Uno de los temas que más ha causado preocupación en el bolsillo de los colombianos, en los últimos años, es el de los constantes aumentos de precio de la gasolina. El asunto tiene mucho de largo y de ancho porque esta política de Estado, no de Gobierno, parece tener firme fundamento en aquella denuncia que hace poco hicieran importantes funcionarios de Planeación Nacional en el sentido de que los subsidios del Estado terminan en manos de los más ricos y no de los más pobres.

Se estima que en Colombia, el 12 por ciento de los individuos es propietario de vehiculo automotor. Se considera que hay unos 4,5 millones de buses, camiones, automóviles, motocicletas o cualquier cosa que se les parezca. En efecto, es muy reducido el número de personas con carrito propio aunque algunos aduzcan que ese 12 por ciento representa una cifra mayor en vista de que si bien sólo figura el dueño también es el carro de la esposa y los tres muchachitos. Bajo ese sofisma creeríamos que la mitad de la población colombiana tiene carro en la casa pero la realidad es bien distinta. ¿Por qué?

La concentración de la riqueza también se manifiesta en este rubro. Hay empresarios del transporte que tienen más de 100 buses y/o camiones, por ejemplo. En los estratos altos, el promedio de vehículos por familia ha pasado rápidamente de 1 a 2 en los setentas, de 2 a 3 en los ochentas, de 3 a 4 en los noventas, y hoy es normal que cada miembro de las familias de estrato alto tenga vehiculo, a veces más de uno por cabeza. En los estratos pobres, en cambio, el vehiculo es una novedad que se adquiere de segunda mano (¿de cuarta?), en pésimo estado técnico mecánico y a menudo con el propósito de ser una herramienta de trabajo. Los carros que personas adineradas compraron en los años 60 y 70, hoy se utilizan para repartir tomates y toda clase de verduras en tiendas de barrio. De ello derivan su sustento personas pobres.

Tenemos entonces un asunto complejo de entender: los pobres, en general, no tienen carro; sin embargo, es el medio de subsistencia de muchos pobres y todos necesitamos de un automotor para movilizarnos al igual que todas las mercancías. Luego, pareciera pues que, cada uno, de una u otra forma, es consumidor de gasolina, no sólo los ricos.

El meollo del asunto

El meollo del asunto es considerar como necesario (para tal política) entender, creer o considerar que el 12 por ciento de la población colombiana, los propietarios de vehículos, son ricos y que, por tanto, no tienen por qué estar recibiendo un subsidio del Estado colombiano que consiste en pagar la supuesta diferencia entre los precios internacionales del combustible y lo que se cobra localmente. Al respecto habría que hacer también un acto de fe para obviar que Colombia es autosuficiente en materia de petróleo —aunque no en refinación de gasolina— y nos cobran el combustible como si se tratara de un producto importado. El Gobierno dice que desde 1994 ha destinado US$5 mil millones de dólares a zanjar esa diferencia de precios.

Por otro lado, el petróleo es un producto sui generis que por ahora no tiene sustituto, motivo por el cual goza de consideraciones especiales que parecen trascender las leyes de oferta y demanda. Hay una abismal diferencia entre vender un galón de gasolina y un saco de café colombiano. Si el café sube a precios exorbitantes es remplazado por cualquier otra bebida sin mayor complique, pero el petróleo tiene un mercado cautivo que convierte en forzoso aquello que se llama ‘precio de oportunidad’. Eso significa que los consumidores están dispuestos a pagar lo que se pida por él hasta un límite por ahora inexplorado. Cuando menos hasta que sea levemente más barato que un sustituto como el biodiesel, que no es otra cosa que un aceite de cocina (supongo que de muy mal sabor), o el alcohol carburante que se saca de la caña de azúcar en Colombia o de la remolacha en Francia.

En el 2005 se vendieron en Colombia 140 mil vehículos nuevos, muchos de ellos movidos con gasolina extra, la más costosa. De hecho, fueron los de gama alta —gasolina extra— los que más se vendieron. Eso le da al Gobierno un buen grado de razón al notar que aún hay un colchón ciertamente amplio para aumentar el precio sin afectar el consumo, o las ventas totales, aunque sí esté afectando el bolsillo de más de uno.

