El mundo cambia, no es un secreto, pero en el fondo todo sigue igual. Si por siglos de los siglos se temió al demonio y después al comunismo, al invierno nuclear, al sida o a Ben Laden, ahora el coco es el calentamiento global. En la gravedad de tal contingencia toca creer por si las moscas, pero no son pocos los expertos (como Bjorn Lomborg, autor de El ambientalista escéptico) que dudan de predicciones apocalípticas consignadas en informes plagados de expresiones como «podría», «probablemente», «tal vez», etc. Lo cierto es que el asunto mete miedo y el miedo vende.
No de otra forma se explica que la «agenda verde» le salvara el pellejo, con miras a su reelección, al ‘governator’ de California, Arnold Schwarzenegger. Y no de otra forma se explica la tranquilidad que produjo el anuncio del presidente Bush, en el discurso del Estado de la Unión, de un plan para disminuir el uso de combustibles fósiles en Estados Unidos, en un 20 por ciento durante los próximos 10 años.
Hasta ahora, los políticos norteamericanos han desconfiado de los vaticinios y las protestas de sujetos de pelo largo, las han considerado vanos intentos de detener la locomotora de la economía gringa y se han abstenido de suscribir convenciones como el Protocolo de Kyoto. Por eso habría que sopesar si la razón del proyecto anunciado no es otra que quitarse de encima a quienes pretenden manipular el suministro de petróleo, al tiempo que se trazan políticas aparentemente benignas con el medio ambiente para el sosiego de la opinión.
El diario La Nación de Argentina (26 de enero) publicó una noticia que ha pasado desapercibida: el lanzamiento de un pacto energético entre Estados Unidos y Brasil contra Chávez, denominado ‘Estrategia de biocombustible para América latina y el Caribe’. A la vez, versiones de prensa aseguran que Lula se está «cansando de Chávez» (diario O Estado de São Paulo) y Teodoro Petkoff afirma que la relación de Argentina y Brasil, con Chávez, es de pura conveniencia, que «Kirchner lo llama ‘payaso’.»
Como es obvio, los gringos no iban a esperar sentados a que Venezuela consiguiera la salida de su crudo al Pacífico para vendérselo a China, o que el precio se incrementara hasta el punto de que a sus ciudadanos les costara más un par de pizzas que tanquear sus colosales camionetas. Estados Unidos no va a recortar el gasto de su propio crudo (40 por ciento del consumo) ni el de sus principales abastecedores (Canadá, Arabia Saudita y México), sino la porción enterita que le suministra Venezuela más la de otros países ‘problema’. Y si bien la menor demanda de la mayor economía del mundo incidirá en la caída de los precios -por lo que Bush no se veía muy contento al hacer el anuncio-, el efecto del dominó político es inmejorable: se evitarían conflictos con Irán e Irak (guerras ‘preventivas’) y pulsos energéticos con China.
Así, Chávez se dará cuenta de que la chabacanería no es bienvenida en política; que se requiere tacto y sutileza hasta para amenazar con una bomba atómica y se toleran ambiciones nacionales pero no esas delirantes aventuras personales. Ah, y de que a los gringos no les gusta que a su Presidente lo llamen «diablo», aunque lo sea; que traten de humillarlos regalándoles gasolina a sus pobres o que los hagan objeto de un chantaje, y menos si se pone en tela de juicio su poder económico, político o militar.
Para el gobierno de Estados Unidos, el cambio climático es un buen pretexto para sustituir importaciones de crudo por producción local de etanol. Ya tienen 116 plantas de producción y 79 más están en construcción. Procesa 50 millones de toneladas de maíz al año para producir etanol y la demanda crecerá de manera vertiginosa. Brasil les venderá grandes cantidades de etanol extractado de la caña y Colombia podría capitalizar sus buenas relaciones con los gringos. Es que la ruina de unos es la oportunidad de otros. El mundo no cambia. ·
Publicado en el periódico El Tiempo, el 6 de febrero de 2007Publicaciones relacionadas:
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