Las  razones de descontento de los revoltosos de París son las mismas de los muchachos pobres de Medellín.

Samuel Huntington y Oriana Fallaci fueron más elegantes al advertir lo que podía suceder en EE.UU. y Europa con los inmigrantes y los desposeídos. Barbara Bush los tildó de indigentes tras el huracán Katrina y el ministro de Estado francés, Nicolas Sarkozy, los trata de ‘chusma’. A la distancia, los hechos de París sorprenden porque los suburbios de Clichy no se ven tan tétricos como las favelas de Río de Janeiro, los tugurios de las montañas de Caracas o los barrios marginados de Medellín.

De todas maneras la exclusión es la misma, la falta de oportunidades para sus habitantes. Y como en todas partes se cuecen habas, en la Francia que tanto nos critica hay una soterrada pobreza que ellos justifican  con razones culturales y religiosas. Claro que mucho antes de que ser musulmán generara miedo por los ataques de Al Qaeda, los argelíes, marroquíes, tunecinos, congoleses y demás inmigrantes originarios de territorios otrora explotados por el imperio francés, eran maltratados y excluidos en extremo.

Hace rato que Europa protagoniza una historia de racismo y segregación de características similares a lo que se vivía en Estados Unidos  en los tiempos de la sutil insubordinación de Rosa Parks. La negación del referendo europeo sólo por rechazo a Turquía es un gesto revelador. También hay un rechazo manifiesto hacia europeos del este como los rumanos y los búlgaros, de cuyas nacionalidades se conforman las más poderosas bandas de delincuentes de ese continente. Y por supuesto el rechazo hacia los sudamericanos, a los que se aguantan por ser una mano de obra barata y esmerada.

Las  razones de descontento de los revoltosos de París son las mismas de los muchachos pobres de Medellín: no tienen acceso a educación de calidad, les niegan trabajo al conocer su origen, no hay maneras de redimir su pobreza en el corto plazo, se ven humillados por las diferencias de clase y  no hay certidumbre que los haga sentirse ciudadanos. Acaso los indígenas del Cauca que invaden haciendas para reclamar ‘derechos ancestrales’ sienten lo mismo y por eso destruyen sembrados y provocan daños en caminos y fuentes de agua al igual que aquellos que en París queman carros, escuelas y centros comunitarios.

A lo mejor los indígenas son azuzados por la extrema izquierda local y foránea para manifestar su oposición a la reelección del presidente Uribe y a un asunto que les es tan ajeno como el TLC, como también  para forzar una reforma agraria reivindicativa a pesar de que el gobierno asegura que los indígenas son dueños del 20% del territorio  nacional. Aún así no son ciudadanos y les humilla tanta tierra dedicada a la crianza de toros de lidia o amparada en títulos reales de la época colonial que no deberían tener validez hoy día.

Un conflicto étnico es lo único que nos faltaba, y le cae de perlas a la guerrilla en su propósito de profundizar las contradicciones del sistema. De ahí a los reclamos de las negritudes, que ya empezaron a enardecerse por el trámite de una ley que los perjudica (la Ley Forestal), y del campesinado  hay un sólo paso. La atención de los llamados ‘desplazados’ cuesta casi 2 mil millones de dólares según la orden que la Corte Constitucional le dio al Gobierno Nacional, pero se carece de esos recursos. El descontento en las clases populares es mucho. ¿Por qué no vienen de los barrios marginados a quemar carros y saquear comercios, qué los detiene?

Vano consuelo el que la mecha esté encendida en todas partes, como en ese eje de la civilización que fue Francia alguna vez. El combate de la pobreza es una utopía en un país como el nuestro mientras la población más pobre se reproduzca a unos índices escandalosos, mientras nos veamos obligados por las circunstancias a invertir recursos cuantiosos en las fuerzas de defensa, mientras el grueso de los recursos estén amarrados al gasto burocrático, al servicio de necesidades no prioritarias o arrojados al pozo sin fondo de la corrupción.

Entretanto, ahí están las hordas de miserables para los que cualquier rasgo de ciudadanía y modernidad está negado. Sólo falta que el desespero los lleve a un levantamiento organizado y persistente como el de los indígenas del Cauca y los inmigrantes de París para que todos nos lamentemos por no haber actuado a tiempo.

Publicado en el periódico El Tiempo, el 16 de noviembre de 2005 (http://www.eltiempo.com/).

Posted by Saúl Hernández

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