Pero, si somos autosuficientes en materia petrolera, ¿por qué el Gobierno tiene que igualar nuestro combustible al precio internacional? En Venezuela, el galón de combustible cuesta unos 600 pesos colombianos, casi 10 veces menos de lo que nos vale a nosotros: 5.665 pesos por galón de gasolina corriente a enero de 2006 (precio de Bogotá). Ellos son el quinto productor mundial de crudo con cerca de tres millones de barriles diarios. Colombia, en cambio, es un modesto productor que ya no llega a 600 mil barriles/día —525.000 barriles por día en el 2005 y 528.000 barriles en el 2004 (El Tiempo, enero 16 de 2006)—, y que ve agotarse poco a poco esas importantes fuentes de Cusiana y Caño Limón mientras los más recientes descubrimientos han sido verdaderos fiascos que nos tienen abocados a una frustrante y prácticamente inminente posición de país importador de petróleo. Los más optimistas señalan que tendremos autosuficiencia hasta el 2011 pero hay quienes creen que en el 2007 ya estaremos consumiendo gasolina importada… ¡y eso es el año próximo!

Colombia podría tener la gasolina a precios similares a los de Venezuela porque tales precios son producto de decisiones políticas, básicamente, pero en el momento que nos veamos abocados a importarla sería necesario incrementar los precios de forma drástica y estrepitosa, con consecuencias difíciles de predecir en materia de inflación y productividad, y con efectos directos en el PIB, o sea en el crecimiento que frenéticamente se busca para derrotar a la pobreza. Eso puede justificar los aumentos graduales, mes tras mes, repartiendo de a pocos el doloroso reajuste. No obstante, la principal razón que tiene el Estado para justificar el alto precio interno del combustible es el ya mencionado ‘precio de oportunidad’ pues, en un mercado globalizado, un gobierno no puede darse el lujo de vender crudo barato si puede exportarlo a un precio mayor. La prueba es que el hueco fiscal del Estado colombiano está siendo subsanado en la práctica por los altos precios del petróleo de hoy. Si no fuera así estaríamos muy contentos con un bajo precio del galón pero pagando nuevos impuestos para financiar el funcionamiento estatal y los gastos de inversión. Por eso, tiene mucha razón quien crea que la estructura de precios del combustible es un impuesto disfrazado.

¿Cuánto pagan en otros países?

El precio internacional del petróleo está disparado y eso complica las cosas para el consumidor local aunque le alegra la vida al Gobierno. En Miami, el galón de gasolina cuesta 2,74 dólares, que al cambio actual, 2.273 pesos, equivale a 6.228 pesos; es decir, apenas 563 pesos más que en Bogotá. Aquí vale la pena hacer economía comparada para tener una mejor idea de las implicaciones del precio de la gasolina en Colombia.

El salario mínimo diario en Colombia es de 13.600 pesos ($408.000 mensuales), 1.700 pesos la hora. Se requieren más de tres horas de trabajo para comprar un galón de gasolina. En España, el salario mínimo mensual es de 540,9 euros mensuales. La hora, en pesos colombianos, equivale a 6.204 pesos y el galón de gasolina cuesta cerca de 10.500 pesos. Un trabajador requiere una hora y media de sueldo para pagar un galón. En E.U. la diferencia es más notable: el salario mínimo para 2006 es de Us$ 5,15 la hora, 11.705 pesos colombianos, más de diez veces que en Colombia. Con una hora de trabajo se pagan casi dos galones.

Si las ventas de SUV’s en EE.UU. (aquí las llamamos 4×4) han decaído por el aumento de precio del petróleo ¿por qué en Colombia parece no impactarnos? Para saberlo hay que hacer referencia al salario de los estratos altos y no de los bajos pero el impacto general en la economía nacional debe estar sintiéndose.

Se preguntará alguien si el alto precio del combustible no se convierte en un factor de atraso, en un limitante del crecimiento económico en vista de que en todas las naciones desarrolladas la industria automotriz constituye un factor de progreso indiscutible. No hay nación que se haya desarrollado sin industria automotriz propia y ésta no prospera si el pueblo no accede a los vehículos, y el pueblo no accede a ellos si el litro de gasolina vale lo mismo que uno de leche.

La pregunta del millón es: ¿el alto precio del combustible en Colombia está frenando el crecimiento económico? Probablemente, la respuesta es sí. Pero volvemos a lo mismo. Habría que tapar el hueco fiscal de otro modo y el efecto sería el mismo porque en la macroeconomía todo está ligado. Lo innegable es que atar nuestros precios a una referencia internacional es un acierto porque en materia de consumo de petróleo vamos a vivir su etapa de agotamiento mundial y el surgimiento de nuevas y mejores fuentes de energía en un mercado globalizado, al mismo precio aquí o en Hong Kong. Pero de eso hablaremos en un próximo artículo.   ·

Posted by Saúl Hernández

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