La reelección de Álvaro Uribe Vélez es buena, oportuna y conveniente.
La razón primordial en la que se respalda filosóficamente la reelección presidencial está dada por la inconveniencia de que además de que los gobiernos son cortos, también son personalistas, por lo que cada mandatario suele desbaratar lo bueno y lo malo de su predecesor, desandando el camino. Muchos mandatarios dilapidan buena parte de su tiempo —y de los recursos del Estado— marcando diferencias que contrasten con lo hecho por gobiernos anteriores, así sea para mal.
Ese es un rasgo propio de democracias inmaduras y sociedades mentalmente atrasadas, de lo cual Colombia es un buen ejemplo. Basta ver que el criterio de muchos opositores a la reelección no tiene nada que ver con ideologías, programas de gobierno o logros y fracasos del cuatrienio que termina, sino sólo con la peregrina idea de que un presidente reelegido adquiere un gran poder y frena las posibilidades de ejercerlo a varios líderes cuya generación se va rezagando. Esa es una triste forma de reconocer que al sector político sólo le interesa usufructuar el poder para su propio beneficio, turnándoselo como en un interminable ‘frente nacional’. Hay, incluso, quienes pretenden señalar que la salud de nuestra democracia se mide por la movilidad de sus cabezas más visibles, no obstante que, en el Congreso por ejemplo, la renovación es nula.
Con base en esta perversión se mueve la campaña antireeleccionista de los partidos opositores y sus voceros de opinión, así como también la propaganda ‘subterránea’ que difunde de boca en boca toda clase de rumores, y esos panfletos que circulan por Internet plagados de falsas, inexactas y retorcidas razones para no votar por Uribe aunque no puedan enumerar ni siquiera dos argumentos sesudos para votar por otros. Nadie en la oposición reconoce logro alguno del actual Gobierno y, por el contrario, el juego consiste en desprestigiar al presidente-candidato incriminándolo de todos los problemas habidos y por haber. Eso no es sensato ni siquiera proviniendo de las más radicales fuerzas de oposición.
Para calificar el gobierno de cualquier presidente, con miras a su reelección, habría que tener en cuenta varios aspectos que permiten medir con ecuanimidad sus realizaciones. Se debe ser objetivos y juiciosos al cuestionarse no sólo acerca de los avances alcanzados sino al medir el grado de responsabilidad que tiene el mandatario en los problemas del país. El Estado no es sólo el presidente ni la Nación es tan sólo el Estado, cada institución y cada servidor público inciden con sus actos en la situación general del país y todos los ciudadanos tenemos alguna responsabilidad en lo que marcha bien y en lo que marcha mal.
Una sola persona no puede ser responsable de todo lo malo y menos aún de situaciones históricas como la subversión o la pobreza. De esa manera, ni Dios podría ser reelegido. La oposición no se da cuenta de que al negar los evidentes aciertos del presidente Uribe y adulterar la realidad que cualquier ciudadano percibe, minan la credibilidad de la política y de sus propios partidos y le niegan al país la posibilidad de avanzar aceleradamente construyendo consensos que sólo son viables cuando se miran las cosas con un juicio recto e imparcial.
Al responsabilizar al presidente Uribe hasta del calamitoso invierno, la oposición incurre en un grave error político porque ningún candidato ni partido —mucho menos la Izquierda— tiene llaves milagrosas para solucionar los problemas. El candidato Carlos Gaviria y su camarilla suponen que un Congreso dominado por el uribismo les va a aprobar cualquiera de sus proyectos, o que los políticos corruptos les van a brindar apoyo sin recibir prebendas del Estado. Si Carlos Gaviria llegara algún día al poder se daría cuenta de que los ideales que ansía conseguir son tan deseables como utópicos, y que no basta con decirlo para que todo se vuelva realidad en medio de una lucha de voluntades e intereses contrarios. Olvida que el presidente está maniatado por los demás poderes del Estado; aquí los únicos que hacen lo que se les viene en gana son los jueces de la Corte Constitucional, de donde Gaviria salió mal acostumbrado.
El gobierno de Álvaro Uribe Vélez tiene muchos logros incuestionables, el país está mucho mejor hoy que hace cuatro años y marcha por buen camino. La continuidad de muchas de sus políticas ofrecerá un efecto mayor que si se implementaran otras nuevas por acertadas que fuesen. Así que este no es momento para creer en rumores ni para decir como un borracho que, como aquí estamos pasando tan bueno, es hora de irnos para otra parte.
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