La situación de violencia en Colombia siempre la hemos llamado ‘guerra’. Se ha hablado de ‘guerras’, en plural; contra el narcotráfico, contra Pablo Escobar, contra las guerrillas, contra la corrupción, contra los paramilitares, etc. A eso, el presidente Uribe prefiere llamarlo «amenaza terrorista», y esa minuciosidad semántica ha venido suscitando toda clase de polémicas y confusiones. Según el presidente Uribe y sus asesores, en Colombia no hay ‘guerra’ o ‘conflicto armado interno’ por cuanto tal figura implica que un partido político está alzado en armas contra el establecimiento, en representación o con posesión de un territorio y con apoyo de una facción específica de la población.
Fácilmente se colige que eso no es lo que ocurre en Colombia. Las Farc ni tienen ni son un partido político a pesar de sus cercanías con el Partido Comunista y sus nuevas vertientes de nombres engañosos como Polo Democrático o Alianza Democrática. Tampoco tienen las guerrillas territorios propios, a pesar incluso de los santuarios que la extrema pereza de los mandatarios anteriores les han permitido tener, ni son propias de una región en concreto como la Costa, los Llanos o Antioquia. Ni siquiera representan a un grupo de población en particular, sea de carácter étnico, racial, religioso o de otra índole, que tenga asiento en nuestro territorio. Entonces, no cabe duda de que nuestra ‘guerra’ no es una ‘guerra’ si nos atenemos a las definiciones de los tratados internacionales.
Pero, cabe preguntarse ¿para qué se mete el presidente Uribe en estos berenjenales de no llamar al pan, pan, y vino al vino? ¿Por qué, si nos molestan tanto los eufemismos en un país caracterizado por una arraigada hipocresía, crear este de «amenaza terrorista»? Baste mencionar que en las naciones desarrolladas suelen ser precisos con el lenguaje y también consecuentes con él. Entonces, ¿cómo hacer que las Farc pierdan apoyo si se habla de conflicto interno? Es decir, si la terminología indica que la guerrilla es un partido levantado en armas con tierra y pueblo detrás, algo así como la guerra en Yugoslavia. De ahí que tras años de llamar ‘guerra’ a esta insurrección muchos creen que el establecimiento cerrado y autoritario está siendo combatido por adalides de la Libertad. Nada más alejado de lo que sucede aquí.
Por lo tanto, la decisión del Jefe de Estado tiene sentido aunque guerra es guerra al fin y al cabo. Pero a un pobre país como el nuestro le tiene que importar lo que los demás piensen de nuestro conflicto y por eso la cantaleta del presidente Uribe es justificada.
En cambio, el juego de palabras que no parece tener mucho sentido es el propuesto por el ex presidente Alfonso López Michelsen, el nonagenario que pone a «pensar al país», quien se ha venido con una argumentación semántica más discutible y confusa, y cuyos propósitos no son muy claros: dice él que el terrorismo no es un delito o que, por lo menos, no está tipificado en «ninguna legislación en el mundo»; que las Farc «no son terroristas» o que, por lo menos, acciones terroristas como volar oleoductos y atacar edificaciones militares o de Policía no lo son. Si bien, en sana lógica, podría aceptarse que la voladura de un oleoducto que conduce crudo de exportación no tiene por objeto crear terror entre la población —puesto que generalmente están en zonas alejadas donde la gente no se afecta—, cualquier acto de esta naturaleza puede derivar en consecuencias tan graves como si se hubieran ejecutado para crear pavor. Machuca es el ejemplo.
De otra parte, si bien es entendible que quien está empeñado en tomar el poder ataque el brazo armado del Estado, un brazo al que le corresponde por su naturaleza el ser atacado con todas las consecuencias que de ello se deriven, eso no exime del atributo de ‘terroristas’ a ciertos actos cometidos de tal manera que aún siendo contra la Fuerza Pública, generan terror entre la población como en decenas de pueblos donde, por atacar las instalaciones militares y de Policía, con cilindros-bomba de poca precisión, se terminó tumbando la iglesia, la alcaldía, la escuela, la biblioteca, la casa de las putas y casas de familia donde murieron ancianos miserables y nonagenarios en quienes López no piensa.
Llámese como se quiera, los ilegales ejercen su poder y tratan de incrementarlo a través del pulso militar y del miedo o terror que provocan con sus procedimientos. Incluso, muchos golpes militares conllevan cierto grado de terrorismo tanto en su propósito como en el resultado, sobre todo en aquellos casos en que se emplean armas no convencionales. Decir que las Farc no es terrorista es pisotear la memoria de miles de niños, adultos y ancianos —de Bojayá o del Club El Nogal—, víctimas de bicicletas-bomba, balones-bomba, burros y caballos-bomba, carros-bomba, cilindros-bomba, minas quiebra patas, etc., y del terror sistemático de acciones como el secuestro, el desplazamiento forzado, la extorsión, el constreñimiento electoral, el reclutamiento forzado y demás.
Lástima que el doctor López, en sus horas postreras, dedique su indiscutida inteligencia a confundir incautos con sus diletancias, y a interponerse por todos los medios en el camino del presidente Uribe.
Publicaciones relacionadas:
Vuelta la violencia, el desorden, la anarquía; maniatadas las fuerzas legítimas de la Nación; mancillada la juridicidad y desaparecida la se...septiembre 28, 2020
Mientras el presidente-dictador de Venezuela se eterniza en el poder gracias a que todos los organismos de representación y control le son d...septiembre 5, 2009
La polarización en la que ha caído el país se pretende dirimir acusando a la contraparte de estar mintiendo. Pero en este juego de verdades ...agosto 23, 2016