta con decir que las estadísticas son claras al señalar que un alto porcentaje de los homicidios en Colombia son cometidos con armas legalmente amparadas y en situaciones donde el detonante es el alcohol. ¿Qué podría pasar si se generaliza el porte de armas? ¿Es exagerado decir que podríamos pasar a la atomización nacional?

Lo que se requiere ahora es tomar medidas más inteligentes, eficientes y lógicas como aumentar en por lo menos cien mil hombres el pie de fuerza del Ejército y la Policía, darles mayores herramientas tecnológicas, pedir la presencia de los cuerpos de paz de la ONU y solicitar las ayudas electrónicas y satelitales que sólo puede facilitar Estados Unidos, antes de llegar al extremo de rogarle a los gringos que vengan a ponerle orden al patio y no el barullo total que traería la propuesta del señor Visbal.

Posted by Saúl Hernández

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