En Medellín hay preocupación y desconfianza por el proceso de transformación de su empresa de servicios públicos.
China desea comprar la petrolera norteamericana Unocal, pero los gringos quieren evitarlo por razones de ‘seguridad nacional’. La multinacional Pepsi quiere adquirir a la compañía de alimentos Danone, pero los franceses se oponen porque se trata de su empresa bandera, la que encarna ‘el estilo de vida francés’. En Colombia, la venta de Bavaria a SABMiller pasó desapercibida para los ciudadanos de a pie y la neocolonización industrial que se viene dando es vista como un síntoma de que el país está mejor y es más atractivo para los inversionistas extranjeros. Pero en Medellín sí hay preocupación y desconfianza por el proceso de transformación de su empresa de servicios públicos (EPM), la joya de la corona de las empresas estatales del país.
El meollo del asunto es el sector de las telecomunicaciones, un mercado muy cambiante en tecnología y con competidores de mucho peso que, según los promotores de la transformación, pondría en peligro a toda la empresa. La idea es separar telecomunicaciones del resto pues EPM ofrece a sus usuarios agua potable, energía eléctrica, gas domiciliario, telefonía básica, móvil y de larga distancia, Internet, televisión por cable y otros servicios. Sin embargo, esa ‘escisión’ es considerada por muchos como el primer paso para la privatización de una entidad tan querida para los usuarios como Danone para los franceses.
‘Privatización’ en Colombia, es un tema satanizado. Los bogotanos vendieron hace años su empresa de energía eléctrica (EEB) y les fue bastante bien gracias a dos alcaldes (Peñalosa y Mockus) que transformaron la capital del país con esos recursos. Su empresa de teléfonos (ETB) está democratizada en un 12%, de igual forma que otra de las empresas banderas del país, Interconexión Eléctrica (ISA). En muchas municipalidades tienen ya servicios públicos básicos después de décadas de esfuerzos infructuosos, gracias a empresas privadas varias de ellas extranjeras como Unión Fenosa o Aguas de Barcelona. Privatizar no es el coco, puede ser la diferencia entre tener o no tener servicios aunque suban los costos tarifarios.
No obstante, ¿con qué discurso puede privatizarse una empresa eficiente y muy rentable que opera con tarifas promedio? El alcalde de la ciudad, Sergio Fajardo, se ha dejado convencer del ‘grave peligro’ que correrían las EPM de seguir cargando el lastre de las telecomunicaciones y ha cometido un grave error político al defender a capa y espada que tal escisión no será una privatización. Es una incoherencia mayúscula el dar a entender que la nueva empresa de telecomunicaciones va a ser lanzada a los tiburones para salvar al resto y para que telecomunicaciones también se salve si corre con suerte. Lo que nadie ha querido decir es que si el peligro de naufragio es tan real como se cree, la empresa de telecomunicaciones debería venderse ahora que vale buen dinero y no esperarse a que no valga nada. Y si el peligro no es tan grande pues no debe hacerse escisión alguna sino continuar como va y apostándole el todo a la telefonía móvil.
Claro que cuando un mandatario latinoamericano va a hacer una privatización por más de 500 millones de dólares debería saber de antemano lo que va a hacer con el dinero y ese no es precisamente el caso de Fajardo, quien actualmente tiene congelados en los bancos cerca de 280 millones de dólares de la ciudad porque no encuentra en qué gastarlos. Medellín es una ciudad boyante pero llena de pobres; hay 10 mil habitantes de la calle, 4 mil de los cuales son niños, pero el alcalde no quiere botar la plata en eso. Podría hacer inversiones que estimulen el turismo, pero no; podría enfocar la educación hacia la tecnología, por ejemplo, pero tampoco; podría subsanar el atraso vial de la ciudad, pero menos. Y si ese dinero cae en malas manos, peor.
Ahora, las telecomunicaciones de EPM están pegadas por la cabeza con su hermano siamés, la Empresa de Teléfonos de Bogotá, en unión de la cual posee una empresa de telefonía móvil que tiene el 10% del mercado nacional: el restante ya está en manos del capital extranjero; México (Comcel) y España (Telefónica). Y claro, el par de siameses no se ponen de acuerdo por celos políticos y cada uno tira para su lado, de donde se deduce que los riesgos no son externos sino internos. Y la miopía de nuestros políticos es tal que desdeñan la democratización accionaria que nos puede librar de propietarios indeseables. Hace 25 años los antioqueños salvaron una textilera de sus entrañas comprando acciones a precio de huevo pero hoy no hay tanto sentimentalismo. ¿Será mejor vender acciones caras hoy o tener que pasar la ponchera dentro de diez años?
Sergio Fajardo debería adoptar una postura clara y defenderla si no quiere pasar a la historia como el enterrador de la empresa más querida de Colombia. Que justifique la transformación o la deje como está pero que los opositores revisen bien si quedarse con ella es una amenaza y si vender no es, tal vez, una oportunidad de progreso como sucedió en Bogotá. Debate que no se hace por pura demagogia.
Publicado en el periódico El Mundo de Medellín, el 1 de agosto de 2005 (www.elmundo.com).