No puede ser presidente quien mancilla su propia condición de candidato injuriando, difamando y eludiendo los temas de importancia.
Horacio Serpa Uribe y Carlos Gaviria Díaz no tienen otra opción que desprestigiar al presidente Uribe para tratar de llevarlo a segunda vuelta. Ante el desespero que les trae el no marcar en las encuestas y desarrollar una campaña lánguida y triste, ambos candidatos tratan de magnificar hechos que no son comparables con el proceso 8000 y de reducir al Presidente a la calidad de ‘vocero’ de los paramilitares y la mafia. De manera torpe, Serpa concluye que el gobierno de Uribe es ilegítimo y que las elecciones que se avecinan son antidemocráticas.
Ciertamente es asombroso que Horacio Serpa compare una gata con un elefante. Si bien es inconveniente que a la campaña de Uribe en el 2002 hayan ingresado dineros de las empresas de Enilce López, alias La Gata, oscuro personaje vinculado con el paramilitarismo, los 100 millones que aportó constituyen una cifra 60 veces menor que los más de 6 mil millones que el Cartel de Cali aportó a la campaña Samper Presidente, en 1994, de la que Serpa era el hombre orquesta y, a la postre, ministro de Gobierno de Samper.
En 1994 todo el mundo sabía quiénes eran y a qué se dedicaban los capos del Cartel de Cali. Eso no les importó ni a Samper, ni a Serpa, ni a Fernando Botero —el hijo del pintor—, ni a Santiago Medina, el otro implicado. Es de amplio conocimiento que Horacio Serpa Uribe recorrió todo el país en avioneta repartiendo dinero de la mafia —empacado en cajas forradas con papel regalo— para comprar votos. Y aún tiene mucho que explicar por el asesinato de su conductor personal justo antes de que fuera llamado a declarar durante la investigación por el escándalo.
Ahora viene un investigador del DAS recién despedido a decir que en la Costa Atlántica hubo un gran fraude a favor de Uribe, que le pusieron 300 mil votos sin los cuales no hubiera ganado en primera vuelta. La acusación es débil porque, precisamente en la Costa Atlántica, la región de mayor predominio paramilitar, Horacio Serpa ganó sobradamente en casi todos los departamentos: ganó en Córdoba, Sucre, Atlántico, Bolívar, Cesar y Guajira. Uribe Vélez apenas ganó en Magdalena y sólo por 7 mil votos de diferencia. En esos siete departamentos, Serpa obtuvo 1 millón 13 mil votos contra 710 mil de Uribe, o sea que Serpa le sacó más de 300 mil votos a Uribe donde se dice que dominan los paramilitares. Sólo en el Atlántico, Serpa superó a Uribe por 74 mil votos. Entonces, ¿cuál influencia paramilitar hubo en 2002? ¿Dónde fue el fraude a favor de Uribe?
Es más, en el departamento en el que Uribe ganó, Magdalena, el potencial de votación era de 614.259 votos y el total sufragado fue de 248.182. Es decir, hubo una abstención de más del 60 por ciento que es normal en Colombia. No hubo una votación exagerada a favor de Uribe ni un menoscabo notorio en contra de Serpa. Se denuncian casos extraños en dos o tres pueblitos de diez mil habitantes pero eso no configura un fraude nacional. Suponer que los 700 mil votos de Uribe en la Costa son producto de la presión paramilitar es tan temerario como sugerir que el millón de votos de Serpa son producto de los bultos de cemento, los ladrillos, las tejas de zinc y los ventiladores, cosas que las maquinarias liberales suelen cambiar por votos. Y no se crea que el fusil es peor que un bulto de cemento.
Entretanto, las denuncias sobre el DAS son muy graves por sí mismas pero que no se venga a decir ahora que esas irregularidades son culpa de Uribe cuando este país viene podrido desde hace décadas. No son pocos los indicios que señalan a sectores del Estado como autores de crímenes como el del mismo Gaitán o el de Álvaro Gómez Hurtado, este último para evitar la caída de Samper —y de Serpa, su escudero—. Los organismos de seguridad del Estado deben depurarse pero no son más que un fiel reflejo del país.
En resumen, flaco favor a la Patria le hacen los contendientes de Uribe en momentos en que deberían mostrarse como un bloque ante el terrorismo de las Farc que acaba de cobrar la vida de dos niños y un adulto en el sistema de transporte urbano de Bogotá o cuando se sabe que un delincuente de la talla del narcotraficante Henry Loaiza Ceballos, ‘El Alacrán’, está a punto de quedar en libertad.
No puede ser presidente quien mancilla su propia condición de candidato injuriando, difamando y eludiendo los temas de importancia. Serían malos presidentes como son malos candidatos y malos perdedores. ·
Publicado en el periódico El Mundo de Medellín, el 17 de abril de 2006
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