Irwin Ropero, de diez años, fue usado por las Farc para llevar una bomba a un retén militar y lo hicieron estallar con su carga.

Es cierto que la guerra de Irak ha sido cruenta y que toda guerra es degradante. A la gente sensible le bastaría con ver en la televisión la imagen de un niño iraquí desmembrado, sin brazos, y con el tronco calcinado como si lo hubieran asado en un horno. Aunque las cámaras lo presentaron en un hospital, recibiendo atención médica, es muy probable que no sobreviva y si lo hace, su vida nunca será normal, él nunca olvidará la guerra de 2003.

Es un hecho que las guerras son inevitables por ser producto de los sentimientos más oscuros del espíritu humano, no importa cuál sea la raza, la religión o la condición social. Y los daños colaterales son lo peor de la guerra. Por fortuna, éstos son algo indeseado en nuestros días. Antes no importaba cuántos enemigos cayeran, ni cuántos amigos, ni cuántos soldados propios, ni cuántos civiles. Hoy sigue importando poco cuántos soldados mueran, con mayor razón si son enemigos, pero todo ejército regular tiene claro que matar civiles es un crimen mayúsculo, es una muestra de debilidad y brutalidad, es una muestra de sevicia y barbarie, es causa de pérdida del honor y quienes portan armas sólo pueden ser respetados si lo llevan a cuestas.

Claro que en la guerra se cometen errores, siempre lamentables, pero cuando se usa la cabeza fría no ya para secuestrar aviones, no ya para secuestrar a los asistentes a una iglesia, no ya para secuestrar a un niño, no ya para arrasar pueblos enteros con pipetas de gas repletas de dinamita, no ya para dinamitar oleoductos, no ya para poner un carrobomba o hacer estallar una casabomba, no ya para obligar a un civil a que lleve un carro armado y hacerlo estallar con él sino para armar una bicicleta bomba y engañar a un niño como Irwin Orlando Ropero, de diez años de edad, para conducirla hasta un retén militar apostado en la entrada del municipio de Fortul (Arauca) donde la detonaron a control remoto con niño y todo, es una aberración, una prueba de locura y un acto imperdonable.

Pero las Farc, no contentas con eso, se camuflaron en la procesión de Viernes Santo en el municipio de Dolores (Tolima) y mataron a tres personas —incluyendo un joven de 14  años— en un intento por asesinar a la alcaldesa, Mercedes Ibarra. Asimismo, en el municipio de Carmen de Bolívar (Bolívar), terroristas de las Farc le lanzaron a un grupo de infantes de Marina, un balón de fútbol cargado de dinamita y metralla. Hubo cuatro heridos, los esposos Hernández Bobadilla y sus hijos de 10 y 12 años de edad.

Como puede verse, el sadismo y la perturbación mental de los comandantes de las Farc no tiene límites. Por eso los colombianos no queremos diálogos inútiles e indignantes con tenebrosas mentes criminales, por eso la posición férrea del presidente Uribe para evitar que «una caterva de bandidos siga abusando de la patria», por eso la condena del cardenal Pedro Rubiano Sáenz calificándolos de «malditos». Ya hace varios días que los pedazos que se pudieron recuperar del cuerpo atomizado de Irwin recibieron cristiana sepultura y sus abuelos, a quienes el niño sostenía, están a la deriva. Pero los defensores de los ‘derechos humanos’ de la Onu, las Ong, el señor Vivanco y demás subversivos de escritorio no han dicho nada… El pueblo colombiano jamás perdonará a estos malditos.

Posted by Saúl Hernández

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