Malasia es un motivo de esperanza para países como Colombia, y la fiel demostración de que hasta el peor de los mundos puede revertirse en 20 años.
Un conflicto guerrillero de más de 40 años, más de la mitad de la población sumida en la pobreza —20 por ciento en la indigencia—, con una alta tasa de analfabetismo, con un incipiente desarrollo industrial y unas pobres tasas de crecimiento, con un ingreso per cápita miserable… No estamos hablando de Colombia, es el panorama que se vivía en Malasia hace más de 20 años cuando llegó al poder Mahatir bin Mohamad, el arquitecto de la transformación de ese país, quien recientemente estuvo en Colombia.
Hoy el panorama es distinto. La mano fuerte del ex primer ministro obligó a la guerrilla a capitular en 1990. El país se industrializó otorgando inigualables exenciones de impuestos a los inversionistas extranjeros. No sólo se fortaleció la agricultura con extensos sembrados de caucho (tercer productor mundial), cacao (quinto productor mundial), palma de aceite (primer productor mundial) y maderables, sino que se dio un salto tecnológico gracias al cual Malasia es hoy el tercer productor de componentes electrónicos después de EE.UU. y Japón. También tiene industria automotriz propia aunque no tan avanzada como la de sus vecinos del sudeste asiático. Igualmente incrementó la explotación de sus recursos naturales como el estaño, el gas y el petróleo.
Abriéndose al exterior, con una formidable visión de futuro, Malasia pasó de exportar 8 mil millones de dólares anuales a 126 mil millones (Colombia apenas exporta 16 mil); incrementó su ingreso per cápita de 300 dólares anuales a 4.200 (el de Colombia apenas ronda los 2 mil); crece al 7 por ciento sostenido anual (Colombia a menos del 4 por ciento en los últimos años, que han sido los mejores); redujo la pobreza al 5 por ciento (la de Colombia supera el 50 por ciento) y eliminó el analfabetismo. Hoy ese país (que apenas tiene un cuarto del territorio de Colombia y la mitad de su población) invierte el 25 por ciento del PIB en educación y capacitación, lo que señala a las claras hacia dónde va Malasia. No es un gigante como China o India pero escucharemos mucho de ese país en el futuro.
¿Cómo logró Mohamad sacar su nación adelante? Las respuestas están en la misma receta que han usado muchos países exitosamente y que en Colombia genera tanta resistencia. Mohamad decidió combatir a la guerrilla, manteniendo la iniciativa militar, y atraer la inversión extranjera libre de impuestos por diez años con la facilidad de sacar las ganancias del país también sin impuestos. Al mismo tiempo privatizó todo lo que generaba un lastre innecesario para el Estado y los particulares harían mejor: las carreteras, las comunicaciones, los aeropuertos, etc. Hubo tal seguridad jurídica por la estabilidad política del país, que todas esas medidas se mantienen hoy.
Contrasta lamentablemente la situación de Colombia donde resuenan las voces que tratan de acallar el accionar valiente de las tropas del Estado; donde la inversión extranjera es vista por muchos como invasión; donde las privatizaciones y concesiones son vejadas con demagogia y donde no hay seguridad jurídica porque las reglas se cambian en cada gobierno.
Hay cosas que Mahatir consiguió derrotar para imponer su visión de país y que se deben imitar si se quiere seguir la misma senda: el miedo al cambio, los grandes privilegios de los poderosos, los pequeños privilegios de los burócratas, la ignorancia de las clases bajas, la desidia de quienes sólo esperan la asistencia del Estado, la demagogia dogmática de reaccionarios y revolucionarios por igual.
Malasia es un motivo de esperanza para países como Colombia, es la fiel demostración de que hasta el peor de los mundos puede revertirse en poco tiempo. Allá contaron con la fortuna de tener un gran mandatario durante 22 años consecutivos, lo que sin duda es clave fundamental de su éxito. De eso debemos tomar nota. El Presidente de Colombia, Álvaro Uribe, está aplicando la receta correcta y la continuidad de sus políticas es necesaria. Ya que no puede gobernar 20 años conformémonos con ocho, si la bendita Corte Constitucional permite la reelección de un presidente con 80 por ciento de favorabilidad y no obliga al pueblo a cambiarlo por quienes no tienen propuestas y han sido castigados en las encuestas: apenas son un margen de error.