El único oro conseguido por deportista colombiano en unos juegos olímpicos fue el que logró la pesista María Isabel Urrutia en Sydney, hace apenas cuatro años. Eso le bastó para hacerse a un nivel de popularidad extraño para un deporte casi exótico como es la ‘halterofilia’. A ello le debe que dos años después haya accedido a la cámara baja del Congreso de la República, por una circunscripción electoral especial como es la de ‘negritudes’, provista de dos escaños para esa minoría étnica.
Hasta ahí todo bien. A María Isabel, sin embargo, no se le había escuchado su voz en el Congreso hasta que la semana anterior recusó a 26 congresistas por considerar que estaban impedidos para votar el Estatuto Antiterrorista que tanta falta le hace a un país en guerra contra unos extremistas sanguinarios. Su argumento es que tales representantes son miembros de las Fuerzas Armadas dizque por ser oficiales de la reserva cuando éste es apenas un título honorario que se entrega a los profesionales que realizan un curso de reservistas que no tiene el más mínimo propósito de enviarlos a la guerra.
Recordemos que en Colombia los niños de las ‘mejores’ familias no van al cuartel sino que les compran la Libreta Militar, lo que constituye uno de los más abyectos e inveterados casos de corrupción que hay en nuestro país, el cual persiste como una mancha grave en la reputación de nuestro Ejército porque desde el más simple cabo hasta el general más condecorado se han prestado para esta infamia.
A pesar de ello, tras convencernos de que es la valentía de nuestros soldados la que nos va a librar del horror al que nos quieren someter los violentos, muchos de esos que se salvaron del servicio militar a cambio de unas dádivas se han acercado a las instituciones militares para expresar su agradecimiento y su apoyo, y aquellas han ideado una especial manera de vincular a los civiles con las instituciones invitando a empresarios, políticos o reconocidos profesionales a realizar cursos de oficiales de la reserva, donde en varios fines de semana les enseñan a disparar y a tender la cama en diez segundos.
Posteriormente los gradúan con su uniforme, con cargo de ‘Teniente de la Reserva’, les ponen medallitas y los hacen marchar en formación al son de las notas marciales. Pero de ahí a que vayan a ir al frente de combate, a las selvas, a los helados páramos, a los inhóspitos barrios populares donde a veces se desarrollan las acciones militares, hay un mundo de por medio. Si es que quienes hacen el curso lo que quieren es evitar eso precisamente, y de paso salvar también a sus hijos. ¿No es curioso que de los hábiles, atléticos y apuestos hijos de nuestros presidentes no haya ido al cuartel ninguno? Uribe tiene dos varones en edad, Pastrana uno, Samper tres (uno de ellos lo acaba de convertir en abuelo), Gaviria otro…
Seguirán siendo las clases bajas las que le pongan el pecho a las balas, los pies a las minas y su dignidad (y de pronto su libertad) a los errores y a los crímenes de guerra. Y no es que María Isabel Urrutia no lo sepa sino que ella hace parte de la oposición que quiere frenar a como dé lugar los más importantes proyectos de ley de este Gobierno, incluyendo la reelección. Pues son estos enanos políticos los que quieren desconocer el ferviente deseo de las mayorías. Urrutia fue elegida con 40 mil votos y tal vez desconocen sus votantes que mientras era deportista tenía apoyo económico de Papá Estado a través de Coldeportes y estaba empleada en Telecom, donde le daban los permisos que quisiera para entrenar y competir. No es buen presagio para la carrera política de Urrutia saber que Telecom la pensionó con 36 años de edad dizque por haber desempeñado un trabajo de ‘alto riesgo’: ser telefonista, sentadita en un escritorio hundiendo botones y diciendo ‘aló’.
Ese es el legado de unos sindicatos mezquinos que han desangrado al Estado con la complacencia de gobernantes débiles y corruptos. Riesgo de quedar sordo tiene quien haya soportado por cuarenta años los más de cien decibeles de un salón de telares en una fábrica textil. Pero a estos los pensionan de 62 años, no de 36. Claro que María Isabel sí parece sorda pues no oye el clamor de los colombianos y se ha puesto del lado equivocado.
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