(O lo bueno, lo malo y lo feo).
Volvemos a lo mismo. El primer semestre del año en curso, el país registró un crecimiento de 7.48 por ciento. Ya el año anterior el crecimiento fue de un admirado como inesperado 6.8 por ciento que se consideró casi imposible de refrendar. La gran pregunta —y el gran reto— era si se trataba de un asunto pasajero o si, por el contrario, tendría sostenibilidad en el tiempo; y, por supuesto, salieron las Casandras a vaticinar que eso no se repetiría. Como si fuera poco, se ha pretendido restarle mérito a las variables económicas internas y decir que todo se debe al buen momento de la economía mundial y al empuje de China, como si en otras épocas no hubiéramos pasado penurias en pleno auge económico mundial.
Pero, según los críticos, el crecimiento de la economía colombiana se hace palpable en casi todos los sectores menos en el empleo. Por ejemplo, las ventas de vehículos rondarán las 240 mil unidades al finalizar este año, cifra que hace un par de años era utópica. También se venderán 500 mil motos, el vehículo popular por excelencia. De acuerdo con Rafael España, director de investigaciones económicas de Fenalco, también están disparadas las ventas de computadores, muebles y equipos de oficina, televisores de LCD y plasma, teléfonos celulares y electrodomésticos en general. España es enfático en señalar que se vive una especie de ‘efecto riqueza’ en el que hasta los estratos pobres están consumiendo más que en cualquier otra época y que, incluso, se está dando un salto cualitativo en el que el consumo de un estrato empieza a semejarse más al de niveles superiores.
Otra muestra de los altos índices de consumo está representada en el buen momento del sector financiero y sus pingües ganancias, producto del alto costo de los servicios bancarios y de la alta demanda de los mismos. Pero no tienen de qué quejarse el sector de la construcción, el comercio, los servicios y hasta la industria, el único sector que sigue a marcha lenta es el agro.
En un marco de crecimiento como el que atraviesa el país no deja de ser extraño que el empleo no crezca nada o no crezca al mismo ritmo de la economía. Algunos expertos dan por descontado que el asunto es un hecho incuestionable y que se debe a razones diversas como el que las empresas prefieren que sus trabajadores hagan horas extras en vez de contratar más personal, o que las nuevas tecnologías están remplazando puestos de trabajo, eso sin mencionar que muchos de los esfuerzos por mejorar la productividad van de la mano de los despidos, el no remplazo de jubilados y la eliminación de puestos de trabajo sobre todo por la fusión de empresas.
Sin embargo, hace muchos años que no se leían letreros que hoy pululan en las construcciones civiles de las principales ciudades: «Se buscan maestros de obra y albañiles con experiencia». En la industria, se buscan afanosamente operarios de máquina plana y fileteadora (en confecciones), torneros y soldadores (en metalmecánica), y los cafeteros no encuentran quién les recoja la cosecha. En los diarios pululan las ofertas laborales y hasta grandes empresas como Bavaria, que hasta hace unos años invariablemente sólo despedían personal, han hecho ‘enganches’ en número importante.
Ahora, si la calidad del empleo se ha precarizado o no, por la última reforma laboral o por el auge del empleo temporal, entre otras razones, es un tema distinto. Lo cierto es que gracias al impulso de la economía y muy a pesar del Dane, indicadores objetivos como el número de nuevas afiliaciones a las cajas de compensación, las aseguradoras de riesgo, los fondos de pensiones y las prestadoras de salud, son prueba fehaciente de que el empleo ha crecido sustancialmente en los últimos dos años. El columnista Héctor Abad Faciolince (Semana, septiembre 23-29 de 2007) se quejaba de lo difícil que resulta tramitar el Certificado Judicial del DAS -el cual realmente no tiene razón de ser- por la simple razón de que tan sólo en Medellín se están expidiendo mil cada día. Tamaña demanda no será porque la gente quiere gastarse 30 mil pesos para tenerlo en la billetera, ese Certificado es un requisito para laborar en cualquier parte.
Y es que definitivamente la parte fea de todo este asunto es el Dane. A la salida de César Caballero, hace cuatro años, se le dio un tinte de leyenda negra pretendiéndose advertir que el Gobierno quería manipular las cifras. El simpático gordito adquirió estatus de héroe a pesar de que su justo despido fue producto de una actitud desleal hacia su jefe natural, pues se negó a publicar unas cifras sólo después de que el Presidente las conociera a pesar de que días antes no había tenido problema en reservar unos datos sobre Bogotá hasta que el alcalde Garzón regresó de un viaje en el que se encontraba.
Generada la duda, la polémica no tiene fin. En Argentina hay una agria discusión sobre las cifras que provee el Indec (el equivalente al Dane) en el gobierno de Kirchner, en la que los expertos dan por descontado que la cifra de inflación reportada cada mes es más baja que la real para favorecer al Gobierno mientras en nuestro país se empieza a reconocer todo lo contrario.
En julio de 2006, el Dane introdujo cambios en la encuesta de hogares que mide el desempleo destruyendo una serie estadística que venía desde 1986 pues ni siquiera se tuvo la precaución de diseñar una transición que permitiera interpretar los cambios. Es decir, por mucho que alegue don Ernesto Rojas, ex director de la entidad, no es lo mismo tener como unidad de medida limones que aguacates, por prosaico que resulte decirlo. La misma Organización Internacional del Trabajo, en un reciente informe sobre la situación laboral en el mundo, se refiere a que los cambios de metodología -que también se hicieron en Azerbaiyán, Eslovenia, España y Etiopía- pueden llevar a análisis erróneos. Sobre nuestro caso, en particular, el informe dice: «La tasa de desempleo en Colombia quizás ha mejorado, pero no hay forma de determinar las tasas exactas desde cuando se hizo el cambio» (El Tiempo, septiembre 4 de 2007).
Hasta tan grave extremo ha llegado el asunto que expertos de universidades tan opuestas como los Andes y la Nacional -también de Fedesarrollo y otros think tanks- coinciden en dudar de la calidad del censo hecho por el Dane en 2005. Se acusa a Rojas de esconder la metodología y los microdatos, quien alude absurdas consideraciones sobre el derecho a la intimidad de las personas a pesar de que estos datos son anónimos, con el objetivo de ocultar graves fallas que ya a nadie sorprenderían. Todos fuimos testigos de las irregularidades presentadas en el desarrollo de ese censo y muchos de los datos arrojados nos han sorprendido por ser contrarios a la información proveniente de estudios muy serios, como una tasa de fecundidad digna de países europeos cuando la realidad -y diversos estudios- muestra otra cosa. No falta sino que el Dane diga que el Choco es el departamento más rico de Colombia y que la población afrodescendiente es minoritaria en ese paraíso.
El creciente consumo puede tener dos razones: los crecientes ingresos de quienes tienen ingresos (concentración de la riqueza) o el crecimiento de los ingresos de quienes no los tenían (empleo). Mientras todo indica que ambas razones tienen incidencia actual en Colombia, el Dane descarta la segunda, casi de plano. Pero lo que parece descartable es, precisamente, el Dane. ·
Publicado en la revista virtual Tribuna Foro Democrático, edición de octubre de 2007
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