Políticos y analistas parecen estar desconociendo lo que el pueblo colombiano quiere realmente en torno al tema de la reelección. La gente no quiere reelección presidencial, el conjunto de los colombianos no quieren que, ni por azar, vuelvan a ser presidentes Pastrana, Samper o Gaviria, aún jóvenes para el cargo, o los veteranos Turbay, Betancur y López. Tampoco algún mal presidente por conocer. Lo que la gente quiere es reelegir a Álvaro Uribe Vélez y a nadie más, y no sólo porque lo esté haciendo muy bien sino porque hay un temor bien fundado de que el próximo presidente, sea el que sea, uribista o no, le eche reversa a las medidas que le han devuelto la confianza al país.

Uribe no es perfecto, pero es un estadista a la medida de las circunstancias. Le achacan graves debilidades en su política social pero olvidando la situación económica en la que recibió al Estado: quebrado, saqueado por años, totalmente endeudado y convertido en un paraíso de clientelas y burocracia. También, corroído el país por el cáncer de la violencia y por la desidia estatal que le entregó el territorio y el poder de facto a las guerrillas, a los narcos y a los paramilitares. El Presidente llegó a resolver problemas que tenían en muy grave riesgo la viabilidad de la nación colombiana y los cuatro años no le van a alcanzar para terminar sus principales empresas. Eso no sería problema con partidos fuertes y honestos, con una clara estructura programática que garantizara la continuidad de sus políticas, pero ni siquiera se ve en el panorama político colombiano otro líder con la preparación, la resolución, la capacidad de trabajo y la coherencia de Uribe, que además sea confiable y capaz de huir del manoseo de los partidos y combatir a los delincuentes sin vacilaciones; que no se deje manipular ni sea el títere  de sus copartidarios o el idiota útil de los terroristas.

Lamentablemente, es  casi seguro que las tareas que Uribe deje a medio terminar no van a ser concluidas por su sucesor. Eso sería echar por la borda los logros alcanzados, que no son pocos, y los que están por cumplirse en lo que le resta del mandato. La mezquindad de muchos políticos y la complicidad de otros con los terroristas son el origen de la oposición a este anhelo de la inmensa mayoría del llamado Constituyente Primario, cuya opinión no parece contar para nada; para muchos colombianos la continuidad de Uribe es un tema de interés patrio, pero para la clase política es un asunto  de vanidad; unos creen que es convertir a Uribe en un monarca y otros —los presidenciables— ven enredado su camino a la Casa de Nariño. Otros se preocupan porque presienten el alto riesgo de desaparición que tendrían el proyecto revolucionario de las guerrillas y el Estado clentelista de los corruptos.

Y como nada de eso puede decirse, los argumentos de los opositores a la continuidad del Presidente, sea por alargue o por reelección, son francamente baladíes y hasta perversos: que la reelección  no ha sido buena en Colombia; que hay malos ejemplos en Latinoamérica (Fujimori, Menem, Chávez…); que eso le abre camino a la dictadura y a la tiranía; que el Gobierno abusaría del poder para lograr la reelección; que no tenemos cultura política para eso y, en el futuro, todos los presidentes se dedicarán a buscar su reencauche a toda costa y no a gobernar…

La reelección presidencial es un derecho democrático que se tiene prohibido en Colombia por razones no muy claras. Tenemos reelección, aunque no inmediata, para alcaldes y gobernadores, y reelección prácticamente vitalicia para los mayores delincuentes del país que, con honrosas excepciones, conservan sus asientos —por los siglos de los siglos— en las asambleas, los concejos y el Congreso. Pero para presidente no existe porque los mismos que redactan las leyes no creyeron nunca posible el surgimiento de un buen presidente por la sencilla razón de que nuestro régimen político no se hizo para que haya buenos gobernantes sino para —los políticos— florecer a instancias del pueblo.

En el Congreso no van a aprobar la reelección y menos la de Uribe. Tendrá que levantarse un clamor popular hacia la etapa final de su periodo, si sus logros se lo permiten, para posibilitar un alargue de su gobierno, no solamente porque él se lo merezca sino porque Colombia lo necesite.

Publicado en el periódico El Mundo de Medellín, el 29 de febrero de 2004.

Posted by Saúl Hernández

Deja un comentario