Dice el ex ministro Juan Camilo Restrepo que el Gobierno tiene una reforma tributaria silenciosa, paralela a la que entró a discusión en el Congreso: la del constante incremento en el precio de los combustibles. El asunto es cada vez más polémico. El proyecto de Presupuesto para el 2007 contempla una partida de ‘subsidio al combustible’ por 2,9 billones de pesos que permite visibilizar un rubro que para muchos es ficticio: si Colombia es autosuficiente en materia petrolera, ¿por qué es necesario subsidiar el diferencial entre el precio interno y el de referencia?
El precio del combustible es una decisión de política económica que lo podría situar entre los 400 pesos que cuesta un galón en Venezuela y los 16 mil que cuesta en Holanda. Si el petróleo puede venderse al exterior a ‘precio de oportunidad’, no hay razón para feriarlo aquí, donde sólo el 12 por ciento de la población tiene vehículo automotor. Por supuesto que no es solo la clase alta, pues hay muchos que lo tienen como fuente de sustento y todos nos movemos con gasolina. Ahí es donde está la discusión.
Y las buenas ventas de vehículos demuestran que aún hay un buen margen para seguir subiendo. Está claro que el alto precio del combustible, que no parece coyuntural, le ha ayudado a cuadrar caja al Gobierno y si no fuera por los buenos ingresos de Ecopetrol sería necesario imponer otros gravámenes que equilibraran la carga. Lo malo es que nuestras reservas siguen disminuyendo y que las alzas sin fin terminarán afectando a toda la economía.
Y, en medio de esto, se cierne una desatinada política contra el uso de vehículos particulares. Es muy grave que el saliente ministro de Minas, Luis Ernesto Mejía, haya expresado que al Gobierno le interesa desestimular su uso. Más grave aún cuando tal aseveración proviene de un industrial del sector automotor. Un funcionario serio no puede desconocer que frenar el desarrollo de esta industria tiene un fuerte impacto en el crecimiento.
La industria automotriz ha sido un puntal del progreso en el mundo. Es una industria que jalona otros sectores de la economía pero en Colombia se advierte su atraso. Según el Banco Mundial, Colombia es uno de los países que tiene menos vehículos por cada mil habitantes, solo 51, mientras el promedio de Latinoamérica es de 153. Para este año hay un estimado de ventas de 150 mil unidades cuando en países de menor población como Argentina se venden 450 mil carros nuevos al año y en Venezuela, más de 200 mil.
Si los problemas son la congestión vial y la contaminación, las soluciones son otras. En el primer caso es hacer las vías, aunque parezca una necedad decirlo. Obras para las que se requiere arrebatarles los recursos a los corruptos con medidas audaces como la propuesta por el vicepresidente Santos, porque la descentralización no puede servir de antifaz a la corrupción. Y para el tema de la contaminación, se debe estimular el uso de combustibles limpios, amigables con el ambiente y con el bolsillo.
Y es que la impureza de nuestros combustibles es atroz. El diesel tiene una impureza superior a 2.000 ppm (partículas contaminantes por millón) frente a 50 ppm que contempla la norma Euro IV. TransMilenio utiliza ese diesel contaminante, y sus similares que se están construyendo en varias ciudades del país adolecen del mismo defecto. No se tuvo en cuenta el sistema a gas y tampoco el recurso hidroeléctrico que en Colombia abunda, que es barato y totalmente limpio. Hoy, los tranvías y trolebuses adquieren mayor vigencia en países con excelente recurso hídrico y reservas petroleras a la baja.
El Gobierno debe desarrollar un plan de reconversión masiva del transporte público de gasolina a gas natural. Y entre los vehículos particulares se podría incentivar el empleo de aceite de cocina ya usado. No contamina y lo regalan en los restaurantes. Ojalá un buen aceite de oliva; reduce los gases y las explosiones del exhosto. ·
El Tiempo, agosto 8 de 2006
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