El atentado del martes contra las Torres Gemelas y el Pentágono tiene al mundo en vilo por su carácter de espectacular y mediático; horriblemente espectacular, pues lo horrible también puede serlo, y mediático por haberse visto en directo desde el corazón del mundo y existir videos desde más ángulos de los que un director de cine quisiera. Además, claro está, la prominencia del hecho es inocultable: por lo menos 5 mil muertos.
Al margen de ello, la ley del terror es igual en cualquier parte, llámese Bajo Manhatan, Parque Lleras o Bocas de Satinga. Las mismas imágenes que el mundo contempla horrorizado, destrucción y transformación de un paisaje donde el emblema ya no existe, las han sufrido miles de colombianos de pueblos y ciudades. Nueva York invertirá 40 mil millones de dólares para recuperar la zona y las compañías de seguros pagarán primas multimillonarias. En nuestros pueblos, la recuperación de colegios, hospitales, bibliotecas, casas de la cultura, alcaldías, estaciones de policía, iglesias y viviendas se vuelve un ruego de limosnero y pasan años antes de una recuperación total.
Por supuesto que el ataque brutal a los Estados Unidos va a generar una reacción proporcional al siniestro porque allá las víctimas tienen dolientes. En nuestro país, las víctimas de los grupos terroristas son apenas una estadística y van a la fosa con la mirada cómplice de un Estado corrupto e ineficiente y de una sociedad dormida e indolente. ¿Será que los muertos del martes —incluyendo, hasta ahora, cerca de 200 colombianos— valen más que los muertos de Machuca o de Murindó?
Que no vengan los defensores de la guerrilla a decir que la comparación no es válida porque de Osama Bin Laden a Tirofijo, Mono Jojoy o Gabino no hay ninguna diferencia fundamental, tal vez sólo la inteligencia y la claridad porque Osama atacó en el centro mismo de su enemigo mientras que las Farc o el Eln de estrellar un avión contra un objetivo —y no hay que darles ideas— lo harían contra un tugurio de Mutatá o de Agua Blanca y no contra el Palacio de Nariño o la Torre Colpatria porque son imbéciles y matan al pueblo que creen defender.
En Estados Unidos la voluntad de combatir el terrorismo y castigar a los culpables es absoluta. Aquí, cuando se habla de castigos, salen de todas partes abogados del diablo a impedir que se haga justicia mientras el resto de colombianos esgrime el “esto no es conmigo” y sigue de largo. Y aún más: hay un buen porcentaje de colombianos —entre ellos muchos de nuestros dirigentes, incluyendo el presidente— que manejan la filosofía absurda de poner la otra mejilla y bendecir el reino de la impunidad. Se desconoce que es imposible dialogar con quien sólo nos da puños y mientras la mejilla no sea la propia a nadie le importa.
Ha hecho carrera el cuento de que hacer justicia es tomar venganza y que eso no es bueno. Lo ideal es que la reacción no se parezca a la de los bandidos para no caer en sus atropellos y vilezas pero no se puede seguir enterrando la cabeza como un avestruz. No puede ser que las Farc sigan burlándose de todo un país —con el beneplácito de Pastrana— al salir de la zona de distensión a tumbar pueblos y secuestrar gente que está durmiendo en sus apartamentos, como en Neiva, y regresar a la Zona con sus botines.
Los judíos —que pasaron de atropellados a atropelladores— no tienen ninguna reserva en romper pactos y cobrar con sangre cuando uno de sus ciudadanos es muerto por palestinos. Estados Unidos hará lo mismo en cualquier momento si Afganistán se niega a entregar a Bin Laden. ¿Cómo puede ser posible que las Farc tenga secuestrados en la Zona y cometa toda clase de ilícitos, hoy reconocidos hasta por sus antiguos defensores de Human Rights Watch, con la complacencia del Gobierno? ¿Acaso no se da cuenta el señor Pastrana de que su actitud lo hace cómplice y que en un futuro no muy lejano puede terminar en la cárcel compartiendo celda con su amigo, el de la toalla? (Ser presidente no le da derecho de permitir delitos y no castigarlos). ¿No es lo más lógico pedir ayuda internacional para combatir estos terroristas y devolverle el orden a Colombia o qué intereses ocultos existen para que nuestros gobernantes se opongan metódicamente a una intervención humanitaria y permitan la masacre? ¿Temen perder la gallina de los huevos de oro?
El ataque a los Estados Unidos ha sido suficiente para llamar a los reservistas y declarar una guerra cuyos alcances están por verse. No van a esperar a que se repita porque para ellos estos actos son intolerables, como para cualquier nación civilizada. Tristemente nuestro país apenas está reaccionado al fortalecer el Ejército, institución en la que debemos confiar, que está comprometida con el pueblo colombiano y que ha dejado de ser un factor de violación de los derechos humanos. La reacción del paramilitarismo ha sido equivocada; aquí lo apropiado es responder a la guerra que nos plantean los terroristas con la misma determinación con la que fue exterminado Pablo Escobar y su horda de asesinos. Hacernos creer que esto se va a arreglar sólo con diálogo es un embuste del gobierno que la sociedad no se puede seguir tragando.
En Colombia no hay guerrilla, hay grupos terroristas que atacan indiscriminadamente a la población y desean destruir al país y a todos los que se opongan a su proyecto criminal. Seremos afortunados si la mano larga de los gringos llega hasta aquí para combatir el terrorismo con el que nos hemos resignado a convivir. Su determinación de hacer justicia es clara; Colombia, en cambio, se resigna, soporta y llora. Tal vez por esa actitud ellos han levantado una nación altiva y libre mientras nosotros… ¿Qué somos nosotros? ¿Qué es Colombia?
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A propósito de Pablo Escobar y terrorismo: ¿Cómo es posible que gracias al nuevo código penal hayan quedado en libertad los lugartenientes del capo autores de decenas de atentados con carrobombas? Estos asesinos no pagaron ni diez años de cárcel. ¿Eso es justicia? ¡Qué clase de país tenemos! ¡No hay derecho!
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