Hace seis años conocí a un ingeniero ya pensionado muy aficionado y conocedor de los temas económicos, entre los que la tasa de cambio era el que más le preocupaba. Con cuanta persona hablaba no perdía tiempo para exponer su tesis de que era necesario devaluar el peso hasta unos cinco mil por dólar. Culpaba a la debilidad del dólar de la recesión de finales de los noventa, cuando se abandonó el sistema de devaluación progresiva para pasar a la flotabilidad de la tasa de cambio.

No volví a saber nada del ingeniero. Supe, eso sí, que alcanzó a exponerle sus tesis al candidato Uribe Vélez y que este estaba de acuerdo con que el Banco de la República no sólo se preocupara por la temida inflación sino también por el empleo, por mantener el que se tiene y generar nuevos puestos de trabajo, al disponerse una tasa de cambio competitiva que, necesariamente, habría de alcanzarse mediante la devaluación del peso.

Incluso, durante la alocución que dirigió al país el día que ganó las elecciones de 2002, Álvaro Uribe Vélez habló del “cambio de cartilla” que debía operar en el Emisor, pero en vano pasaron los meses porque el equipo económico del Gobierno convenció al Primer Mandatario de que la revaluación no era tan mala; en efecto, tiene bondades y beneficiarios, pero en tiempos de globalización son mejores los esfuerzos que se hagan en materia de competitividad y para esto las experiencias de otros países demuestran que los asuntos cambiarios son una herramienta esencial.

Al Gobierno le va bien con la revaluación porque cuenta con más recursos para pagar sus deudas en dólares; la deuda era cercana al 50 por ciento del PIB pero ahora sólo es del 32 por ciento gracias al crecimiento económico (6,8% en 2006) y a la caída del billete verde. Pero, si bien Colombia no es un país fuertemente exportador, hay algo de cinismo cuando se defiende a los beneficiarios de la revaluación: los tenedores de deuda en dólares (como el Gobierno), los que importan materias primas, los importadores de bienes de consumo y los respectivos comerciantes, los que se van de paseo al exterior…

A todos nos agrada pagar menos por un computador, un televisor o un vehículo, pero el beneficio es mínimo frente a tan graves peligros: los bananeros hablan de pérdidas de 1,2 billones de pesos, los floricultores de 670 mil millones, los cafeteros de 1,2 billones entre 2004 y 2006, y de 500 mil millones más para este año.

En abril del 2000, el dólar estaba a 1.998 pesos. En febrero de 2003, tocó los 2.970. Hoy vale mil pesos menos. Según Portafolio (mayo 15 de 2007), el peso es la moneda más revaluada del planeta: -19,10% en los últimos doce meses, por encima del dólar neozelandés (el ‘kiwi’, con -17,51%), la corona de Eslovaquia (-17,49%) y el baht de Tailandia (-13,66%). Mientras que países que son de referencia para el nuestro están entre los que más han devaluado sus monedas en los últimos doce meses: Nicaragua (6.37%), Costa Rica (1,92%) y Argentina (1,44%). También hay monedas de economías fuertes que figuran entre las más devaluadas como el yen japonés (8,59%), el dólar taiwanés (5,89%) y el franco suizo (1,44%). Como si eso no fuera suficiente castigo, en estos años ha habido una inflación cercana al 50 por ciento, de tal manera que cualquiera puede concluir que muchos exportadores en realidad están trabajando a pérdida. El cierre de empresas es un hecho y la pérdida de empleos por los efectos del dólar se calcula en 20 mil puestos que tenían todas las prestaciones de ley y de los que dependían igual número de familias. Por eso no es extraño ahora el que una obrera de cualquier empresa confeccionista o de una empresa del sector floricultor sepa el valor actual del dólar y hable como experta de cuánto ha caído en la última semana. Saben que sus trabajos dependen del dólar y por todas partes cunde el nerviosismo.

Ni hablar de las miles de familias que reciben los 3.900 millones de dólares en remesas que les envían sus familiares en el exterior y que ya no alcanzan para lo mismo que antes. A algunos les servía la ayuda para sostenerse por completo, otros la destinaban para arriendo o servicios, para estudio o alimentación, para préstamo de vivienda… Hoy todos están colgados.

Hace unas semanas un grupo de expertos llegó a una conclusión que es paradójicamente alentadora: que la revaluación se debe a que el país va muy bien y que tan sólo la detendría —y eventualmente la revertiría— una muy mala noticia, un mal desempeño que aleje a los inversionistas. Lo irónico es que a este país no le hace mella nada,  ni las fosas comunes, ni las chuzadas telefónicas, ni la desaprobación del TLC. Nada. Y esto mismo, tanta confianza, tanto optimismo, nos van a llevar a un desempleo atroz y a una recesión que nos haría retroceder diez años, caso en el cual, ahí sí, veremos el dólar de nuevo a tres mil y más, y todos felices.

Lo ideal sería evitar ese doloroso tránsito. ¿Será que dolarizar es el camino? Uno se pregunta para qué una moneda como la nuestra, que se maneja bajo los criterios del Fondo Monetario Internacional y no solamente bajo nuestro propio criterio, cuando esa entidad se ha equivocado en las recetas ordenadas en otros países. Para esa gracia es mejor depender de la FED (Reserva Federal) y vivir con menos sobresaltos aunque no se puedan ejecutar políticas anticíclicas que, por cierto, no han rendido mayores frutos.

Claro que los ‘sabios’ dicen que este no es el momento de dolarizar porque eso es para países con hiperinflación (mientras que en Colombia está muy baja) y con niveles cambiarios altísimos, o sea para cuando el dólar está en la estratósfera y no ahora que anda por el piso. Por el momento, los expertos de la Comisión del Gasto (Rodrigo Botero Montoya, Gabriel Rosas Vega, Armando Montenegro, Mauricio Cárdenas y Alejandro Gaviria) nombrada por el Gobierno para dar su opinión sobre el tema están convencidos de que la única salida es que el Gobierno gaste menos. Sin embargo, Rosas Vega, en su columna del diario El País (mayo 16), acotaba de manera inteligente que si bien el déficit del Gobierno es muy alto (5,3 por ciento en 2007) el problema más grave es la inflexibilidad de la estructura del gasto, la cual está amarrada por ley. Y decía: “Si al gobierno se le objeta por el pobre desempeño en materia de gasto social, ¿de dónde diablos se pueden obtener los recursos para fortalecer este frente? No me vayan a decir que reorientando el gasto, pues la inflexibilidad lo impide”.

Como quien dice, no hay mucho por hacer. Entonces, era mejor antes cuando estábamos peor…   ·

Especial para Tribuna Foro Democrático

Posted by Saúl Hernández

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