No cabe duda de que los resultados favorables que obtiene en las encuestas el candidato independiente Álvaro Uribe Vélez son una muestra más del desgaste de la guerra, del mal llamado Proceso de Paz y del rechazo mayoritario hacia las guerrillas. Si hace cuatro años las Farc fueron un factor definitorio en la elección de Andrés Pastrana (por aquella foto de Víctor G. Ricardo y Tirofijo que sirvió para alimentar el sueño de la paz), hoy será más decisiva que nunca porque todos los colombianos vamos a votar por el candidato que a nuestro parecer nos ofrezca la solución del conflicto, promesa común de todos los aspirantes.
Ahora, las diferencias son de método y de credibilidad. Uribe Vélez se ha adelantado varios años a la conclusión que los colombianos, día a día, venimos descubriendo: hay que ejercer autoridad. El diálogo y la negociación son posibles en la medida en que la contraparte demuestre un interés genuino por lograr un acuerdo, de lo contrario el principio de autoridad no puede venderse ni doblegarse.
Los amigos de la guerrilla vienen haciendo campaña para evitar una guerra total que elimine la subversión como se logró en el Perú o en un país como Canadá en los años setenta. Esgrimen toda clase de argumentos para impedir que el Ejército actúe y tratan de hacer pasar desapercibida la acción criminal de la subversión. Venden la idea de que aquí no pasa nada pero que si las Fuerzas Armadas se duplican, reciben mayor presupuesto, mejoran en tecnología, armamento, transporte y comunicaciones, y son apoyadas táctica, logística y militarmente por tropas de la ONU o de los E.U., será catastrófico para la población civil.
La verdad es que cualquier guerrilla es derrotable principalmente cuando ya ha perdido en términos políticos y eso es lo que ha pasado con las Farc (y también con el ELN). Muchos colombianos que simpatizaban con ellas las ven ahora como meros grupos terroristas y mientras subsistan las desigualdades y la injusticia en nuestro país habrá quienes sueñen con una revolución cuyo modelo será completamente opuesto al de unos comandantes montunos y sanguinarios, sin la ética y el honor indispensables para pasar gloriosamente a la historia. A su vez, la comunidad internacional ha dado un viraje de 180 grados en los últimos dos años y ya no ven en la guerrilla colombiana al romántico Robin Hood que nos iba a librar de la tiranía.
En Colombia nadie quiere la guerra pero añoramos un país donde las reglas sean iguales para todos y exista un Estado que las haga cumplir; ese Estado no puede ser el de hoy que es tan valiente con los débiles y tan laxo con los poderosos, entre los que se destaca Marulanda y su pandilla como el elemento más perturbador de la vida normal de los colombianos. También las chusmas de Gabino y de Castaño y esa cueva de ‘Alí Babá’ que se llama Congreso de la República.
Es entonces claro que exista sintonía entre el candidato Álvaro Uribe Vélez y un porcentaje muy alto de colombianos; lo que extraña es que haya quienes se sorprendan con los resultados de las encuestas y, aún más, quienes creen que es el desespero de los colombianos lo que nos llevará a votar por Uribe en las urnas. No, Uribe Vélez es el mejor candidato en la guerra o en la paz, es el más serio, el más capacitado y su honestidad no genera dudas ni entre sus detractores.
Colombia no resiste más presidentes de discurso envolvente y frases de cajón (“¡Yo sí voy a estar con los cafeteros! ¡Mi gobierno no le va a dar la espalda a los campesinos!…”), ni los que se rasgan las vestiduras hablando de soberanía (“¡No voy a traer tropas extranjeras!”) cuando el país ya está parcelado y vendido a las multinacionales, ni de aquellos que juran derrotar la corrupción con el apoyo de Valencia Cossio o de la maquinaria liberal en pleno.
Es casi un milagro tener un candidato que le apuesta a las ideas, a la creatividad, al respeto por sus oponentes, y que se sabe la lección, que le cabe el país en la cabeza, que conoce todos los temas al dedillo y que no promete cosas imposibles; que tiene una retórica responsable (como diría Max Weber) y no una para convencer votantes. Un candidato que le podría devolver la dignidad perdida al más alto cargo de la Nación, tan pisoteado en los últimos tiempos; que nuestros niños vean que el Presidente es un hombre admirable; que el solio de Bolívar vuelva a ser el trono de la democracia y no el retrete de la corrupción.
Aunque nos falta mucho por madurar políticamente, nuestra democracia va en ascenso. Se acabaron las épocas en las que se votaba por el color del trapo y hay una masa crítica insatisfecha con la clase política y con los violentos, como lo demuestran las prácticas de resistencia civil en los cuatro puntos cardinales (ayer fue en el municipio de Contratación, Santander). Hay que entender que una sola persona no nos puede dar la paz, tendrá que ser obra de todos, pero elegir bien sí es un acto de paz y de progreso.
Que las guerrillas no se equivoquen pensando que eliminar a Uribe es útil a sus propósitos de tomarse el poder porque los efectos podrían ser contrarios a sus objetivos. Lo convertirían en un mártir, en un ícono de la contrarrevolución, en el más claro ejemplo de lo que un demócrata debe hacer para con su Patria y sus paisanos. De esa manera seremos muchos los dispuestos a luchar por Colombia, a derrotar las desigualdades y la pobreza, haciendo uso de las armas que esgrime el líder de las encuestas: corazón e inteligencia, pero oremos para que Dios permita que sea él mismo quien señale el camino desde el Palacio de Nariño. Doctor Uribe: Salve usted la patria.
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