Diego Fernando Gómez – El Colombiano
En una columna anterior sostenía que el llamado «intercambio humanitario» era en realidad una extorsión. Que llegamos a esa situación luego de que aceptamos que la vida y la libertad humana eran sujeto de negociación. La vida y la libertad no pueden tener precio, y mucho menos para un Estado.
Por no tener claridad en los valores fundamentales desde los cuales se debe construir la sociedad, resultamos en procesos que son inviables o en los que finalmente la sociedad termina generando reacciones, muchas veces violentas, para hacer algo de «justicia».
Tanto las Farc como los paramilitares lo deberían tener claro que se puede engañar, manipular, presionar, comprar o extorsionar al gobierno de turno, pero nunca a toda una sociedad durante todo el tiempo.
Por eso el proceso de las Auc no es más que un nuevo proceso de sometimiento a la justicia de narcotraficantes con sus aparatos militares. La pretensión es disfrutar fortunas con tranquilidad y en medio del reconocimiento de la comunidad. Pero por más que ellos pretendan ser ciudadanos normales y respetados, nunca lo serán. Lo que les terminó aconteciendo a Escobar y a los Rodríguez Orejuela, que hasta creyeron tener presidente, bien les serviría de espejo. El valiente debate de Petro en el Congreso y el llamamiento de la Corte Suprema a los primeros políticos vinculados con ellos, es sólo el inicio de un proceso social que los perseguirá por lustros.
Sobre un proceso con las Farc, más allá de la reacción de Uribe luego de la bomba del jueves pasado, nos convendría revisar si realmente le es útil y pertinente a la sociedad entrar en un proceso de negociación. Son un grupo que cada día está más lejos de ser un proyecto político por vía armada y cada vez está más convertido en una máquina de guerra alimentada por dinero del narcotráfico, carente de propuesta y proyecto de país.
Como nunca antes, el tiempo está en contra de las Farc, cada vez dependen en mayor grado de un negocio que los carcome internamente. Lo fundamental para el país es construir cada vez más desarrollo, equidad, inclusión social, presencia efectiva del Estado en todo el territorio. Con o sin las Farc esa es la tarea fundamental, y si se hace esa tarea, las Farc y las Auc desaparecen por las propias dinámicas de construcción social. Es mejor hacer esto, no como una posición militarista, sino como una acción democrática y de acción de paz.
En cambio, una constituyente con las Farc (y eventualmente con las Auc) es simplemente una aberración social. ¿Cómo pretenden dos grupos que han cometido los crímenes más atroces y que son rechazados por la casi totalidad de los colombianos, establecer los principios constitucionales que rijan la sociedad? Cualquier constitución que surja de un proceso de esos carecerá totalmente de legitimidad ante los propios ciudadanos y ante la comunidad internacional.
A nuestra sociedad le ha faltado decisión para ganar esta guerra con las armas más legítimas y simples: la construcción de un nuevo país y la defensa de los principios fundamentales de la vida, la libertad, la democracia y el respeto por los derechos humanos. Esta estrategia es más sostenible en el tiempo. Mientras las Farc cada vez se degradan más, y nosotros cada día debemos ser más sociedad, fortalezcamos nuestro proyecto de sociedad.
De paso tenemos que resolver los problemas de que en Europa todavía creen que la guerrilla es un grupo de revoltosos de la Sorbona de finales de los sesenta y que aquí, de manera simplista, creemos que nos devuelven los secuestrados a cambio de sus presos y que a continuación no nos repiten la dosis del mecanismo que mostró ser efectivo. El que sigan pensando que estamos dispuestos a pagar el precio es precisamente lo que los mantiene secuestrados.