Luego del encuentro del presidente Andrés Pastrana y el comandante de las Farc, Manuel Marulanda, resurgió la esperanza de la paz pero con mayor moderación que en ocasiones anteriores. Viniendo de las Farc y de Marulanda, el pastorcito mentiroso, cualquier propuesta, promesa o decisión se recibe con beneficio de inventario hasta que los hechos se materialicen. La necesidad de ser realistas exige argumentar que los beneficios de la visita del Presidente al Caguán no son evidentes para el país, por el momento, aunque sí para Pastrana, que puede ser visto como un héroe por el mundo, y para Marulanda, que fue tratado como un jefe de Estado.
Los beneficios de la visita podrían redundar en el comienzo de un diálogo real, o sea de una negociación que le dé fin a esa mamadera de gallo —como diría Gabo— a la que se han ajustado las supuestas conversaciones de paz. En el comunicado quedó escrito que se dará prioridad al tema de la confrontación armada, precisamente para cesar las acciones de beligerancia que es lo que más nos interesa a los colombianos. Pastrana logró en sólo dos días descongelar los diálogos, un compromiso para crear un mecanismo que impida nuevos congelamientos y la institucionalización de un comité de notables que certificarían el uso que se da a la zona de distensión. Además, evitó cualquier transacción en lo referente al Plan Colombia y dejó satisfecho a don Manuel en cuanto a la política estatal contra el paramilitarismo.
Marulanda ganó al no tocarse el tema del secuestro y las extorsiones, y al mantener los 42 mil kilómetros cuadrados bajo su mando, pero sobre todo al mantener el proceso de paz en el terreno de los ofrecimientos y las ilusiones porque no puede negarse que es alentador ver al Presidente abrazándose con un delincuente y admirar esa convivencia insospechada entre los policías y los guerrilleros que formaban los anillos de seguridad. Todo eso ilusiona al país tanto como las declaraciones que dio el Mono Jojoy a una cadena norteamericana de televisión: que piensan suspender los ataques con cilindros de gas en las poblaciones y que las Farc pretende llegar a Bogotá pero por medios políticos y no a través de la guerra. Bellezas que no se parecen a lo que le dice a sus subalternos en las conversaciones radiales.
No hay que ser un gran pesimista para creer que el show de la semana anterior no fue más que un acto de circo de un Presidente que camina, como dicen, con el sol a sus espaldas sin nada bueno que permita recordar su mandato y un guerrillero viejo que se va a morir sin hacer la revolución y con una imagen de bandolero que está lejos del Bolívar que dicen emular. Para las guerrillas, todas, llámense Farc, Eln, Epl, Jaime Bateman o Ejército Guevarista, las negociaciones de paz son el plan B; el único interés de los anarquistas es apabullar a cada ciudadano para apabullar a la Nación. Negociar es el escape que les queda cuando se ven derrotados, cuando interiormente la unidad se rompe.
El verdadero ejército del pueblo es el de las Fuerzas Armadas legalmente constituidas y a éste debemos darle todo el apoyo y la dotación necesarias para que obligue a las Farc —y a los demás grupos subversivos— a que materialice sus artificiosos compromisos de diálogos y negociación hasta que en el país no quede un sólo guerrillero. De alcanzar la justicia social nos encargaremos los miles de ciudadanos de bien que estamos comprometidos con ello, cosa imposible de alcanzar para un campesino arrogante y asesino que no sabe sino matar, secuestrar y mamarle gallo al Presidente. ·
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