Alfonso Monsalve Solórzano (El Mundo)
El vicepresidente Francisco Santos habló en estos días de la distorsión que practicaban los grupos armados ilegales en el significado de víctima y victimario. Trajo a colación este punto criticando la imagen que tenían de sí mismas las organizaciones guerrilleras, ligada a su justificación de la utilización, por parte de ellos, de la violencia generalizada e indiscriminada, y el uso parcializado e ideologizado que hacían del concepto de ‘víctima’ quienes, por activa o por pasiva, apoyaban sus acciones. Santos tiene toda la razón.
En efecto, los guerrilleros y sus organizaciones se autoperciben como víctimas de la violencia del estado y de los llamados paramilitares, y como ejerciendo el legítimo derecho a la defensa. Santos recordaba que presentarse como víctima ha sido el argumento utilizado por muchos de los miembros de las autodefensas para combatir a la guerrilla y, de paso, como la imagen en el espejo, arremeter con saña contra la población civil atrapada entre esos dos fuegos. Y esta es una práctica común, no sólo en Colombia, por supuesto. En el Medio Oriente Hamas y Hizbollah, y hasta el Estado de Israel, se declaran víctimas.
Es posible que los victimarios hayan sido, en algún momento de su vida, víctimas. Pero hay una trampa en el uso del lenguaje cuando victimarios actúan como víctimas, que es necesario aclarar para entender el efecto perverso que dicha palabra tiene, usada por estos grupos ilegales de uno y otro bando. Las palabras tienen connotaciones que, manipuladas conciente o inconcientemente, buscan persuadir sobre lo inaceptable y justificar lo injustificable.
La técnica estriba en no llamar por su nombre a las cosas. Se disfraza el hecho cambiando la palabra que lo denota, buscando otra que tiene, dentro de la comunidad, un uso socialmente admisible. No se trata de secuestrar sino de ‘retener’ y no se habla de secuestrado sino de ‘prisionero de guerra’, no es que se boletee y extorsione sino que se cobra un ‘impuesto revolucionario’, como si privar de la libertad a un civil por fuera de todo proceso que garantice la defensa con normas públicas y dentro de un estado de derecho no fuera un acto criminal injustificable; como si cobrar impuestos por fuera de las condiciones en las que estos se crean, con representación y discusión pública y, de nuevo, dentro de los mecanismos de un estado de derecho no fuese extorsión; como si obligar a desplazarse a miles de personas de su lugar de vida y de trabajo, fuese un acto humanitario.
Lo mismo ocurre con la palabra ‘víctima’. Se usa para esconder y justificar la atroz condición de victimario. Una víctima no se defiende asesinando civiles, acusándolos de colaborar con el enemigo; haciendo explotar carros bomba en las calles de una ciudad, arrojando indiscriminadamente cilindros cargados de explosivos, desplazando comunidades enteras, sembrando minas antipersonales, secuestrando a personas para utilizarlas como moneda de cambio en propósitos políticos o económicos. Una víctima no recluta niños para la guerra. La defensa es un derecho humano recogido por la Declaración de Derechos de las Naciones Unidas, pero es un derecho reglamentado, que fija las condiciones de uso en el derecho internacional humanitario, universalmente aceptado por la comunidad internacional. Cuando una víctima -y ya se ha discutido muchos en el país, si los grupos guerrilleros originaron el conflicto o se defendieron- se convierte en victimario, pierde toda posible legitimidad de su causa y se transforma, simplemente, en un criminal. Y en esa clave hay que entender su discurso y su práctica.