Después de los acontecimientos del 11 de Septiembre el mundo parece haber acordado entrar en el terreno de las soluciones a aquellos conflictos generadores de violencia, que, por décadas, se han constituido en factores de desestabilización de grandes e importantes regiones. En la Gran Bretaña hay dos avances fundamentales: el Ira aceptó entregar un arsenal que conforma una gran parte del armamento en su poder, y el primer ministro, Tony Blair, se ha atrevido a solicitar la conformación oficial del estado palestino.
Dicen que lo primero se debió a que el Ira previó lo que se le venía pierna arriba a raíz de la declaratoria universal de guerra contra el terrorismo hecha por los Estados Unidos donde, por demás, el Ira ha sido financiado por las comunidades irlandesas con asiento en ciudades como Nueva York. Además, mal podía verse el respaldo británico a la arremetida norteamericana en Afganistán, mientras las bombas del Ira seguían estallando en las narices de la Reina, si el gobierno de Blair no hacía lo propio contra el Ira, de manera que la guerrilla irlandesa y su brazo político vieron el momento histórico de negociar o morir y, por tanto, están actuando en consecuencia.
Asimismo, Tony Blair comprende que la guerra contra el terrorismo no sólo puede hacerse con bombardeos y fusiles. Si el conflicto con Irlanda tiene un trasfondo religioso —son católicos que desconocen la unidad con la corona británica, cabeza de la religión anglicana— el terrorismo de los fundamentalistas islámicos está justificado por las tensiones judío-palestinas o, lo que es igual, por una guerra ‘santa’ entre judíos y musulmanes de carácter irreconciliable. El problema en medio oriente tiene dos aspectos a resolver, uno fácil y otro difícil: el primero es darle un territorio propio a Palestina y ayudarles a levantar, de la nada, ciudades, industrias, etc. Las naciones del primer mundo serían las responsables de conseguir un territorio para Palestina entre sus vecinos árabes (Jordania, Siria, Arabia, Líbano, etc.) y trasladar pacíficamente a todos sus habitantes. El asunto difícil es Jerusalén, ciudad considerada santa por judíos, católicos y musulmanes; para éstos últimos, el lugar desde donde su profeta Mahoma “ascendió al cielo”, y, por tanto, imposible de ceder a los “infieles”.
Gracias a Dios (Jehová, Alá, Yahvé, o como se llame) los verdaderos fundamentalistas son muy pocos. Tal vez por eso, de hecho, muchos analistas coinciden en señalar que para Estados Unidos —si lo que quiere es un mundo más seguro— sería más rentable desarrollar en Afganistán y otros países por el estilo, una especie de Plan Marshall que elimine la pobreza de esas naciones gobernadas por oligarquías acaudaladas que se aprovechan de la ignorancia de un pueblo que no ha vivido el Renacimiento y la Ilustración, y que se deja llevar en medio de un oscurantismo religioso a posiciones tan extremas y retrógradas como el desprecio a la mujer. La premisa es que si matan a Osama bin Laden, habrá otro igual o peor.
En Colombia, por el contrario, la cosa es muy distinta. Lejos están los actores armados de hacer entrega de, por lo menos, su armamento más viejo; todo lo contrario, habrá que tener los ojos abiertos para evitar que el armamento del Ira termine en el Caguán. Las Farc, el Eln y las Auc son tan ciegas que no ven en la declaratoria mundial de guerra contra el terrorismo una amenaza real a sus intereses. Las Farc tienen razones para creerlo así pues hasta el próximo 7 de agosto tienen presidente de bolsillo, ese mismo que no gobierna para los colombianos sino para el Caguán, ese que no quiere aprovechar los acontecimientos del 11 de Septiembre para poner la casa en orden y para quien las guerrillas de Colombia no son terroristas ni narcotraficantes, un presidente que traiciona a su pueblo y a su país, y se convierte en cómplice de los asesinos.
Aquí, mientras las guerrillas terroristas se niegan a dialogar, también podríamos dedicarnos a desarrollar nuestro propio Plan Marshall que no sería el Plan Colombia. Un verdadero plan para hacer país mientras los otros lo destruyen implica gobernar bien haciendo todo lo que Pastrana no ha hecho ni le dejó hacer a Samper: reformar la política, arreglar el sistema penitenciario, duplicar las fuerzas de Ejército y Policía, renegociar la deuda externa, eliminar (de verdad) la tramitomanía, controlar la apertura económica, salvar los hospitales, apostarlo todo por la educación, evitar que se desborde la natalidad, reubicar a los desplazados, hacer la reforma agraria y salvar el campo, extinguir el dominio de los bienes mal habidos de un plumazo…
En fin, se pueden mencionar mil vainas que un presidente puede hacer para mejorar a Colombia y que el actual no hace porque es parte de una clase política que sólo sabe de dragacoles, chambacús, foncolpuertos y cosas por el estilo. Sólo dos cosas pueden salvar al próximo presidente de Colombia: que tenga un verdadero plan de creación de empleo y tuerza las cifras, y que tenga los pantalones (o la falda bien puesta) para solucionar el problema de la guerrilla, que no le dé miedo darle paso a la ayuda humanitaria extranjera (con tropas, claro está), y que, al estilo de Blair, tenga el carácter de proponer soluciones radicales y definitivas como la creación del estado de las Farc pero bien lejos, por allá en la selva, donde se metan los terroristas y nos dejen tranquilos porque en Colombia no hay espacio para ellos, ellos no son colombianos. ·
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