Se queda frío cualquiera al conocer cifras de la economía estadounidense que sirven para comprender la importancia de firmar, con los gringos, un acuerdo comercial que sea favorable a nuestros intereses. Por ejemplo: ¿Cuánto gastan los gringos cada año en materia de calzado? Alrededor de 40 mil millones de dólares; prácticamente la deuda externa de Colombia. ¿Y en materia de vestuario? Nada más que 135 mil millones de dólares anuales, más de tres veces nuestra deuda. ¿Cuál es su ingreso per cápita? 37 mil dólares anuales, cien millones de pesos mal contados. Nuestro ingreso es de apenas 1200 dólares al año por persona. La economía estadounidense es tan grande que sus áreas metropolitanas producen más que algunos países. En 2002, Chicago tuvo aproximadamente el mismo PIB que Australia; Boston el mismo que Taiwán; Dallas, el mismo que Arabia Saudita; San Francisco, el mismo que Hong Kong; Milwaukee, el mismo que Pakistán; y Nueva York, el mismo que la India.
Eso es una muestra de las oportunidades que ofrece un tratado comercial con Estados Unidos, siempre y cuando nuestros negociadores sean lo suficientemente astutos y patrióticos como para sortear las dificultades. Una de estas es la petición que hacen los gringos de incluir animales y plantas como objetos de propiedad intelectual. Eso es una avivatada. Los animales y las plantas no son un invento; si acaso, podrían ser un descubrimiento en el supuesto de que nuestras selvas aún escondan algo desconocido, o que nuestra biodiversidad sea fuente para descubrimientos y avances biotecnológicos. Si así fuera sería justo reconocer los avances de los científicos gringos. Pero lo que buscan algunos es adelantarse a supuestas utilidades futuras de manera francamente antiética y desleal, tomando ventaja de unos derechos que no les pertenecen.
El tema de la propiedad intelectual podría, incluso, entrañar asuntos culturales que para nosotros son tradiciones pero para ellos son industria. Que tal que se le permita a una empresa gringa registrar las mochilas arhuacas prohibiendo a sus dueños legítimos, los indígenas arhuacos, su confección y venta. O que alguien pueda registrar el ritmo vallenato, el bambuco o la cumbia. Según la tradición legal cualquier individuo puede registrar a su nombre un tema musical en un ritmo determinado pero no el ritmo mismo, ese es un descubrimiento de la humanidad incluso si alguien en particular lo inventa. Sin embargo, en el TLC se quieren incluir propuestas leoninas que de firmarse obligan a su cumplimiento.
Este asunto es descarado porque, por esa vía, no se busca la salvaguardia del trabajo intelectual sino el aprovechamiento económico del conocimiento. Un caso claro es el de las multinacionales farmacéuticas que si bien invierten miles de millones de dólares anuales en investigación no deberían someter a los países pobres a los altos precios de sus medicinas ni impedir que existan genéricos a bajo costo. El problema con las patentes es que su filosofía ya no es la de pretender respeto hacia una marca que pagó por un desarrollo sino hacia una idea por simple que sea, como si cualquier ocurrencia no fuera un ejercicio de la libertad humana. Por ese camino, nuestra industria perderá su espacio al ritmo de cada invento, cada descubrimiento y cada avance. Las multinacionales ya no buscan tanto patentar diseños sino conceptos completos y materias primas. Nike no patentará el diseño de sus zapatos sino alguna fibra vegetal del amazonas o un cuero sintético de su invención, de manera que una microempresa en Colombia no pueda hacer tenis con esos materiales aunque se consigan a la vuelta de la esquina
Y si se monopoliza el conocimiento, los nuevos materiales, las nuevas técnicas y procedimientos, y los nuevos bienes de capital, la integración económica no sólo no cumplirá su supuesto propósito de ofrecerle oportunidades de crecimiento a los países pobres sino que será una verdadera masacre económica que abrirá más la brecha entre las naciones industrializadas y el resto.
El tema de las patentes es tan vital que de hacer concesiones en eso no valdrá la pena discutir si es mejor trasladar nuestra industria exportadora cerca de los puertos o ajustar la infraestructura vial. No tenemos investigación en ciencia y tecnología y de ahí que no tengamos nada que patentar, y si para acabar de ajustar el TLC va a regalar copyrights hasta por las recetas de la abuela, entonces, apague y vámonos.
Publicado en el periódico El Mundo de Medellín, el 16 de julio de 2004.
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