Igual a lo que pasa con la televisión nacional, convertida en basura por la moda de los realities, la prensa colombiana está cayendo en el mismo tarro un poco por esa falsa creencia de los seudo intelectuales de que hay que oponerse al vulgo para parecer inteligentes. En su momento, no faltaron columnistas que defendieron la gestión de Ernesto Samper y Andrés Pastrana en contra del sentir de las mayorías; ahora ocurre algo similar, abundan los detractores de Álvaro Uribe que no ven sino horrores en un mandato que las tres cuartas partes de la población aplauden con delirio.

Y no es que haya que sumarse a ese delirio que, por supuesto, no es bueno; así la personalidad de Uribe tenga muchos rasgos de admirar, por lo menos el periodista está obligado a remitirse a los hechos sin que tenga que estar de acuerdo con todas las decisiones del Primer Mandatario. Sin embargo, la buena crítica debe excluir banalidades disfrazadas de graves advertencias y, sobre todo, falsos argumentos que vuelvan deleznable la crítica y terminen haciendo más daño que el que pretenden evitar, mellando la credibilidad, como en la fábula del pastorcito mentiroso: cuando pretendan señalar al lobo nadie les va a creer.

Claro que el gobierno de Álvaro Uribe Vélez no es perfecto, eso nadie lo discute, no es sino echar cabeza y de inmediato van surgiendo medidas que este país necesita y que muchos colombianos —las mayorías— quisieran que el presidente implementara pero que desde la campaña se sabe que no lo hará: la pena de muerte, por ejemplo; la cadena perpetua, la despenalización del aborto, un agresivo control de la natalidad, la declaración de moratoria de la deuda, etc. Hay otros como el cierre del Congreso, la imposición de impuestos directos a la propiedad, más recortes a las altas esferas del Estado, la penalización a los menores de edad, la reforma agraria que nunca se ha hecho y un etcétera muy largo que le convienen al país pero que ni siquiera están en la agenda del Presidente.

Un columnista podría pedirle que se abstenga de montar a caballo en público mientras sea Jefe de Estado porque su imagen se está trivializando en la televisión, o puede criticar su irresponsable exposición en público y su negativa de comprar un nuevo avión para no arriesgarse más en esa cafetera con alas, y hasta puede fustigarlo por las maratónicas sesiones de trabajo a las que somete a sus colaboradores y que sólo puede aguantar alguien como él, que ingiere gotas homeopáticas, practica el yoga nidra y el Chi Kung Shaolín y trota una hora todas las mañanas. Pero de ahí a demeritar una gestión aplaudida, en sus puntos esenciales, por medios de comunicación extranjeros —la revista inglesa The Economist publicó un artículo con el sugestivo nombre de Superman Uribe—; por numerosos analistas internacionales y por importantes observatorios de la política mundial, es una necedad.

Los detractores, no todos de izquierda como se creería, se parecen en su retórica —por demás, vacía— como si así lo hubieren acordado por influencia de quién sabe qué poder oculto. ¿Acaso la utopía comunista? Al margen de todo lo que se dijo en la campaña presidencial, donde sobraron las ofensas hacia Uribe Vélez  en detrimento del análisis juicioso y ponderado, es fácilmente identificable el discurso de los detractores porque usan las mismas frases hechas. Primero fue el sonsonete de «guerra total» o «guerrerista» para referirse al presidente; luego adujeron que su política «limitaba los derechos individuales y las garantías»; ahora califican su gobierno de «presidencialista y autoritario», y repiten eso con tanta intensidad y tanto frenesí, tan sólo por no caer en el «peligroso unanimismo» —como ellos mismos lo bautizaron— y no parecer «imbecilizado bajo el efecto hipnótico del ‘reality show’» (frase de Antonio Caballero), que la gente se lo termina creyendo. Pensará la gente de a pie que si tanto ‘dotor’ que escribe en los periódicos y pontifica en las emisoras está en contra del presidente pues hasta razón tendrán. 

Precisamente el nefando Antonio Caballero es el ejemplo más sobresaliente de lo que podríamos llamar junk features o articulos basura. Basta leer sus columnas de Semana (ediciones 1108 y 1109) donde dice de la manera más liviana que el primer año de Uribe ha sido catastrófico y lo sustenta con esta prueba: «Un año de empeoramiento de la situación de orden público: más bala que nunca. Leo en el periódico del 25 de julio, como botón de muestra, el resumen de la última semana: seis atentados, veintidós combates, tres masacres, veinticinco secuestros, cuarenta y ocho homicidios «ligados al conflicto» y tres campos minados», ignorando de manera olímpica todas las estadísticas y el juicio de los colombianos.

Esta corriente de «intelectuales», como Caballero, fungen de idiotas útiles de la subversión y pescan en río revuelto pues, siendo políticos de profesión muchos de ellos, le apuestan a los fracasos del presidente de la misma manera que los astrólogos predicen tragedias para acrecentar su fama; nadie se acuerda de la tragedia que no sucede pero la que fue pronosticada convierte al  profeta en mesías y eso da votos. Pero, además, es una costumbre muy colombiana —será por aquello de la envidia tan mencionada por Cochise—  bajar a pedradas a quien ha acumulado mucho poder pero del bueno. A Pablo Escobar no lo criticaban tanto, salvo honrosas excepciones, no fuera que los despertara un bombazo y la casa en ruinas. A Marulanda tampoco, tal vez con la esperanza de que les dé trabajo en la oficina de prensa de la Casa de Nariño. De todas maneras, de ciertas personas es mejor recibir criticas que elogios por aquello que el Quijote le decía a su escudero: «¿Nos ladran, Sancho? Es porque cabalgamos».

Posted by Saúl Hernández

Deja un comentario