Rocío Vélez de Piedrahita (El Colombiano)
Si hay alguna letra escrita que pueda enmarañarse hasta el infinito para que diga cosas diferentes y contradictorias, es la ley. Por eso es tan temible. Existen en el argot jurídico, una serie de expresiones que por lo mucho que abarcan, aprietan poco. La ‘autoridad competente’ no se sabe quién es, y de oficina en oficina, el ciudadano acaba por no encontrarla. Otra es ‘el debido proceso’ que, por los muchos vericuetos, artículos, incisos, anexos, reformas de cada una de las reglamentaciones legales, no deja en claro cuál es, exactamente, el proceso que debe seguirse en cada caso. En plena era de computadores, cuando en un almacencito casero, con apretar una tecla, le dan a uno toda la información que se les pide de ventas del último año, la televisión nos muestra despachos judiciales con estanterías del suelo al techo, atiborradas de fajos de problemas pendientes, amarrados con pitas y evidentemente arrumados por tiempo indefinido. Pero eso sí: una vez que a los varios años, el caso logra ser estudiado, una letra de más o de menos altera una declaración perfectamente clara; una hora de demora para asistir a una citación, y todo el proceso es declarado nulo.
Antes de hablar de lo que está pasando con lo que puede decir Virginia Vallejo y no quieren tenerlo en cuenta, vale la pena recordar un ejemplo verídico, acaecido en Medellín, con motivo del secuestro y muerte del señor Diego Echavarría. Gracias a las informaciones suministradas por un veterano hampón, su cadáver fue encontrado con huellas de tortura, amarrado dentro de un costal de polietileno empantanado. Siguieron un juicio, dieron con los culpables y dos años más tarde -abril 1973- se pronunció la sentencia contra los incriminados: siete resultaron condenados, aplicándoseles diversas sanciones según la personalidad de los delincuentes, sus antecedentes de todo orden y el factor de reincidencia que pesaba sobre ellos. La pena mayor fue de 30 años, por secuestro, tentativa de extorsión, homicidio agravado, asociación para delinquir. En mayo de 1974 fue declarada nula esa sentencia. Cito el motivo de nulidad como lo transcribió la revista «Derecho Colombiano» en su número 172 de 1975: «La sala funda su determinación en que tiene la falla de no haberse firmado por el Presidente del Consejo de Guerra ni por el secretario del mismo los cuestionarios sometidos a la consideración de los vocales… (…) la señalada omisión constituye vicio insubsanable del proceso…» Lo impactante en este caso es que el original del veredicto sí fue firmado por las personas aludidas, pero «… como el Consejo de Guerra Verbal es un acto jurídico completo… la nulidad que vicia una de sus partes se extiende necesariamente a las demás». La revista publicó el salvamento que hicieron varios magistrados apoyados en artículos del Código de Justicia. Los culpables quedaron libres: para reincidir. Como efectivamente lo hicieron, según me lo confirmó un abogado que participó en ese caso.
Virginia Vallejo, por miedo, -tiene razón en tener miedo- permaneció escondida, en silencio, esperando el veredicto; lo que le parece al observador desprevenido es que, apenas vio que venía la impunidad, se arriesgó a salir de su escondite, pasarse a otro país, y contar. Lo que ella tiene para contar es importantísimo para el país, porque puede sacar a la luz infinidad de basura que nos ha enlodado por muchos años, de la cual no nos podremos librar hasta que no la enfrentemos del tamaño que es, y se den los nombres de todos los implicados en esas tenebrosas maquinaciones. Y ahora resulta, de un lado, que a Virginia por su vida dizque alegre, por ser modelo, porque es loca, oportunista, quiere vitrina, hacer negocio con el libro que piensa publicar etc. no se le debe creer; del otro que la razón legal por la cual no se pueden tener en cuenta sus declaraciones es que llegó después del 7 de julio, una semana después de la fecha señalada para seguir el debido proceso. Admiro la ley, admiro a los legisladores. Es cierto, indiscutible, que permitir excepciones es la puerta para el desorden, que determinar cuáles y cuándo, es difícil. Pero lo que estamos presenciando es, desde todo punto de vista, absurdo. Y, tratándose de un hecho tan importante como el asesinato de Luis Carlos Galán, extremadamente molesto.
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