El primer año de gobierno de Álvaro Uribe Vélez refleja más resultados intangibles que tangibles, pero no por ello menos importantes. La mayoría de analistas concuerdan en el hecho palpable de que Colombia recuperó la esperanza y el sentido de futuro, lo cual era más difícil que mostrar unos resultados pasajeros y luego volver a lo mismo. Y no es un montaje de los medios de comunicación como aducen los detractores del Presidente, hay hechos y actitudes que justifican ampliamente que éste sea un país al que ha retornado el optimismo y la confianza gracias al Primer Mandatario.
En primer lugar, Uribe está haciendo todo lo que prometió en su campaña marcando una clara diferencia con la política tradicional, tan dada a incumplir sus compromisos. En esta materia se destaca su política de seguridad, la cual no sólo arroja resultados positivos sino que demostró la falta de fundamento de las críticas hechas a su propuesta durante la campaña presidencial, de ahí que haya recibido el apoyo internacional en pleno, incluyendo el que hace un mes le dio la Unión Europea, en otros tiempos tan recelosa de lo que hacían los gobiernos colombianos en esta materia.
Si bien no se ha capturado a ningún cabecilla del Secretariado de las Farc —protegidos por Hugo Chávez en Venezuela— los golpes recibidos por guerrillas, paramilitares y delincuencia común y organizada son numerosos y contundentes. Ahí se incluyen capturas, deserciones, incautaciones de material de guerra, rescates de secuestrados, desarticulación de planes terroristas y bajas en combate. Pero todo ello se refleja además en el descenso significativo de las cifras de asesinatos, secuestros (en un 30%), acciones terroristas y ataques a poblaciones (en más del 70%) y robo de vehículos, entre otros rubros.
Esos logros estarían en entredicho si no fuera porque los augurios de «guerra total», tan machacados por la oposición, no se cumplieron; por el contrario, se demostró que el ejercicio de la autoridad —tal como la emplean todas las democracias del mundo— es la única alternativa para enfrentar proyectos liberticidas sin representatividad popular ni confesión a una ideología de beneficio común. También se desvirtuó un temor infundado por Ong’s de izquierda y subversivos de escritorio sobre el desborde de violaciones a los Derechos Humanos. El fortalecimiento de las fuerzas de seguridad del Estado va de la mano con la disminución de las violaciones; es la debilidad la que lleva a la guerra sucia.
Pero el éxito del Presidente no se basa sólo en el hecho de cumplir sus promesas. La verdad es que Uribe prometió hacer lo que ningún otro político se atrevía a realizar a pesar de ser evidentemente necesario. Es más, Uribe está rompiendo la vieja tradición política colombiana de no hacer nada, de dejar que los problemas se resuelvan solos, lo cual es imposible y conduce, de manera indefectible, a empeorar las cosas. Decían que no se podía combatir a la guerrilla y ahí está a la defensiva; decían que no se podía manejar el Congreso sin abrir la billetera y ahí está marchando; decían que no se podía hacer un referendo para reformar las costumbres políticas y ahí está en el calendario; decían que Telecom, Ecopetrol y el Seguro Social eran entidades intocables, y ahí está la primera liquidada y las otras dos reformadas; decían que era imposible reducir los cultivos ilícitos, pues se han reducido notoriamente; decían que no era posible una reforma laboral que creara puestos de trabajo, pues se hizo y el desempleo está bajando aunque los escépticos no lo crean.
Por último, está claro que Álvaro Uribe Vélez es un político serio y bien preparado, a diferencia de la mayoría de nuestros políticos. Uribe no está improvisando, su preparación es inmejorable y la experiencia adquirida en más de veinte años de servicio público son una garantía. En todos sus cargos fue brillante y como Presidente no podía ser de otra manera. Su obsesión por el trabajo es valiosa y oportuna para el momento que pasa Colombia, su interés por los detalles hace que sus órdenes se cumplan y no se quede en el discurso por culpa de algún funcionario incompetente, su determinación de quedarle bien a Colombia lo muestra de cara al país, poniendo el pecho aun a riesgo de su propia vida y de la estabilidad institucional.
Todo eso le ha acrecentado la confianza a los colombianos, pero al presidente Uribe le tocará mejorar en lo tangible si quiere alcanzar las metas que se propuso. Él es el primero en aceptar que poco se ha avanzado en lo social; se requiere mayor inversión social para atacar los índices de pobreza en los que aún se amparan algunos para justificar a las guerrillas, ese es un campo de acción óptimo para su segundo año. Y hay otro: es urgente que el Presidente —así como ha sido el primer soldado de Colombia— se ponga al frente de la lucha contra la corrupción y haga las reformas que sean necesarias en materia penal, de control y de contratación porque, hasta ahora, los pobres resultados de lo hecho en ese sentido por el vicepresidente Francisco Santos y el zar anticorrupción Germán Cardona son, probablemente, el mayor lunar de su primer año de gobierno.
La oposición le ha apostado al fracaso de Álvaro Uribe pero, como dicen las señoras, se están quedando «con los crespos hechos». El fracaso de Uribe sería el principio del fin para Colombia pero todos los pueblos, en su momento más aciago, encuentran un hombre, un líder singular, que parece hecho de un material diferente. Colombia lo encontró y está gobernando con la aceptación del 75 por ciento de los colombianos.
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