Los jefes paramilitares deberían entender que de esta historia saldrán indemnes quienes den un paso al costado y abandonen toda actividad criminal.
¿Qué habría sucedido en medio del escándalo de la ‘parapolítica’ si alguno de los jefes paramilitares recluidos en la hostería de La Ceja -una prisión improvisada- se hubiera fugado? ¿Se imaginan la presión y el descrédito que hubiera padecido el gobierno de Uribe? Ahora la pregunta: ¿tenían razones para fugarse de esa ‘cárcel’ los jefes ‘paras’, a pesar de que, como arguyen ellos, esa reclusión casi voluntaria les asegura una pena más benigna que enfrentar a la justicia ordinaria?
El traslado a la cárcel de máxima seguridad de Itagüí no fue una cortina de humo para encubrir un escándalo en progreso, sino una maniobra preventiva para evitar una crisis descomunal, para no repetir la historia. Los paramilitares hablan de incumplimiento y es cuando menos curioso que los enemigos de este proceso compartan esa idea y se manifiesten ‘solidarios’ con los ‘paras’ cuando siempre han señalado que esta desmovilización es una farsa, que los paramilitares no dirán toda la verdad, ni desmontarán su aparato militar, ni dejarán el narcotráfico, ni entregarán las tierras mal habidas, ni depondrán el poder que usurparon en muchas regiones. Es decir, no han dudado de que seguirán delinquiendo, pero ahora cuestionan que el Gobierno tenga informaciones en ese sentido, lo cual es contradictorio.
Sin embargo, desde la perspectiva histórica, no es nada raro que el Gobierno se haya visto obligado a meter en cintura a los cabecillas paramilitares. Ya en otras ocasiones hemos vivido esa historia y nadie quisiera pronunciar la manida frase de Santayana: "Pueblo que olvida su pasado…". Siguieron delinquiendo Pablo Escobar y sus hombres, y como Pedro por su casa se fueron cuando el Gobierno de la época trató también de meterlos en cintura. Siguieron delinquiendo los Rodríguez Orejuela y el menor de los Ochoa, Fabito, y siguen delinquiendo moros y cristianos mandando órdenes con sus abogados, sus familiares y sus amigos o a través del celular que mantienen colgado de la pretina del pantalón.
Hasta la saciedad se ha expuesto el atenuante de los crímenes del paramilitarismo: el abandono en el que se los dejó por muchos años. Pero haber desbordado la lucha contrainsurgente bordeando y franqueando las fronteras de la más vil criminalidad, la expoliación de tierras ajenas, la rapacería del presupuesto, la usurpación de la soberanía a la manera de los más crueles Estados totalitarios, obliga a la imposición de una pena excepcional: un mínimo de justicia, bastante de reparación y algo de verdad.
Los ‘paras’ deberían ver hacia atrás y entender que su mejor alternativa -y acaso la única- es dejar de delinquir y limpiar sus culpas en una cárcel auténtica, con esas penas generosamente bajas, si no quieren terminar en un tejado, como Escobar, o confinados a penas casi perpetuas, como los Ochoa. Es entendible que ellos teman por sus vidas. De su pasado arrastran enemigos, lealtades pegadas con babas y diversos intereses en disputa. Ninguno de ellos puede dormir a pierna suelta a sabiendas de que el mismo Carlos Castaño fue asesinado en ese régimen de terror que todos ellos implantaron. Por eso, les debe parecer un acto de supervivencia el preservar estructuras criminales y tener el cómodo refugio de una penitenciaría vulnerable, que permita poner pies en polvorosa si las cosas se complican.
No obstante, deberían entender que de esta historia saldrán indemnes quienes den un paso al costado y abandonen toda actividad criminal. Solo así eludirán una futura extradición a Estados Unidos, y se librarán de la acción penal de la justicia transnacional; se protegerán de las aventuras justicieras de algún Baltasar Garzón o de la CPI, aun cuando estamos en periodo de salvaguardia.
Y, lo más importante: su aporte a la paz será incuestionable y podrán hacer política de cara al país, cosa para la cual deberían estar trabajando ya en una agenda, en vez de dar señales de que tan solo se están guareciendo del aguacero.
El Tiempo, 12 de diciembre de 2006