La continuidad y el fortalecimiento de las políticas de Seguridad Democrática en Colombia dependerán mucho, en el futuro cercano, de que el terror se campee victorioso por las ciudades de las grandes potencias.
La bomba en el tren de Madrid se sintió también en Colombia y no sólo por los tres compatriotas muertos y los heridos sino por las repercusiones positivas y negativas que traerá para nuestro país y que ya empezaron a verse con la derrota en las elecciones del domingo en España, del gobiernista Partido Popular (PP) de José María Aznar, uno de los principales aliados del presidente Álvaro Uribe Vélez en Europa.
No se sabe a ciencia cierta si el cambio de gobierno en la península ibérica perjudicará los intereses colombianos y, más concretamente, la política de Seguridad Democrática, pero la bomba en sí servirá para que los europeos abran los ojos como en su momento lo hicieron los gringos, y sean reconocidas las implicaciones del terrorismo y la manera como éste se combate en esta esquina de Suramérica, acallándose las voces de quienes, desde Europa, favorecen a los terroristas de aquí.
Es más, cuando se compruebe que el atentado fue de Al Qaeda y no de Eta, como todo parece indicar, toda Europa endurecerá su posición frente al terrorismo ante la certidumbre de que otro de ellos —Gran Bretaña, Italia, Polonia o Dinamarca; países que enviaron tropas a Irak— sea el próximo en vivir una tragedia. Incluso Francia, que hace una semana estaba sorteando un chantaje con amenaza de bomba en las líneas ferroviarias de ese país. ¿Coincidencia? Quién sabe, lo único cierto es que Chirac cedió y pagó; luego se enterará de que negociar con terroristas no es la mejor opción.
Otros países que sentirán el peso del terrorismo son Japón, Taiwán y Corea del Sur, aliados de Estados Unidos en Asia; Alemania, por su importancia en Europa; Rusia, por su represión a los musulmanes en Chechenia; Canadá y México, por sus estrechas relaciones fronterizas y comerciales con los gringos; y una larga lista de naciones de aquí y de allá, cuyas economías están íntimamente ligadas al Tío Sam: Australia, India, Tailandia, Malasia, Filipinas y los países del Medio Oriente, incluyendo a Israel donde el terrorismo es pan de cada día.
Ya se ha reconocido suficientemente que el terrorismo es igual venga de donde venga, no importa si las motivaciones son políticas, religiosas o de cualquier otra índole, y que el único camino es combatirlo sin condescendencia alguna porque los fines que persigue se esfuman en una estela de violencia cruel e indiscriminada y porque los terroristas no buscan con sus acciones llegar a acuerdos satisfactorios para las partes sino el aniquilamiento total del contendor. Porque tienen una paciencia intemporal que los hace más peligrosos y porque convierten su odio en un proyecto de vida en el que matar a otros no es execrable, ni es vano ofrendar su propia vida —en el caso de los fanáticos religiosos— siempre que el acto sea útil a sus propósitos.
Puede que no sea elegante decirlo pero la continuidad y el fortalecimiento de las políticas de Seguridad Democrática en Colombia dependerán mucho, en el futuro cercano, de que el terror se campee victorioso por las ciudades de las grandes potencias. El pésimo manejo político de la invasión a Irak cobró su primera cabeza en España e igual pasará con Tony Blair en Inglaterra y con el propio George W. Bush en los Estados Unidos, como se prevé ante el ascenso imparable de John F. Kerry. Entonces, Colombia se quedará sin aliados a menos que suenen las bombas y las cifras de muertos en el Primer Mundo hagan llorar de dolor e indignación a quienes ven a las Farc como héroes tercermundistas y a sus víctimas como parte de una oligarquía déspota y opresora.
¿Quién lloró por Bojayá? Fueron 119 muertos asesinados por las Farc con una lluvia de proyectiles (cilindros de gas) arrojados contra la iglesia del más miserable caserío perdido en la selva, donde se habían refugiado sus habitantes por ser la única edificación de material que había en el lugar, huyendo del intenso abaleo de un combate en ese olvidado paraje de Colombia. No marchamos ni los colombianos, ni príncipes, ni jefes de Estado. Eran negros pobres que no le importan a nadie; masacres de esas y peores las hay en África todos los años y tampoco nadie se entera.
Por eso se critica nuestro Estatuto Antiterrorista y se consideran como violaciones de los Derechos Humanos casi cualquier acción de nuestras Fuerzas Armadas; por eso se critica a nuestro presidente mientras que Vladimir Putin, el ruso, del que se sabe que ha sido arbitrario con el pueblo checheno, es reelegido sin que Europa apenas bostece. Porque creen que aún somos colonias suyas llenas de indios sublevados y blasfemos, que ellos son la civilidad y los únicos con derecho al buen vivir; entonces, un bombazo en Madrid equivale a una bomba atómica en Bogotá.
Y si su propio dolor no es suficiente para que vean el nuestro, que se hagan a un lado, por lo menos, y nos dejen resolver a nuestro modo el problema de la maldita violencia terrorista que no nos deja vivir en paz. Ellos reconocen el dolor tan sólo cuando lo sienten en carne propia.