Su demagógica preocupación por la pobreza alcanzó a ilusionar a muchos.

Respetado Doctor: El 28 de abril de 2005 mencionó usted su preocupación por la pobreza. A decir verdad, fueron palabras esperanzadoras viniendo de alguien que, como dueño de un tercio de la banca nacional, podría tener honda injerencia en el bienestar de amplios sectores de la sociedad colombiana.

Reconozco que fui uno de tantos ingenuos que pensamos que tal anuncio supondría la humanización de la banca: el alivio a morosos víctimas de los contratos leoninos en que se convirtieron los créditos de Upac, la democratización del crédito en un país donde se le presta sólo al que no lo necesita, la reducción del margen de intermediación, el final del todo-vale de los servicios financieros y la caída de las tasas de interés.

Paradójicamente, usted representa dos sectores económicos que evidencian una gran insensibilidad hacia los pobres como son la banca y la construcción. Muchos han olvidado que usted llegó a ser el mayor urbanizador del país. Por eso, su mensaje también parecía el fin de ese oprobio que llaman ‘vivienda de interés social’: cubiles de 30 metros cuadrados construidos en zonas con riesgo de inundación o avalancha, sin posibilidad de ampliación, a veces sin servicios, levantados con materiales que se desbaratan como terrones de azúcar y sin calles de acceso.

Ha pasado un año y su propuesta, llena de buenas intenciones más que de hechos concretos, ha caído en el olvido. Empero, no dudo en señalar la responsabilidad que le cabe por esta salida demagógica que alcanzó a ilusionar a muchos. Se limitó usted a establecer que un pacto para erradicar la pobreza se basaría en buscar un crecimiento sostenido del 6 por ciento anual durante una década, verdad de Perogrullo que es una necedad enunciar.

Y aún si fuera sencillo conseguirlo —lo del crecimiento sostenido—, no es suficiente para pensar en derrotar la pobreza mientras no se controle la sedienta concentración de capitales mediante justas políticas de redistribución, de la misma forma que la socialización de pérdidas se efectúa sin demoras cuando a los ricos les va mal. El Banco Mundial acaba de sugerir la reducción del salario mínimo para ser más competitivos pero insinuar el salario o ganancias máximas, la repartición de utilidades y otras perlas, sigue viéndose como un discurso subversivo.

El pacto que usted propone pretende que los pobres se beneficien una vez se hayan saciado los ricos pero los seres humanos somos ávidos y de la mesa de Epulón sólo caen migajas. Lo anterior se comprueba en un estudio del Banco Mundial que revela que la concentración de la riqueza en Colombia se mantiene en los niveles de 1938. De hecho, mientras usted y don Julio Mario ocupan destacado sitial en el listado de Forbes, Colombia ocupa preocupante posición en el coeficiente Gini que señala las economías más desiguales del planeta: hay barrios donde el nivel de vida es semejante al de Suecia mientras que en gran parte del país se vive peor que en África.

Sería injusto responsabilizarlo por la pobreza del país o exigirle soluciones. Aún si repartiéramos entre los 25 millones de pobres los 10 billones de pesos que le endilga Forbes, a cada uno le tocarían 40 mil pesos, la décima parte de un salario mínimo mensual, lo que demuestra que los pobres son muchos y los recursos ínfimos, pero eso no puede justificar —ni encubrir— el alto nivel de concentración de la riqueza.

Si bien usted da sustento a miles de colombianos también puede decirse, desde la óptica contraria, que el esfuerzo de esos miles —y las penurias de muchos más— lo hacen rico a usted y a otros, cosa que no puede reconocerse si no prevalece un capitalismo con visión humanitaria. Hoy, la contienda entre el ebitda y el gini tiene a muchos universitarios armando bombas porque donde usted ve éxito empresarial ellos ven injusticia. Pese a todo, aún está a tiempo de asumir su llamado y liderar un pacto equitativo que le sea útil a Colombia.  ·

Publicado en el periódico El Tiempo, el 24 de abril de 2006

Posted by Saúl Hernández

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