Cada tanto, no importa si son buenos o malos, los gobiernos locales, departamentales o nacionales toman decisiones equivocadas y absurdas sobre los más diversos tópicos y terminan perjudicando a mucha gente. Un ejemplo actual de cosas absurdas son las pirámides del separador central de la Avenida Oriental, la principal arteria del centro de Medellín. Un ejemplo viejo que ahora llega a su fin es el de los infames parquímetros o, más concretamente, del contrato suscrito hace ocho años con un operador privado.

Transcurrido ese lapso de tiempo sigue sin entenderse qué pretendían el alcalde de la época, Juan Gómez Martínez, y su Secretario de Tránsito, Jorge Enrique Vélez, al implantar ese engendro. La medida de los parquímetros fue mala por donde se le mire porque fue inconsulta, improvisada y violatoria de la Norma Superior al cederle el control y usufructo del espacio público a un particular a cambio de nada. Ni con su supuesta organización ni con su tecnología, el operador privado pudo superar en resultados lo que por años han hecho los señores de trapito rojo en la ciudad —cuya presencia tampoco es deseable por los múltiples inconvenientes que generan—, lo que deja sin piso la teoría de que las zonas de parqueo regulado, con cobro al usuario mediante los parquímetros, traería orden a zonas caóticas. Ese objetivo no se cumplió.

Los parquímetros no han sido más que un favor para un consorcio privado. Es obvio que su adjudicación fue ejecutada mediante licitación pública y que la firma Azer fue, seguramente, la que demostró mejores calificaciones para quedarse con el contrato. Pero si en realidad se quería hacer algo constructivo en materia de parqueo ribereño en calles y avenidas de la ciudad hubiera bastado con encargar de esa misión a una entidad del Municipio como se está haciendo hoy, con las Terminales de Transporte, o a una entidad sin ánimo de lucro, de la entraña antioqueña como Corpaúl, para que prestara ese servicio al tiempo que se recaudaban importantes ingresos para un propósito más digno. No hubiera sido necesaria la absurda justificación de que la parte del recaudo que le correspondía al Municipio serviría para reconstruir aceras y hacer obras de amoblamiento urbano en los sectores aledaños a los parquímetros, justamente donde siempre han existido aceras y demás.

Según la empresa Azer, el negocio reportó ingresos de 16.652 millones de pesos en estos ocho años. Al operador le correspondieron 12.336 millones y tan sólo 4.201 al Municipio de Medellín. Pero como si no fuera demasiado haberle regalado tamaña cifra a un particular, ahora le salimos a deber pues tiene una demanda en la que reclama mayores beneficios aduciendo que la licitación ofrecía 1.527 celdas de parqueo y en el contrato sólo se suscribieron 1.380. Además, exige un ajuste por un presunto Iva del año 2000 y arguye, finalmente, que las proyecciones económicas no se cumplieron. Es prácticamente un hecho que la empresa triunfe en esas demandas pues el Estado las pierde casi todas de manera indefectible. Y no hay derecho a que los funcionarios que tomaron esta torpe medida no sean sancionados de manera ejemplar y paguen de su bolsillo alguna parte del detrimento en que incurrimos la ciudad y sus habitantes.

Pero lo peor de todo es recordar los ultrajes y atropellos que causaron los tales parquímetros: el costoso cobro como si se tratara de un parqueadero cubierto y vigilado; el no fraccionamiento de las tarifas que obligaba a pagar una hora completa para detenerse cinco minutos en un cajero electrónico; las familias que no pudieron volver a recibir visitas por tener un parquímetro en las proximidades de su casa; la actitud rapaz de los funcionarios que levantaban con grúa los carros apenas pasaba un minuto, así el propietario estuviera en la silla de un dentista o en una cita médica; los guardas de tránsito de la ciudad —corruptos por naturaleza— más preocupados por hacer valer los ingresos del operador privado que por la óptima movilidad y la prevención de accidentes, en fin… Nada más parecido a los parquímetros que el cobro extorsivo que algunas bandas hacían a carros repartidores de mercancías para permitirles entrar a algunos barrios. Por fortuna, parece ser que cesó la horrible noche.

Publicado en el periódico El Mundo de Medellín, el 25 de junio de 2007.

Posted by Saúl Hernández

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