Anuncian las Auc que han tomado una decisión de mucho peso para el futuro de la confrontación armada en Colombia: se disponen a cesar las masacres en contra de los no combatientes, a eliminar las desapariciones de activistas de izquierda y a evitar la crueldad y la sevicia. Es posible que los acontecimientos del 11 de septiembre tengan mucho qué ver en esta decisión, sin olvidar que las Auc fueron vinculadas a la lista de grupos terroristas por el Departamento de Estado norteamericano un día antes de la tragedia de Nueva York y Washington.
También es posible que las Auc hayan hecho una mejor lectura de su realidad, donde sus actos las deslegitiman tanto o más como las brutalidades de la guerrilla han servido para que sean vistas con otros ojos y ahora sean pocos los países que se muestran dispuestos a tener relaciones con ellas o a prestar su suelo para que asienten sus pies los ‘embajadores’ terroristas de las Farc y el Eln en busca de apoyo político y financiero para seguir con su tarea de destruir a Colombia y a los colombianos.
Lamentablemente, el origen de las Auc es espurio, ilegítimo, indecoroso. Su inicio como ejércitos privados de los grandes narcotraficantes y de algunos terratenientes no les dan más prestigio que a la subversión. Luego, su accionar intolerante en el eje de ultraderecha, al eliminar tres mil militantes de la UP, las convirtió en un problema más para Colombia, agrandado por las denuncias reiteradas de numerosas ONG de izquierda que han insistido en la íntima relación de estos grupos con las Fuerzas Militares legalmente constituidas y que, además, se han atrevido a catalogar al paramilitarismo como una ‘política de Estado’.
Sin embargo, la defensa es un derecho universal invulnerable de todo ser humano consagrado por todas las democracias. Los grupos de autodefensa han sido vitales para asegurar la supervivencia de comunidades y naciones, y responden al principio de la autodeterminación de los pueblos. Por eso el candidato presidencial Álvaro Uribe Vélez, cuando fue gobernador de Antioquia, promovió e impulso las ‘Convivir’, grupos de autodefensa dotados con armas de mediano poder y equipos de comunicaciones que tenían como fin disuadir a los criminales sin remplazar a la fuerza pública.
Pero los ‘defensores’ de los derechos humanos y ONG íntimamente ligados a las guerrillas le quitaron a los colombianos, mediante su proselitismo y sus denuncias amañadas, la posibilidad de defenderse de la creciente amenaza guerrillera. Para colmo, nuestros gobiernos han sido lentos y negligentes en la conformación de un verdadero Ejército que arrase con los enemigos de Colombia, y muy arrogantes, engreídos y soberbios para creer que podemos resolver el problema solos y negarse a solicitar ayuda internacional tanto en lo humanitario como en lo militar.
Duélale a quien le duela, y a pesar de sus acciones crueles, feroces y brutales, si no fuera por las Auc medio país estaría bajo el poder absoluto de los terroristas si acaso es que no hubieran instalado ya su régimen totalitario y bestial en la Casa de Nariño, precisamente llamada así en memoria del precursor de las ideas libertarias en Colombia.
Los colombianos nos hemos expresado incansablemente en contra de las Farc y el Eln; el 95 por ciento de los ciudadanos está en su contra y no avala bajo ninguna razón, válida o no, que se haga correr tanta sangre y tanta destrucción en nuestro nombre. Nadie que desatienda la voz de las mayorías puede erigirse como su gobernante, y lo que pasa hoy por la mente de nuestro pueblo es que la guerrilla debe desaparecer por el daño despiadado que le está ocasionando a Colombia.
No puede decirse ahora que las Auc representen al pueblo colombiano porque le ocurre lo mismo que a las guerrillas: sólo se representan a sí mismas. Tampoco puede pedirse o pretenderse que el pueblo apoye a las Auc como medida desesperada para librarnos de un enemigo que cada día atemoriza más por su falta de cordura, pero si las autodefensas cesan las masacres, las desapariciones y todo acto de crueldad no sólo se beneficiará el país al mermar el clima de violencia sino que ellas ganarán una legitimidad tan amplia como para convertirse en un interlocutor válido del tema de la paz y para ejercer con dignidad el legítimo derecho a la defensa.
Si bien es cierto que el gobierno debe ‘obedecer’ a las guerrillas en lo del combate al paramilitarismo es preciso ser claros en el sentido de cómo realizar ese combate. El paramilitarismo debe erradicarse en la medida en que el Ejército crece y se fortalece para ir ocupando las áreas que las autodefensas dominan. De otra manera, eliminarlas sólo sería despejarle el camino a los subversivos para que canallamente arrasen a Colombia sin posibilidad de defensa, un derecho legítimo de todos los pueblos y un factor de peso que unido a otros nos ayudarán a obligar a las guerrillas a doblar la cerviz y dedicarse a cuidar vacas si no es que antes el señor George Bush le muestra a nuestros gobernantes cómo se trata un grupo terrorista. ·
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