En días recientes recibí un correo electrónico en el que alguien me acusaba de «fascista», me tildaba de «paraco» y remataba tachándome de «asesino». Sin embargo, no había una sola razón, una sola idea, una sola reflexión en ese par de renglones; de hecho, no había referencia a algún escrito en particular que generara tal controversia sin argumentos. Esa orfandad me llamó tanto la atención que decidí contestar el libelo y pedirle al remitente que fuera más específico, que aclarara de qué estaba hablando y a quién había asesinado.
El personaje de marras me contestó que «a los miles y miles de campesinos torturados y masacrados…»; y a renglón seguido sentenció que era «obvio» nuestro apoyo «al paramilitarismo y al señor Uribe, (…) el promotor de toda esta barbarie que se está dando en Colombia, y si usted los apoya, entonces son cómplices de asesinato».
Por supuesto, tanta majadería junta me pareció ridícula pero le contesté diciéndole que, en su razonamiento infantil, si yo era ‘paraco’ él era un guerrillero, y que el supuesto apoyo de Uribe a los paramilitares -o su afiliación misma- es una leyenda negra inventada por la izquierda. El individuo replicó desconociendo todos los crímenes de las guerrillas, como si los únicos delitos execrables fueran los del paramilitarismo.
A todas estas uno no sabe cómo muchas personas puedan creerse esta falacia con argumentos tan débiles. No son pocos los periodistas que difunden insensateces tales como que si la finca del Presidente está en zona ‘para’, él pertenece a los ‘paras’, o que, cuando menos, les ha hecho aportes. O que si él coincidía en eventos equinos con los Ochoa, entonces tiene nexos mafiosos; y como prueba reina exhiben una foto del hermano menor del Presidente donde aparece con los Ochoa en una exposición equina de hace 25 años.
Es el mismo caso del video exhibido en el sitio web del Miami Herald, grabado en Puerto Berrío (Antioquia) durante la campaña presidencial del 2002. El candidato, como cualquier candidato, se va en correría por todo el país y se reúne con cuantas personas lo soliciten: ese es uno de los rasgos más despreciables de la política, incluso de la honesta. Es cuando vemos a los candidatos cargando niños cagados, bailando con indígenas o abrazado a gente mugrosa para que todos vean que es de lavar y planchar y no se pierdan un par de voticos por simple arrogancia.
El político pertinaz -y para ser presidente hay que serlo- sabe que de grano en grano se llenan las urnas y por eso, si lo solicita un sindicato, una cooperativa, una asociación de lo que sea, a nadie se le niegan 45 ó 50 minutos para hablar de cualquier cosa. Oír, asentir, prometer, sonreír y listo. De esas reuniones no sale nada en firme y aquella, en particular, no era un secreto, no era una reunión a puerta cerrada y hasta se grabó en video sin misterio alguno. La presencia en ella de varios paramilitares no implica nada ni debe sorprender a nadie dada la región en la que se hallaban; además, los individuos no tenían pedidos de la justicia y el candidato, cualquiera que sea, no tiene funciones de policía.
En esto hay mucho de relativismo moral. Existen fotos conocidas de Horacio Serpa en su juventud, en medio de una columna guerrillera. Eso le ha valido para que algunos le señalen inclinaciones insanas que a nadie escandalizan, en gran parte por la fementida idea del altruismo revolucionario; es decir, si de alguien se dice que gusta de la guerrilla hay que respetarlo porque es una ‘opción política que busca el bien común’. Pero tener nexos de cualquier tipo con los grupos paramilitares nos ha llevado a un escándalo artificial como es el de la parapolítica.
¿Se podría decir que Andrés Pastrana es guerrillero teniendo en cuenta las innumerables concesiones que le hizo a las Farc? Claro que no, pero bien podría considerarse su complicidad en muchos crímenes cometidos por los guerrilleros. Así mismo, el presidente Uribe se la está jugando en el proceso con los ‘paras’ y del resultado será responsable.
De todas maneras, el país sabe tan bien la realidad de este asunto que en una encuesta de Semana se demostró que los colombianos aborrecen tanto a la subversión que el fenómeno paramilitar está lejos de ser abominado a pesar de las crueldades que se relatan. Es como si la mayoría de los colombianos llevara un paraquito en su corazón… ·
Publicado en la revista virtual Tribuna Foro Democrático, edición de septiembre de 2007
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