Al margen de que los ‘paras’ tengan o no voluntad de paz persiste la sensación de que las cosas se están haciendo al revés.
No es difícil colegir que el proceso de paz que se ha venido desarrollando con los grupos paramilitares está prácticamente muerto. Esa afirmación se desprende de los tropiezos que ha tenido el mismo empezando por las dificultades del proyecto de alternatividad penal. Pero es preciso aceptar también que, en el fondo, los grupos paramilitares no tienen voluntad para desmovilizarse y, guardando las proporciones, esto se le puede convertir al presidente Uribe en un fracaso como el de Pastrana con las Farc.
Si bien la entrega de más de 800 combatientes del Bloque Cacique Nutibara fue un buen comienzo, este también dejó muchas dudas. Por ejemplo, no quedó muy claro si todos los desmovilizados eran combatientes o no y el número de armas y pertrechos entregados no coincidió con el de hombres. Sin embargo, aceptándose como un avance, a éste no le han seguido sino reveses que demuestran que el actual momento no es el más propicio para sacar del conflicto a un actor particularmente cruento.
Hay aspectos concretos que avalan esta afirmación. En primer lugar, los grupos paramilitares no se quieren concentrar aduciendo problemas de seguridad a pesar de que una concentración, en uno o varios sitios bien vigilados por la fuerza pública y lejos de las áreas de influencia de la guerrilla, sería la manera más fácil de brindarles seguridad. Además, sin concentración no hay proceso; no puede darse la verificación que la OEA aceptó realizar ni se pueden replicar las voces que acusan a las autodefensas ilegales de estar incumpliendo el cese de hostilidades al que se comprometieron. Cada uno es dueño de su propio miedo pero si de algo han carecido los paras es precisamente de eso, qué mal momento para sacarlo.
En segundo lugar, los líderes paramilitares exigen blindarse contra la justicia internacional ante pedidos de extradición lo cual es justo si miramos que un proceso de paz con la guerrilla no sería viable con solicitudes de esa naturaleza pendiendo de las cabezas de sus líderes. Sin embargo, no cabe duda de que esta es una situación que está siendo usada por muchos que no son ni pueden considerarse como verdaderos guerreros contrarrevolucionarios sino meros narcotraficantes en busca de una licencia. La extradición es y ha sido buena para el país porque nos libra de delincuentes poderosos que aquí son inmanejables y el pasado enseña que no es provechoso eliminarla ni sumirla en excepciones.
En tercer lugar, los paramilitares no quieren aceptar ningún tipo de castigo tras las rejas, ni por diez minutos. Eso no lo pidió ni Pablo Escobar en su época de mayor arrogancia. Dirán que no se les puede comparar con un delincuente de ese tamaño, que ellos se han dedicado a contener a la guerrilla asumiendo un papel que le correspondía al Estado y que éste omitió por muchos años. ¿En cuál cárcel están los generales y los políticos —presidentes, incluso— cómplices por omisión de tantas barbaries de la guerrilla?
Algunos dicen que en el proceso de paz con el M-19, el último gran proceso que ha habido en el país, se indultó plenamente a sus miembros. Otros, como el ex M-19 Antonio Navarro Wolff, dicen que hubo condenas para autores de delitos atroces. No importa cuál sea la versión cierta, hoy las cosas han cambiado y ningún colombiano parece dispuesto a que se indulten a todos los miembros de las Farc o el Eln, sin distinguir entre guerrilleros rasos y cabecillas. Lo mismo sería aplicable a las autodefensas.
Lo que se le exige a Colombia y tiene tan preocupada a mucha gente en el mundo, de buena o de mala fe, es que en el proceso con estos grupos irregulares no haya justicia, verdad y reparación. Esta última parece ser la que menos problemas entraña porque estas organizaciones son poseedoras de vastas extensiones de tierra y están dispuestas a repartirlas. Lo de la justicia no será viable mientras ellos no comprendan que pagar condenas cortas pero efectivas es vital para restañar las cicatrices. Lo que no parece ni medianamente posible es lo de las comisiones de la verdad porque ellos, como un niño, saben que decir toda la verdad puede ser peor que mentir, ocultar o minimizar. Entonces, no se descubrirán grandes secretos y, en el mejor de los escenarios, todo quedará cubierto por la manta del olvido.
En fin. Al margen de que los ‘paras’ tengan o no voluntad de paz persiste la sensación de que las cosas se están haciendo al revés. Sacar del escenario a un actor armado debe, en teoría, mejorar el clima general de convivencia en el país, pero sin un Ejército numeroso que pueda copar los territorios que abandonen los grupos de autodefensa y con la incertidumbre de lo que pase cuando termine el periodo del presidente Uribe y la guerrilla salga de las madrigueras donde está escondida —y los cómplices vuelvan a la Casa de Nariño—, queda la muy fuerte impresión de que se está ensillando sin traer las bestias.