Ante el problema más grave del gobierno de Pastrana, el desempleo, el equipo de gobierno ha perdido, de manera inexplicable, tres largos años para implementar políticas que reviertan o, cuando menos, frenen el proceso recesivo de la economía; el que ahora se quiere manejar con una reforma laboral que podría haber incrementado los puestos de trabajo hace cinco años cuando había una dinámica económica en firme y no ahora cuando se oponen tantos factores adversos.
Los dos primeros años de esta administración se perdieron por la terquedad del entonces ministro de Hacienda, Juan Camilo Restrepo, que no quiso liberar la banda cambiaria y se limitó a manejar una economía de ascensor, creyendo que todo se arregla subiendo o bajando las tasas de interés. La teoría con la que se ha manejado la economía colombiana en los últimos años es infantil: bajar las tasas de interés para que los industriales se endeuden, contraten materias primas, equipos y personal y —magia, magia— se reactive la economía. Y con la misma laxitud mental se cree lo inverso: suben las tasas y se atraen ahorradores por la rentabilidad de la inversión, se fortalece la banca y crece la base financiera para prestar (aunque a intereses muy altos).
Igual pasa con el precio del dólar, sube y los exportadores obtienen más pesitos y les va mejor; baja y las importaciones se abaratan, no importa si son chucherías o equipos que necesita nuestra industria. Esos dos criterios tan banales son los que han estado rigiendo nuestra economía, sobre todo en la era Pastrana, y serían útiles si se tratara de una situación coyuntural y no de un problema estructural originado por la apertura económica y empeorado por las condiciones de orden público y la globalización de los mercados.
Si miramos la historia reciente, todos los países que han caído en profundas crisis económicas han salido de ellas cerrando las fronteras, sustituyendo importaciones por productos nacionales, recuperando capitales fugados, ofreciendo excelentes condiciones de inversión para el capital foráneo, recogiendo el gasto fiscal en lo suntuario e invirtiendo en obras públicas y en todos los campos donde se requiera mano de obra no calificada. Roosevelt sacó a Estados Unidos de la depresión de los años 30 siguiendo, básicamente, esas políticas, y muchas naciones han repetido la fórmula con éxito.
Pero veamos lo que se hace en Colombia: las importaciones están desbocadas. Se traen 8 millones de toneladas de alimentos anuales que podrían producirse en el país. En el reciente paro campesino, los papicultores de la meseta cundiboyacense denunciaron la quiebra a la que han ido porque su papa no se vende, ahora la importan de Holanda los grandes comerciantes que se enriquecen a costa del hambre del campesinado.
En cuanto a los capitales no sólo no se recuperan sino que se siguen fugando ante las condiciones de seguridad del país no sólo en materia de orden público sino del ambiente financiero. Como es más rentable invertir en dólares en el exterior hasta las clases medias están sacando sus recursos y quienes no lo hacen prefieren invertirlos en actividades especulativas. Nadie quiere hacer industria por el exceso de trámites, por la desprotección en que el Estado tiene a todos los sectores de la economía y por los bandazos de sus políticas económicas y laborales.
Precisamente, esa falta de estabilidad de las políticas va en contra de la necesidad de ofrecer atractivas condiciones de inversión para el capital foráneo —incluso para el nacional—. Basta recordar las facilidades y prerrogativas que otorgó la Ley Páez para establecer industrias en el Cauca y permitir la rehabilitación social de esa región después de la avalancha del río Páez en junio de 1994. Exención de impuestos de industria y comercio por varios años, y de otros tributos, fueron las condiciones que se eliminaron de un tajo por la reforma tributaria que practicó Juan Camilo, de manera que lo que un gobierno ofrece el otro lo tumba.
En cuanto al gasto fiscal se ha ido reduciendo con una sola medida: recortar personal. Si bien el Estado colombiano es un paquidermo burocrático, los recortes masivos de personal aceleran la contracción de la economía y no son una solución barata en el corto plazo por las costosas indemnizaciones. Mientras tanto, los gastos suntuarios no se recortan, no se combate la corrupción con la decisión requerida por aquello de que “entre bomberos no nos pisamos las mangueras”, y se está terminando otro cuatrienio sin hacerle la reforma a un Estado gigante al que la Constitución del 91 dotó de nuevas entidades costosas e inútiles.
Lo peor de todo es que la plata que malgasta el Estado no se emplea en grandes inversiones generadoras de puestos de trabajo. La administración Pastrana no le deja al país ni una sola obra de magnitud que haya generado miles de puestos durante muchos meses, ni una sola política que impulse grandes obras en las grandes ciudades donde está el grueso de los desempleados.
Frenar el desempleo y reactivar la economía requiere mucha creatividad y múltiples medidas que se complementen. No basta con una reforma laboral, ni con que el ministro de Trabajo, Angelino Garzón, promulgue el ‘empleo social’, que “el que pueda contratar un jardinero o un conductor lo haga”, ni basta con hacer campañas publicitarias. La economía colombiana hay que volverla a manejar con criterio de ama de casa y no con el de los presidentes arrodillados ante el Fondo Monetario Internacional. ·
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