Algo más de diez millones de electores votaron en las elecciones parlamentarias de ayer, de entre 23 millones de colombianos habilitados para votar, lo que representa un abstencionismo cercano al 60 por ciento. Como si fuera poco triunfó el voto de castigo: casi 650 mil votos no marcados, cerca de 400 mil votos nulos y alrededor de 350 mil votos en blanco; ahí se concentra más del 10 por ciento de la votación total. Muy atrás quedaron los barones electorales Luis Alfredo Ramos, con 212 mil votos; Antonio Navarro Wolff, con 208 mil y Germán Vargas Lleras con 205 mil sufragios.
Según analistas, la esperada renovación del Congreso de la República quedó en veremos; alrededor de un 70 por ciento de los elegidos son los mismos de siempre, los mismos chanchulleros, clientelistas y ladrones de siempre, a pesar de que ahora no encabezan los comicios; muchos pasaron con los votos contados y algunos se quedaron por fuera. De los candidatos de la farándula nadie alcanzó curul —salvo los deportistas Willington Ortiz y María Isabel Urrutia por las comunidades negras—, y 13 departamentos se quedaron sin representación en el Senado lo que demuestra que la circunscripción nacional no es democrática sino centralista: los centros de poder como Antioquia y Bogotá eligieron hasta 12 senadores.
A esta hora muchos políticos quemados deben estar llorando al ver tantos votos no marcados, nulos y en blanco. No queda duda de que en la reforma política el voto en blanco debe adquirir mayor peso. No puede ser totalmente legítima una elección en la que el voto en blanco primó sobre los candidatos: el electorado dejó en claro que siente un profundo desprecio por la clase política tradicional y honda desconfianza hacia las alternativas renovadoras de la política.
El caso de los votos no marcados merece un análisis detallado para entender qué pasó allí. Algunos analistas opinan que muchos electores, por mala información, creen que eso equivale a votar en blanco pero la apatía política es tal que la explicación de un joven que no marcó el voto es significativa: «Voto porque me rebajan 70 mil pesitos de la matrícula», lo que convierte el incentivo electoral en un soborno inútil.
La llamada operación avispa, amparada por la Constitución Nacional, se ha vuelto una amenaza para la democracia. Actualmente existen 76 partidos políticos en Colombia, microempresas electorales que van tras los puestos y el presupuesto, movimientos sin ninguna seriedad ni contenido programático que convierten el tarjetón en una sábana pintoresca e inmanejable. El artículo 108 de la Constitución establece que un partido o movimiento se puede registrar con 50 mil firmas; diez personas distribuidas en una ciudad las recogen en una tarde porque una firma no se le niega a nadie. De ahí que haya tanto personaje interesado en solucionar sus problemas económicos en cargos de elección popular. ¿Sí será sano para el país que no haya requisito alguno para candidatizarse a una corporación pública?
Resulta además que es más efectivo sacar muchas listas porque el sistema de cociente lo propicia. Luis Alfredo Ramos apenas pone otro senador de su lista (con sus 212 mil votos) mientras que los últimos llegaron con menos de 40 mil. El voto de las mayorías se castiga porque no hay un guarismo igual para acceder a la curul sino una fórmula inventada por los zorros de la política.
Todo esto, visto a grandes rasgos, ratifica la necesidad de una reforma política. Es imperativo que los parlamentarios no lleguen a presentar proyectos de Ley sobre cualquier disparate sino a tramitar la reforma que el país exige y necesita. La contienda por la presidencia se disputa ahora entre un candidato que no va a realizar la reforma (Serpa) porque su maquinaria es la misma que se roba el Congreso año tras año, y otro (Uribe) que tiene la reforma como uno de sus pilares de campaña. La elección del domingo dejó en el Senado 30 serpistas contra 27 uribistas. Esta semana es muy probable que parlamentarios como Antonio Navarro Wolff y Samuel Moreno Rojas se adhieran a Álvaro Uribe Vélez e, incluso, que Juan Camilo Restrepo decline su aspiración en favor de Uribe, con el apoyo de la bancada conservadora.
Las fuerzas de Uribe son suficientes para propiciar la reforma política del Congreso de la República pero tanta abstención y apatía no van a permitir la conformación de un Parlamento limpio, sin las viejas figuras que no están dispuestas a soltar nunca la teta del poder. De nada va a servir si la próxima vez nos quedamos en la casa o castigamos a la clase política no marcando el voto o sufragando en blanco a pesar de haber buenos candidatos.
Los más incrédulos han sido sensatos al predicar que no creen que Uribe Vélez sea por sí mismo la salvación de Colombia —él mismo dice que los problemas del país no se arreglan en cuatro años—, sobre todo porque será tarea de todos retornar el país a un camino menos tortuoso. Eso será imposible mientras permitamos (para citar un sólo ejemplo) que Víctor Renán Barco, el líder de las corruptelas del departamento de Caldas, después de casi 40 años en el Senado, vuelva a resultar elegido por 70 mil colombianos. Así no vamos a ninguna parte.
*Los datos mencionados son el resultado después de escrutado el 94 por ciento.
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