No se está negociando con actores inspirados en fines políticos con nociones de un modelo de Estado o de Gobierno sino con el ala radical, despolitizada y narcotizada de las Auc.

Mientras importantes analistas como Joaquín Villalobos, Eduardo Pizarro y hasta Alfredo Rangel Suárez admiten que el conflicto armado colombiano  ha llegado a un punto de inflexión que estaría marcando su final, o hablan por lo menos de un repliegue de las guerrillas que tiene poco de estratégico pues no pueden mantenerlo indefinidamente sin que ello signifique un retroceso irreparable, otros andan  muy preocupados por las negociaciones con los paramilitares e, incluso, con los acercamientos con el Eln, guerrilla que suele coquetear insulsamente con comisiones de paz y gobiernos de turno para luego romper lazos.

No es de poca monta que expertos de esa categoría vean luces al final del túnel ni está de sobra recalcar que la política de Seguridad Democrática es exitosa y sus resultados son palpables pues todos los índices han mejorado en asuntos como secuestro, desplazamiento forzado, desapariciones, toma de poblaciones, actos terroristas, asesinatos, masacres, etc. Las Farc ni siquiera está ya en su retaguardia estratégica sino en plena selva, sin contacto con el campesinado —que es el oxigeno de cualquier guerrilla—, aislada internacionalmente como resultado de la no tolerancia al terrorismo y dedicada a pequeños actos de terror urbano. Ha sido duramente golpeada en sus estructuras financieras, en sus mandos medios y en sus bases, tanto por capturas como  por bajas en combate y deserciones. Sin embargo, esta guerrilla no está derrotada porque tiene su capacidad militar intacta y mucho dinero producto del narcotráfico, donde no se le ha golpeado con la contundencia debida para sumirla en una crisis definitiva.

Si bien eso produce un moderado optimismo, por el lado de los paramilitares no puede haberlo porque en el proceso de desmovilización que se ha puesto en marcha hay muchas coincidencias no sólo con el Caguán sino con el ‘sometimiento a la justicia’ de los cabecillas del Cartel de Medellín.  Las  apariciones de Mancuso en Santa Fe de Ralito al estilo de Tirofijo o el  Mono Jojoy, el disgusto porque la Policía ha desarrollado operativos en regiones aledañas para capturar un narcotraficante, la construcción de una sede para los diálogos, los preparativos para recibir a la prensa nacional e internacional. Todo eso es el mismo circo que montó las Farc en el Caguán en busca de legitimidad, y también se nota el mismo cinismo en ciertas declaraciones de Mancuso. Pero,  ante todo, la preocupación radica en que ya no se está negociando con actores inspirados en fines políticos con nociones de un modelo de Estado o de Gobierno sino con el ala radical, despolitizada y narcotizada de las Auc. Ya no hay un Castaño ni un Doble Cero con quienes dialogar y alcanzar acuerdos serios, y  no es un diálogo con fuerzas de contrainsurgencia sino, simplemente, con el narcotráfico, con una mafia que tiene ejército propio en vez de los sicarios adolescentes que tenían en los ochentas.

Castaño albergaba la idea de discutir y aceptar penas privativas de la libertad, de discutir y admitir la extradición, de entregar tierras y ofrecer una reparación económica a las víctimas, de entregar armas, desmontar laboratorios de droga en sus zonas de influencia, erradicar cultivos ilícitos y brindar  información sobre pistas clandestinas y rutas. Los actuales señores han sido reticentes para hablar de cárcel y extradición y de lo demás  no ofrecen casi nada.  No  hay que ser muy astuto para advertir que su interés es adquirir una patente de corso para continuar con sus ‘negocios’, como lo hiciera su maestro en La Catedral.

Por eso hay quienes creen que el Eln le hizo un favor a Uribe al aceptar acercamientos  con su gobierno, con lo que se despeja la duda de si sólo habría negociación con la ultraderecha. Aunque  puede ser una treta de los elenos para ganar tiempo y oxigenarse, más parece una decisión tomada con pericia para favorecerse de la impunidad que persiguen los jefes paramilitares. El país está de acuerdo con el indulto para los combatientes rasos de cualquiera de las partes pero ya nadie quiere tragarse el sapo de ver a los cabecillas de estos grupos terroristas convertidos en congresistas o ministros.

Toda la cúpula del Eln está condenada a largas penas por sus crímenes de Machuca, los secuestros de la iglesia La María, el Kilómetro 18 y el avión de Avianca, entre muchos otros. Entonces, el reto para Uribe y su comisionado de paz es robarle combatientes a la guerra  pero sin repetir los errores de La Catedral y de El Caguán, y que la negociación con ambos sectores sea equilibrada. Si algunos pidieron justicia, verdad y reparación en el proceso con los paras que no venga el Eln a pedir ahora una amnistía general para sus crímenes.

Posted by Saúl Hernández

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