El aval popular está dado para que el presidente Uribe realice el mal llamado acuerdo humanitario.
Después de haberse alcanzado unas mejores condiciones de seguridad en todo el país, las encuestas muestran que los colombianos tienen ya otras prioridades y esperan del Gobierno avances en otros temas como la inversión social, el empleo y el crecimiento económico. Sin embargo, no deja de sorprender que ahora exista una disposición tan favorable hacia el tema del acuerdo humanitario que mejor debe llamarse ‘trueque de delincuentes por ciudadanos honorables’.
Hablar hace dos años de este cambalache era impensable, tanto que ese tema solito le dio muchos votos al presidente Uribe. El grueso de los colombianos sentía una pena por los soldados y policías retenidos por los insurgentes y cierta indiferencia hacia los políticos retenidos por su propia arrogancia, como Íngrid, o los diputados del Valle, representantes, al fin y al cabo, de un estamento desprestigiado por corrupción e ineficiencia como cualquier otra Asamblea Departamental del país.
Se sentía que era muy poco lo que podía dar la guerrilla a cambio de mucho, a cambio de desmilitarizar departamentos cocaleros para sacar la droga que tienen represada y cometer todos los desafueros a que hubo lugar en el Caguán; a cambio de devolverles sus ‘cuadros’ más útiles, sus mandos medios mejor entrenados, presos hoy en las cárceles colombianas; a cambio de un reconocimiento tácito como fuerza beligerante, como si se tratara de un Estado enemigo con el que se intercambian prisioneros de guerra; a cambio de que los secuestrados por razones económicas sigan pudriéndose en las selvas mientras sus familias reúnen los millonarios salvamentos; a cambio de que sigan usando el secuestro como un mecanismo de coacción y extorsión, tanto a nivel económico como político.
Tanta fraseología blandengue de ex presidentes, cardenales, líderes gremiales, activistas de derechos humanos, políticos y vendedores de aguacates, terminaron por convencer a la opinión pública de que llegó la hora del canje. Ese monstruo de mil cabezas que antes chistaba cuando se proponía el tema hoy está a favor en más del 65 por ciento. Y tiene validez la tesis del director del Partido Liberal, el antiuribista J. J. Vives, cuando dice que si el presidente justifica la reelección por lo que dicen las encuestas también debería tener en cuenta el gran apoyo que tiene ahora el tema del canje.
El pueblo colombiano, que es bueno por naturaleza, se ha ablandado pensando en esos héroes de la Patria, los soldados y policías, que llevan hasta seis años secuestrados en campos de concentración peores que los nazis mientras los bandidos de la guerrilla, en las cárceles, tienen asegurados los tres golpes de sal, las garantías procesales, los abogados de oficio o de nómina de la guerrilla, las visitas de familiares y hasta encuentros ‘conyugales’, con las meretrices que atienden a domicilio en los penales.
El aval popular está dado para que el presidente Uribe agarre el toro por los cuernos y le dé final feliz a las historias tristes de estos colombianos. El canje no hará menoscabo de su popularidad; por el contrario, la elevará a niveles insospechados, pero que nadie le mienta al pueblo diciendo que es una decisión sana para el país, que no comparen más la ‘terquedad’ de Álvaro Uribe Vélez con la ‘magnanimidad’ de Ariel Sharon que entregó más de cien presos palestinos a cambio de los cadáveres de dos soldados. Cada que hay un ataque palestino, Sharon lo venga bombardeando sus barrios, sus casas, sus hijos… eso no puede hacerse aquí porque los enemigos de Colombia están agazapados, son cobardes que tiran la piedra y se esconden.
Que nadie le mienta a los colombianos negando que los guerrilleros presos van a volver a filas a hacer de las suyas; que nadie mienta diciendo que la guerrilla no va a seguir usando esta táctica dolorosa del secuestro; que no se ignore que desmilitarizar dos departamentos y echarle reversa al Plan Patriota es perder el terreno ganado; que entregar a Trinidad, a Sonia, a Hugo, es desmoralizar a las tropas. Ya lo hizo Andrés Pastrana en el Alto Naya cuando detuvo a las unidades del general Canal que tenían rodeado un frente completo del Eln; ya pasó en Anorí cuando el Ejército estaba arrasando al Eln, en 1974. Echar reversa es revivir el muerto y perder lo ganado tal vez para siempre.
Publicado en el periódico El Mundo de Medellín, el 27 de septiembre de 2004 (www.elmundo.com).