El Estado colombiano tiene una estructura de poderes feudales que dificulta que un presidente demuestre logros culminantes.
El asesinado líder conservador Álvaro Gómez Hurtado solía hablar días enteros acerca del ‘régimen’. Fue la obsesión de sus últimos años. Con ese término quería referirse a la caótica configuración del Estado que impedía su funcionamiento eficaz; esa leonera que no surgió por entropía política sino que es producto conciente de una clase dirigente que ha pretendido apropiarse de lo público para su propio beneficio.
Es así como el Estado colombiano está consumido por los ‘parapoderes’, entidades con gran injerencia en el país político y en el país real, que manejan cuantiosos recursos y prácticamente no tienen quién los ronde debido a un muy mal entendido concepto de independencia y autonomía.
Algunos de estos parapoderes son verdaderas extravagancias como la Comisión Nacional de Televisión, entidad sin ninguna utilidad práctica con un presupuesto (2005) de 76 mil millones de pesos. Lo que hoy hace la Comisión, nada, antes lo hacía el Ministerio de Comunicaciones a quien le cabe por naturaleza la regulación de la televisión. Desaparecer la Comisión fue una promesa de campaña del presidente Uribe, hasta hoy desatendida sin ninguna justificación.
Pero hay casos peores. Con la idea de que las decisiones tarifarias en materia de servicios públicos se tomaran con criterios técnicos y no políticos, se crearon nefastas comisiones: la Comisión de Regulación de las Telecomunicaciones (CRT), la Comisión de Regulación de Energía y Gas (CREG) y la Comisión de Regulación de Agua Potable y Saneamiento Básico (CRA). Su función primordial era regular tarifas pero sólo las suben, incluso ahora con cobro retroactivo. Son entidades costosas que comparten funciones (duplicidad) con varias superintendencias y varios ministerios, y las decisiones que toman son más políticas que nunca aunque de eso no se responsabiliza nadie, con citar los resultados de un estudio se justifica cualquier cosa.
Peor todavía es el caso de las llamadas ‘corporaciones autónomas regionales’, que tienen por objeto el manejo del medio ambiente y los recursos naturales. Las CAR son verdaderos enclaves clientelistas con desbordados poderes en sus áreas de operación y generosos presupuestos pero muy pocos logros para mostrar. El río Bogotá es el más contaminado del mundo y la CAR Cundinamarca (junto al Dama de Bogotá) no ha podido hacer nada para remediarlo. Su presupuesto de 2006 será de 207 mil millones de pesos, de los cuales 40 mil millones se irán sólo en funcionamiento. En cada departamento hay una corporación ambiental y en las principales ciudades también hay unidades ambientales especiales. Son entes depredadores. El presupuesto de Corantioquia en 2005 es de 54 mil millones, y el destinado para vivienda por el Municipio de Medellín para el 2006 es de sólo 21 mil millones. Las prioridades se han trastocado.
Uno de los más fuertes e inútiles parapoderes es el de las contralorías del orden nacional, departamental y municipal: cuestan decenas de veces más de lo que logran recuperar o evitar que se roben y malgasten, cosa increíble en medio de tanta corrupción y despilfarro. Igual pasa con la Procuraduría y las personerías, a pesar de que la clase empresarial ha reconocido que para contratar con el Estado es preciso sobornar funcionarios. Los entes de control valen mucha plata y no ven ni siquiera lo que un ciudadano se encuentra en cualquier esquina: los agentes de tránsito recibiendo mordidas.
Álvaro Gómez Hurtado decía que ese monstruo que es el Estado (Leviatán), y la sociedad que representa, deben hacer un acuerdo sobre lo fundamental. Y eso no es otra cosa que administrar los recursos con la sabiduría de una madre en vez de hacer velódromos donde no hay ciclistas, pero también jugar a hacer país con unas reglas que todos cumplamos, no cada cual aparte con su baloncito. Mientras se mantenga esta estructura de poderes feudales será muy difícil que un presidente demuestre logros culminantes: una sola golondrina no hace verano.
Publicado en el periódico El Mundo de Medellín, el 5 de diciembre de 2005 (www.elmundo.com).