La intervención de Estados Unidos en Irak hace parte de la misma lucha antiterrorista en la que estamos comprometidos los colombianos. No es casual que en muchos de los países que se oponen, las guerrillas colombianas se paseen como por su casa.
Ahora que el mundo parece estar a pocas horas de vivir una confrontación bélica crece la oposición y el discurso agitador en contra de los Estados Unidos, orquestado por los mismos que apoyan a las guerrillas colombianas. Por supuesto que nadie quiere la guerra pero los argumentos que esgrimen los cientos de miles de personas en todo el mundo, y los gobiernos de los países opositores, son falaces o, cuando menos, débiles; además de que están cargados de ese relativismo moral que es tan propio de los anarquistas.
En primer lugar, es débil y facilista decir que la intervención de los Estados Unidos en Irak es sólo por el petróleo. Si a ello vamos habría que descalificar de plano la oposición de Francia, Alemania, Italia, China y Rusia, cuyas compañías petroleras poseen los contratos de explotación de ese combustible en ese país, mientras que las compañías norteamericanas no tienen ninguno. Entonces, asunto solucionado: EE.UU. quiere el petróleo de Irak y los opositores no se lo quieren dejar arrebatar, es una lucha mezquina de parte y parte.
Sin embargo, no creemos que la cuestión sea tan sencilla aun cuando todo parezca señalar en ese sentido. Estados Unidos tiene un presupuesto militar de 200 mil millones de dólares anuales que mueven muy bien su economía. Es inocultable que su maquinaria de guerra necesita de cuando en vez una escaramuza para ‘aceitarla’. También lo es que el presidente Bush y el vicepresidente Dick Cheney, son petroleros y que esa nación consume más combustible que Europa, África y Asia juntas pero, a pesar de todo eso y de que Bush es un alcohólico y el peor inepto que ha pasado por la Casa Blanca en décadas no se puede olvidar el 11 de septiembre.
El ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono en 2001, no sólo constituye un gran pretexto —algo así como una ‘patente de corso’— para que Estados Unidos haga a sus anchas lo que mejor le parezca sino una obligación de ese gobierno para con sus ciudadanos que ha permitido introducir el concepto de ‘guerra preventiva’. Será muy difícil, en adelante, que a un presidente gringo se le perdone un ataque terrorista de proporciones en su territorio, y con Irak se quiere enviar la señal de que Estados Unidos hará lo que sea para evitarlo.
No se puede dejar de lado que hablar de Saddam Hussein no es hablar de la madre Teresa. Hussein es un cruel dictador que ha asesinado a opositores e incluso, a aliados peligrosos para su gobierno. Un hombre que pasó sin ninguna reserva de las guerras con Irán a la invasión de Kuwait, con el fin de adueñarse de sus recursos, un tirano que ha violentado a los kurdos, la etnia que habita el norte del país, violando sus derechos de manera despiadada, un déspota que se ha comportado con otros de la forma como ahora desea evitar que hagan con él.
Si bien su gobierno no es legítimo, alargado varias veces (1995 y 2002) mediante referendos, en vez de votaciones democráticas con otros candidatos, en los que obtiene un sospechoso 100 por ciento de apoyo a su favor, es lógico preguntarse por qué los Estados Unidos son los que se autoproclaman con el derecho de intervención. La respuesta también es muy lógica: es la primera potencia del orbe, la nación que más intereses económicos tiene en el planeta y, por ende, más qué perder, la de los mayores recursos militares y, por ello mismo, el mayor tropiezo para aquellos dementes con delirios de grandeza que quieren imponerse gratuitamente. El mundo desde que se conoce, ha tenido imperios, si hoy no fuera EE.UU., podría ser otro peor.
Es obvio que lo mejor es evitar la guerra pero es aún mejor evitar que un líder con ínfulas de conquistador como Saddam se atreva a seguir el ejemplo de Bin Laden y le dé a los Estados Unidos una buena razón para apropiarse de Irak y arrodillar al mundo musulmán. La respuesta a un ataque peor que el de las Torres es, en últimas, lo que se quiere evitar, una respuesta que puede cambiar la faz y la historia del planeta. De dos males, el menor.
El mundo no quiere evitar las muertes de inocentes en Irak sino frenar los ímpetus norteamericanos. Sería más honesto cooperar para una intervención rápida y certera, que evite graves males, a cambio de que Washington no siga levantando odios y firme acuerdos a los que se ha opuesto como el de Kyoto —en materia ambiental—, el de control de armas personales y la Corte Penal Internacional. Dejar que EE.UU. pelee solo, fortalece su papel imperial y le da una mayor hegemonía en lo económico.