No es un secreto para nadie que en las contiendas electorales salta a relucir, a menudo, la chabacanería y el mal gusto, pero la oleada de notas malintencionadas, tendenciosas y perversas que por estos días pululan en revistas y periódicos de todas las filiaciones en contra del candidato de la mayoría de los colombianos, el doctor Álvaro Uribe Vélez, no sólo representan un atentado a la ética periodística sino una muy sospechosa conspiración en contra del candidato.
Si bien es cierto que revistas y periódicos advierten que la opinión de los columnistas no representa la posición de los medios, no puede entenderse como algo sano que se quiera hacer campaña sin propuestas y sí con injurias, que no se hable a favor de una opción cualquiera (Serpa, Ingrid, etc.) sino, sistemáticamente, en contra de Uribe. No es razonable que un periodista (¿?) como Javier Darío Restrepo, ‘Defensor del Lector’ del diario El Colombiano, se pregunte en ese periódico si será bueno elegir un candidato acusado de narcotráfico para correr el riesgo de que un senador gringo resucite la acusación y «nos toque vivir otra vez el desastre de un presidente dedicado a defenderse durante todo su periodo». Contra este periodista, que se cree el adalid de la ética, ¿quién nos defiende? Sólo a su mente pervertida se le ocurre comparar el elefante de Samper con los orígenes diáfanos de Uribe, o si tiene pruebas que las presente.
En un país de envidiosos, como es el nuestro, donde la mitad de los colombianos goza con los triunfos de la Selección Colombia y la otra mitad con sus derrotas, es apenas entendible que mucha gente que cree tener la verdad absoluta sobre nuestros graves problemas, y el remedio, se estén mordiendo los codos porque se les atravesó un ‘mesías’ mejor —y hasta real— en sus aspiraciones. Ese no es el caso sólo de Serpa o de la pobre Noemí, y de todos los candidatos, sino también de gentes como el ex gobernador del Valle, Gustavo Álvarez Gardeazábal, que viene desarrollando toda una campaña de desprestigio porque no es él el elegido de los colombianos, él que siempre predicó que iba a ser presidente y a salvar a Colombia no soporta que otro lo haga.
Deplorable e inexplicable que analistas otrora cuerdos como Hernando Gómez Buendía (revista Semana), estén dedicados a minimizar las virtudes de Uribe Vélez, a magnificar sus defectos, a inventarle relaciones ‘peligrosas’ con personas cuestionadas y a tergiversar su programa de gobierno confundiendo cínicamente a la opinión pública, sobre todo en el tema de la cacareada ‘guerra’, describiendo escenarios grotescos en los que se convertiría Colombia de ser elegido Uribe.
Todo esto sucede porque es bien sabido por los expertos que la opinión pública es variable y que una mentira repetida mil veces termina siendo entendida como una verdad. Esa estrategia la ha implantado el liberalismo oficialista para impedir el virtual triunfo del disidente pero también los grupos económicos que están detrás de los medios de comunicación y que tienen reservas acerca de la moralización que desarrolle Uribe al interior del Estado. A muchos no les conviene que se acaben las antiguas relaciones del Ejecutivo con los grupos económicos, el desfile impúdico de Augusto López Valencia a la Casa de Nariño y al Capitolio, con las chequeras de don Julio Mario, para cuidar los intereses del Grupo Bavaria; o la cercanía entre Pastrana y el Sindicato Antioqueño donde —¿quién lo duda?— hubo mutuo beneficio.
También es cierto que entre los seres humanos existe la tendencia de atacar al fuerte y defender al débil. Los columnistas, en particular, creen que ser críticos y objetivos implica irse contra la corriente, ‘abriéndole’ los ojos al mundo. ¿Qué tal Juan Camilo liderando las encuestas? Le recordarían que fue el ministro de Minas y Energía durante el apagón de 1992; le recordarían que como ministro de Hacienda implantó el 2 por mil, subió el IVA y lideró una reforma tributaria onerosa para los colombianos, y que dispuso un fondo de capital público para que Pomárico y compañía se llenaran los bolsillos con la platica que todos pagamos.
Si fuera Ingrid la estarían difamando por su origen oligárquico, porque se jacta en su libro de haber nacido en distinguida cuna. Le saldrían enemigos en cada esquina porque se atrevió a decir, en el libro, que en Colombia todos son narcos y corruptos, y porque era amiga de Carlos Alonso Lucio. Si acaso el líder —¡y Dios no lo quiera!— fuera Lucho Garzón, tirios y troyanos se estarían rasgando las vestiduras hablando de los riesgos del comunismo y del sindicalismo, y hasta crímenes le inventarían: «que una monjita que mataron en la marcha sindical de 1974, que esto y lo otro…».
La pobre Noemí ya ha sido víctima de la mala prensa: que el desmayo fue una estrategia de campaña, que es ‘bruta’ como ella sola, que todo lo que dice es un libreto escrito por sus asesores, etc. Si estuviera liderando las encuestas a esta hora se estaría especulando cómo llegó a ser ministra en el gobierno de Belisario siendo tan joven y, sobre todo, tan bonita; que si no sería Pablo Escobar el que compró la finca del papá en Rionegro; que si no se acuerdan la correría de Noemí por el Caribe para conseguirle la presidencia de la OEA a Gaviria, como si fueran funciones de Gobierno; o la deslealtad que tuvo ella con Ernestico, su íntimo del alma, al atizar la hoguera para lucir como una adalid de la moral.
Si Serpa estuviera liderando las encuestas, los columnistas frívolos, oportunistas e insensatos no tendrían que buscar mucho para desprestigiarlo y menos inventar para hacerlo quedar mal. A él le sobran cositas: que fue el artífice de la defensa de Samper; que agachó la cabeza sospechosamente frente al Plan Colombia, del que se había declarado enemigo, cuando los gringos se lo ‘explicaron’ en Washington; que impidió, en plaza pública, que se hiciera el referendo propuesto por Pastrana para reformar la política y combatir la corrupción; que echó por la borda los procesos de paz con las Farc en Caracas y Tlaxcala, siendo alto comisionado de paz; que el regaño que le dio a la guerrilla fue sólo de dientes para afuera porque piensa muy distinto; que se sabe todas las mañas de la vieja clase política y lleva mucho tiempo usándolas, y un sinfín de etcéteras.
Lógicamente que aquí debería primar la hidalguía del mismo Álvaro Uribe Vélez, quien no se refiere a sus contrincantes ni opositores, en términos despectivos. A él le sobran conocimientos, liderazgo y humildad como para echarse al lodo con cualquiera; sus objetivos están claros en pos de un buen futuro para Colombia. Nos toca a nosotros no comer carreta principalmente con ese cuento de que la guerra que propone Uribe va a destruir a Colombia y que, por tanto, no debe combatirse a la guerrilla. Nadie quiere la guerra pero si no se desbaratan estas organizaciones terroristas a nuestros hijos les tocará vivir y padecer, por lo menos medio siglo, la dictadura de un Mono Jojoy o de otro simio peor. ·
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