No es fácil entender por qué en un país donde es cosa de todos los días el maltrato infantil, el asesinato de menores, el abuso y comercio sexual desde temprana edad, la explotación del menor trabajador y la laxitud de la Justicia frente a los perpetradores de estos hechos -cuando no, la impunidad absoluta-, el aborto genera tan fingido escándalo. La Iglesia Católica, que guarda rotundo silencio en todos los casos mencionados, y aún más en los que comprometen a sacerdotes en sucesos de abuso sexual infantil, lidera cruzadas de tan dudoso mérito como aquella de forzar a los estudiantes de colegios católicos a escribir millares de cartas dirigidas a la Corte Constitucional para manifestar su oposición por un tema que estos niños ni siquiera comprenden.

A renglón seguido, muchos colombianos incurren en lamentables demostraciones de incoherencia como la multitudinaria procesión antiaborto encabezada por la venerable imagen del Divino Niño y el cardenal Pedro Rubiano, al tiempo que ninguno de esos marchantes se conduele por la suerte de los niños colombianos más allá de una momentánea reacción a la noticia que ven en el televisor.

Los fanáticos antiabortistas condenan a la mujer que aborta (y ahora al Estado que lo permite) con la misma ligereza de aquellos que iban a acometer a la tal María Magdalena por supuesto acto de adulterio, quien, según el relato evangélico, contó con mejor abogado que las mujeres nuestras. Muchos no quieren entender que la mujer, cuando de aborto se trata, es la primera víctima y no el victimario, y que abortar no es un asunto placentero, no es para hacer fiesta.

La intransigencia es tal que ni siquiera se permite la reflexión acerca de la necesidad de permitir el aborto en los tres casos que determinó la Corte (u otros), y se pretende que sea sólo la visión católica la que se imponga sobre el asunto. Por ejemplo, acerca de la violación, monseñor Rubiano dice que eso se soluciona dando el niño en adopción y listo. Así de fácil. Desconoce el prelado los graves traumas para una mujer y su familia en tanto gesta una criatura producto de un atropello inconcebible. Desconoce también el trauma permanente que puede suscitar el saber de la existencia de esa criatura en otras manos, el sentimiento de culpa y demás.

Ante el tema de aborto por malformación del feto, los seguidores de la Iglesia Católica están propalando toda clase de falacias que sugieren el exterminio de toda imperfección. No, la Ley es muy clara y se refiere a malformaciones que sean incompatibles con la vida extrauterina. La Iglesia dice muy deportivamente que «todos nos vamos a morir algún día», pero hay graves enfermedades que provocan una lenta agonía del sujeto recién nacido, un sufrimiento inenarrable de dos, tres o más años hasta que muere, y con él se destroza la familia entera, ni en Dios vuelven a creer. En este caso no está incluido el niñito con labio leporino o el que tiene un piecito torcido. Tampoco se incluyen a los que les faltan las piernas o los bracitos, porque esto no es incompatible con la vida extrauterina, pero sería oportuno abrir el debate sobre estos casos porque lo que viven estos seres es un padecimiento constante sin ningún chance de una vida decente. Ni siquiera la Iglesia recibe en sus seminarios baldados que deseen ser sacerdotes.

El tercer caso que se ha permitido, el aborto por riesgo de vida de la madre, está suficientemente explicado en el caso de la señora Martha Solay González, a quien se le descubrió un cáncer a tiempo de tratarse cuando tenía dos meses de embarazo, para lo cual era necesario practicarle el aborto. Como ello no pudo hacerse (una mujer rica se lo habría practicado en el extranjero) el tratamiento tampoco se efectuó y hoy está desahuciada, esperando la muerte con el sobrepeso de saber que va a dejar cuatro huérfanas.

Lamentablemente, tan férrea oposición de la Iglesia se debe a su mórbida concepción del sufrimiento, sufrir para ganar el cielo. Lo cierto es que se trata de una decisión correcta tomada por la esfera del Estado porque a éste no le corresponde entrar en juegos metafísicos de creer que un feto sin desarrollo cerebral siente, piensa, y tiene un alma y un destino, sino buscar la igualdad y el bienestar de las personas.

Posted by Saúl Hernández

Deja un comentario